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El arzobispo José de Jesús Ortiz, “padre de los obreros”

Francisco Barbosa Guzmán1

Si el catolicismo social alcanzó en el Estado de Jalisco un rango tan notorio, no poco de ello ha de atribuirse al pionero de esta causa, su tercer prelado metropolitano, que arribó a ella poco después de haber tomado parte en la primera gran asamblea eclesial de la historia en el Nuevo Mundo: el Concilio Plenario Lationamericano

1.

En deuda de gratitud debo en primer lugar decir que fue el presbítero José Rosario Ramírez Mercado, mi consocio en el Departamento de Estudios Históricos del arzobispado de Guadalajara, quien con justa razón llamó mi atención hacia la labor social realizada por el prelado que aquí se recuerda. En buena hora, porque al cabo llegué al conocimiento del papel sobresaliente que desempeñó en el campo que nos toca abordar. Cuéntase entre los primeros impulsores de lo que mandó el papa León xiii en su célebre encíclica Rerum novarum, de 15 de mayo de 1891: dar pasos concretos a la solución de los problemas sociales del tiempo. Al cabo a todo ello pasó a llamársele catolicismo social, cuyos frutos habrían de traer el remedio del mal que la sociedad padecía, mediante la restauración de la vida y las costumbres cristianas. En aras de la brevedad que se nos requiere, haremos referencia a aquello que a nuestro juicio es de lo más sobresaliente para conseguir eso; me refiero a las sociedades de obreros católicos. Obviamente, el complejo desiderátum habría de precisar de la intervención de los obispos que le sucedieron, y de la colaboración de clero y fieles.

2.

A Guadalajara llegó en enero de 19022 pertrechado con el bagaje que le había proporcionado su experiencia en su anterior destino, Chihuahua, de donde fue su primer obispo. Nos referimos al interés manifestado allá, inspirándose en la encíclica mencionada apenas, en la fundación de sociedades de ayuda mutua y en procurarse el auxilio de los padres de la Compañía de Jesús. Ambas cosas tendrán sus consecuencias entre nosotros, lo que pasaré a decir. Consiguió para Chihuahua, como aquí, el regreso de los jesuitas. Entre nosotros eso tuvo repercusiones importantes, al crearse la posibilidad de poner en contacto a seglares y miembros del clero diocesano con algunos de ellos que estudiaban en Europa cuestiones sociales; trasmitiendo, entre otras cosas, la para entonces añeja experiencia europea, y los asuntos del día, respecto de las actividades católico-sociales. Conocimientos que pronto sirvieron para la ilustración y el sustento a la actividad de los de Jalisco. Podemos mencionar a los sacerdotes Arnulfo Castro y Alfredo Méndez Medina. Al poco andar, su influjo en el movimiento católico social sería definitivo, si bien el clero diocesano pronto también entró en forma extensa en los trabajos de manera creativa; recordemos aquí al padre José Toral Moreno.

          Le tocó al señor Ortiz el arranque de la celebración de los Congresos Católicos Nacionales, que comenzaron en el año de 1903. Tenían como finalidad reunir e ilustrar al personal del orden eclesiástico, así como a seglares, acerca de los fundamentos del movimiento social, y proponer soluciones a los problemas sociales, morales y religiosos; no sin razón se les ha calificado de reuniones socio-religiosas. El arzobispo mismo nos proporciona una definición de las reuniones, que refleja, como se verá, la naturaleza de las relaciones Iglesia-Estado que se tenían. Las palabras del prelado son éstas: “una pacífica reunión de católicos”, sacerdotes y seglares, “convocados bajo los auspicios del episcopado y en ejercicio de un derecho garantizado por la ley política del país”, para deliberar y cooperar “a la realización de los grandes fines que la Iglesia persigue en su benéfica acción sobre la sociedad”.3 Junto con algunos de su clero, fue asiduo concurrente a los celebrados en diferentes ciudades de la República en los años de 1903, 1904, el de 1906, que tuvo por sede Guadalajara, del 19 al 29 de octubre, por cierto, y al postrero de 1909 en Oaxaca.

          Podría agregársele otra finalidad, que consideramos esencial, la que tendía a superar la situación que unos veían hacia dentro de la Iglesia: la de despertar las dormidas energías católicas de una parte del pueblo, cuya pasividad pervivió en los años que siguieron a la derrota del imperio de Maximiliano. De cara a los problemas  y variados retos que a la Iglesia le sobrevinieron, y ante la urgencia de la reconstrucción de los daños ocasionados en las guerras de Reforma y contra la intervención francesa y el Imperio,4 la jerarquía eclesiástica mandó se asumiera una estrategia distinta: hacia el interior, el predominio de lo espiritual, y hacia el exterior, el rechazo a la violencia y la asunción de medios pacíficos y legales para la obtención de los cambios constitucionales que se deseaba.5

        Con el correr de los años, las  condiciones variaron. En lo nacional, el porfiriato, un régimen crecientemente cuestionado, con un anciano al frente del gobierno, tenía frente a sí una Iglesia de nuevo de pie, que desde el mismo 1891 escuchó el mandamiento papal de interesarse por las condiciones socioeconómicas de la gente, que es como decir que disponía de un proyecto de sociedad. Se puede comprender que ante tales novedades se produjeran en la catolicidad divergentes y contrarios pareceres. Y más aún, que una nueva generación de católicos mexicanos (muy en particular los entusiastas del catolicismo social) juzgara acremente a sus mayores, de haber sido apáticos y complacientes con el régimen de Porfirio Díaz, despótico y sordamente perseguidor de la Iglesia, como lo estimaron (a través de la educación pública, por ejemplo), quien pese a todo (la tolerante actitud de Díaz hizo posible la reconstrucción de la Iglesia) se negó a dar el paso que se estimaba fundamental: derogar las Leyes de Reforma.6

        Para ilustrar lo dicho tomo la idea expresada en el Congreso de Guadalajara, 1906, del entonces prefecto del Seminario Mayor, el presbítero Miguel M. de la Mora, uno de los paladines de los modos nuevos de entender la finalidad social de los católicos, y hasta de la forma de ser católico. Así como él, luego otros, caído el régimen porfirista, expresarán críticas al letargo de aquellos católicos que formarían, dice irónico el padre De la Mora, junto con la Iglesia militante, purgante y triunfante, la Iglesia durmiente.7

              Este antecedente puede ayudarnos a imaginar lo dificultoso que resultó el tránsito, tanto para quienes habían entendido el ser católico de una manera muy arraigada en sus concepciones y prácticas como para quienes debieron asumir –y emprender– las cosas nuevas. Una de ellas, de las novedades, consistía en esforzarse por fundar sociedades de ayuda mutua, como las nombra la encíclica antes mencionada, o sociedades de obreros católicos, como en nuestro medio se les llamó; mutualistas, si atendemos a sus reglas. Puede comprendérseles dentro de una del tradiciones de la Iglesia, la de emplear medios no religiosos para obtener fines religiosos. En la época particular a la que nos referimos la acción social tendría los siguientes objetos, en palabras del sacerdote Banegas Galván: “uno, la aplicación de los principios cristianos a la composición misma de la masa social; otro, atraer a los hombres por medios no sagrados a que se acerquen al sacerdote para que éste ejerza en ellos la acción sagrada”.8

3.

A esta parte de la obra del señor Ortiz es a la que nos vamos a referir aquí, al impulso decidido que dio a las llamadas sociedades de obreros católicos;9 puede afirmarse que fue su iniciador, bajo la inspiración expresa de la encíclica Rerum novarum. Los frutos se dieron de inmediato en su pontificado; y habría esta obra de trascender hasta los años veinte del siglo pasado, dado que fueron estas sociedades una de las bases de la organización católica de la gente que vivía de su trabajo. Con él comienzan a observarse los nuevos vientos en el interior de la Iglesia, de los que hablamos ha poco, con evidentes repercusiones hacia el interior de la Iglesia y hacia el exterior. Las sociedades dichas habrían de constituirse en uno de los componentes del brazo seglar de la Iglesia y parte esencial del catolicismo social, cuya historia habría de llegar a su forma culminante con el sindicato católico, mediando los veintes.

            Pero hay otra razón para recordar a la sociedad de obreros católicos: las necesidades esenciales que atendía, y que llegaron a tal cantidad y eficacia, en Guadalajara en particular, pero también en parroquias foráneas, que el historiador encuentra con frecuencia en la documentación, dirigido hacia el arzobispo sobre todo, un caudal de elogios y agradecimientos, al punto de llamársele públicamente “padre de los obreros”. En realidad, pudo beneficiarse con esa forma de asociación gente de diversas ocupaciones, hombres y mujeres, porque así lo autorizaban sus reglas, razón por la cual esta parte del movimiento católico llegó a tener carácter popular.

            Las directrices de la Santa Sede no en todo se ajustaban a la realidad nacional, donde por ejemplo existía un número poco significativo de obreros –los que establecen una relación asalariada–, de modo que al adoptarse en nuestro medio, la composición social devino variada, como se dijo. Aunque presente estaba la solidaridad nacida de los principios cristianos ante una realidad evidente considerada por León xiii: “lo primero que hay que hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de hombres codiciosos … que abusan sin moderación alguna de las personas  … como si fueran cosas” (párrafo 61).10 El mismo pontífice señala el remedio de la asociación, para que mediante ella se consiga “el mayor aumento de bienestar físico, económico y moral de los asociados” (párrafo 75). Las asociaciones habrían de ser de socorros mutuos, con variados seguros para atender “a las necesidades del obrero, a la viudez de la esposa, a la orfandad de los hijos” (párrafo 67).

            Cuando el arzobispo llegó a Guadalajara, asumió el compromiso contraído en Roma siendo obispo de Chihuahua (Guadalajara estaba en sede vacante), en el Concilio Plenario de América Latina de 1899, en el que estuvo presente.11 Uno de los decretos allí sancionados mandó, en concordancia con la encíclica de León xiii, la fundación, “de esas hermandades llamadas Círculos de Obreros” bajo la tutela y paternal solicitud de los obispos, procurando los directores espirituales de esos círculos atraer a los operarios, al mismo tiempo, “a la piedad y frecuencia de los sacramentos”.12 Luego, en los Congresos Católicos Nacionales se trabajó en los detalles prácticos, tomando acuerdos, de los cuales  menciono uno, de suma importancia: el de establecer sociedades de éstas en cada parroquia.13

            Si uno cruza este episodio de la historia de la Iglesia con la circunstancia nacional, encuentra interesantes explicaciones. La que llegó a ser la recta final del régimen del presidente Porfirio Díaz fue la época en que se entró de lleno a la corriente del catolicismo social, cuyas características estarían determinadas en buena medida por las condiciones políticas y económicas que se vivían. Aun cuando ya se estaba en ello, ante lo incierto del porvenir para la Iglesia a la muerte de Díaz, en el que no se descartaban las persecuciones, y ante los informes que de la situación mexicana se enviaban para allá (1908), la Santa Sede estimó de urgente necesidad fundar “una organización católica para la acción social”, que incluyera el fomento de las sociedades de ayuda mutua.14 Un requisito para ello  –en un régimen despótico– sería la discreción con que los iniciadores procedieron. Las sociedades de obreros católicos –mutualismo– respondían a la realidad sin entrar en contradicción; es decir, de cara a la idea predominante de la libertad de trabajo (recordemos la prohibición de los sindicatos) y el predominio de una economía precapitalista, que es decir de abundancia de trabajo artesanal –en los oficios– y limitado número de trabajadores asalariados en una relación capitalista de producción.

            Las asociaciones católicas, a diferencia de otras que por lo demás existían en nuestro medio, no fueron gremiales en su primera época; o sea, el punto de coincidencia y unión no fue la pertenencia a un oficio –sastre, talabartero– sino las creencias religiosas,  (además, claro está, del convencimiento de su utilidad); la Rerum novarum mandaba que fueran exclusivamente para los católicos, y en acatamiento de ello los estatutos de las diócesis invariablemente establecían ese requisito de admisión: ser católico, apostólico, romano.15 Tampoco estuvieron constituidas por obreros asalariados en exclusiva –los que no faltaron de cualquier modo–. La denominación obedece a que fueron las condiciones laborales imperantes en los países entonces más industrializados de Europa lo que motivó la intervención de la Iglesia en la cuestión obrera. Apenas diremos de prisa que ya en el primer decenio del siglo xx había gente involucrada en el catolicismo social en Jalisco que, cuestionando la libertad de trabajo, señalaba la desventaja del obrero frente al patrón al momento de celebrar el contrato de trabajo.

4.

En nuestro medio las condiciones económicas no eran mejores; afectaban a obreros, ciertamente, pero lo mismo a la gente ocupada en los oficios, empleados públicos y privados, pequeños propietarios agrícolas, comerciantes al por menor y otros cuya precaria economía hacía pender de un hilo delgado su seguridad y bienestar, los propios y los de la familia. Supuesta la idea liberal de la irresponsabilidad patronal respecto del operario, los raquíticos salarios e ingresos inciertos de muchos otros conducían a lo que parecía el único recurso: la autoayuda. En estas condiciones, ni pensar en un sistema de seguridad como lo representa e integra en nuestros días el Instituto Mexicano del Seguro Social. Pues va el señor Ortiz a emprender, con ayuda de gente del clero y de seglares, la constitución de una cosa parecida, pero sustentada, dije, en la autoayuda, con asociaciones religioso-económicas. Así, se podría acceder a servicios que difícilmente se tendrían en forma aislada en contingencias como cesantía, accidente de trabajo, enfermedad o muerte, y cuyo acaecimiento seguramente conducirían a la miseria y a otras funestas consecuencias.

            El señor cura Luis Macías tuvo presente la vida de privaciones y riesgos que muchos vivían al hacer su propuesta en el Congreso Católico de Guadalajara al que nos hemos referido. Con el objeto de facilitar el establecimiento de las sociedades de obreros, dirige un hipotético discurso a los “Señores Artesanos”. En  las primeras líneas  dice:

El oficio de párroco me impone la obligación de atender al fin común de mis feligreses, y como entre ellos, vosotros los artesanos y vuestras familias forman la parte más numerosa, he juzgado conveniente citaros a este lugar, la parroquia para tratar con vosotros un asunto de importancia. En los tiempos actuales es muy difícil a la generalidad de los obreros atender sus necesidades, porque todas las cosas indispensables para la alimentación, vestido y casa habitación han subido tanto de precio, que ya no hay proporción entre el salario y utilidades de un obrero, con el precio de las cosas que necesita para sí y para su familia; siendo el resultado de esta desproporción el que la generalidad de los obreros tengan que pasar la vida de un modo muy penoso, y que sufran horriblemente en caso de enfermedad. Para remediar tan grande mal se me ha ocurrido formar una Sociedad Cristiana de Obreros, para que se auxilien mutuamente.16

            No menos expresivo fue el autor que promovía el seguro de vida en 1908 en la Sociedad de Obreros del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Guadalajara, que expresa en globo el problema (ha de tenerse en cuenta el significado amplio que se da a la palabra “obrero”: quien vive de su trabajo): “El obrero que vive al día, que ve al volver su familia de enterrar sus despojos mortales en una humilde fosa, no tendría pan que llevar a sus labios si los demás obreros no se lo facilitaban de acuerdo con su compromiso” al impulso, sigue diciendo el anónimo promotor, de la caridad fraternal, que ante la situación calamitosa, se acude a quien no es un “allegado por la sangre, sino hermano en Jesucristo”. Por lo general los obreros son muy pobres, los salarios que ganan apenas les bastan a sus necesidades de momento; si guardan algunos pequeños ahorros, los gastan en su última enfermedad, y al morir, queda su familia en la indigencia. El seguro, concluía, remediaba sus miserias.17 El mismo señor Ortiz se refirió a la situación al dirigirse a los de la sociedad de obreros católicos de Tototlán en abril de 1912: les dijo que fueran empeñosos en el arreglo de sus costumbres, realizaran con entusiasmo las obras de piedad y beneficencia mutua; fueran honrados y algo ahorraran para evitar que anduvieran pidiendo el sustento para ellos y sus familias.18

            En cuanto a las asociaciones establecidas en los años del señor Ortiz, podemos mencionar con una intención meramente ilustrativa las que funcionaron en las parroquias de Tequila, Arandas (con 200 socios), Lagos de Moreno, Santa María del Valle, Ameca, Mazamitla, La Barca, Zapotlanejo, Atotonilco el Alto (con 500 socios), San Juan de los Lagos, Totatiche, Tepatitlán de Morelos (con 200 socios), El Refugio (Acatic). Su funcionamiento y sus servicios eran similares, analogía que queda reforzada por el hecho  de que el gobierno eclesiástico debía aprobar las bases, procurando la uniformidad. Sin embargo, deben destacarse dos casos especiales: la parroquia de Zapotlán el Grande (Ciudad Guzmán), a cargo del presbítero Silviano Carrillo, y dos de Guadalajara, con sede en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, con el padre Antonio Correa. En Ciudad Guzmán comenzó el movimiento mutualista confesional desde antes del arribo del señor Ortiz; también una de las establecidas en el Santuario, que tuvo por primera sede el templo de San Felipe Neri. Pero fue con el obispo Ortiz cuando tuvieron un gran desarrollo.

            La asentada finalmente en el santuario de Guadalupe, de nombre Sociedad de Obreros Católicos de la Sagrada Familia y Nuestra Señora de Guadalupe, fue sin duda la que tuvo las mayores atenciones del señor Ortiz, o acaso debamos decir que es una de las que disponemos por ahora de mayor cantidad de información, y de donde conocemos abundantes expresiones de agradecimiento por parte de los asociados, sentimientos que, proporción guardada, compartió el párroco Antonio Correa, en tanto director de las mencionadas sociedades.19 No podemos tenerlas como estrictamente parroquiales, sino que con los asociados cubrían una amplia parte de la ciudad y sus aledaños.

            Cosa parecida sucedían en Ciudad Guzmán con las asociaciones del padre Carrillo, quien en marzo de 1908 reconocía: “El mutualismo católico en Zapotlán el Grande no es un ensueño o una utopía; es una grata realidad. Unificar la acción católica de los sacerdotes y los fieles en pro de la santa causa de la Religión fue siempre uno de los ideales –podemos decir el principal, y más bello– del Sr. León xiii, así como lo es del actual Pontífice SS Pío x”.20 En Zapotlán, diré para abreviar, fundó varias mutualistas y otras asociaciones vinculadas de similar espíritu.21 En el informe rendido por el presidente de la Unión Católica en septiembre de 1899, correspondiente al año anterior, se señala, entre otras cosas, el socorro dado a 247 socios que por enfermedad “tuvieron que acudir al auxilio de sus hermanos”; que se gastaron en medicinas 11.54 pesos, en honorarios al médico 80, en una función religiosa y en sufragios por las almas de los socios difuntos 40.75 pesos, etc. Como parece ser natural, las expresiones de agradecimiento al párroco habían de estar presentes “por su infatigable celo en procurar el bien de sus feligreses, con especialidad, el bien de la clase obrera, imitando en esto al egregio Pontífice León xiii”.22

            Desde luego que las mutualistas católicas no eran de caridad, de modo que los asociados tenían que pagar cuotas de acuerdo con los servicios que se recibían, aunque, como todo lo hace suponer, los beneficios obtenidos compensaban con creces lo exiguo de las contribuciones, como era de esperarse. Las más pequeñas ofrecían servicio de médico y medicinas, otras pagaban un diario durante la enfermedad y una cantidad en caso de fallecimiento. Las cuotas semanales cobradas por las sociedades de la diócesis eran de 2, 5 o 6 centavos semanales.  

            En el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, a la asociación de varones establecida en 1902 se sumó en el año de 1909 una similar integrada por mujeres. Para ambas, la oferta de servicios fue creciendo paulatinamente: seguro de vida, hospitalización, farmacia propia, servicio oftalmológico, carroza fúnebre, seguro matrimonial. Incluso la posibilidad de adquirir en abonos un terreno para posterior edificación, en un medio donde el alquiler de la vivienda era caro y las casas muchas veces insalubres, en una colonia exclusiva para los asociados: la Colonia Guadalupe de los Obreros Católicos, que podemos ubicar hoy día en la Colonia Guadalupana. Unos pocos datos numéricos dan idea de la magnitud y potencia económica de esta asociación. Establecida en 1902, para 1910 contaba con 13 240 asociados varones y 7 000 mujeres, haciendo un total de 20 240 personas. En 1911, la ciudad de Guadalajara tenía 119 468 habitantes. En 1910, los ingresos acumulados desde su fundación  fueron 12 798 pesos, mientras que sus egresos ascendían a 11 338 pesos.23

            Quizá sea más ilustrativo mencionar el monto de los servicios que hable de su utilidad y del grado de satisfacción de necesidades. Entre 1907 y 1908, con 3 800 varones inscritos, se practicaron 482 visitas médicas, se despacharon 766 recetas, se socorrió por enfermedad a 258 personas (a algunas en varias ocasiones). Así por ejemplo, al enfermo Nemorio Padilla se le entregaron 3 pesos en 6 días, a Lucio Cortés 8 pesos en 6 días, y sigue la lista.24 El informe de las mujeres era similar: por enfermas, a Romana Camacho 3.50 en 7 días, a Ramona Díaz en 4 días 2 pesos.25 Todo indica la existencia de una gran actividad en la sociedad de obreras católicas; en la semana del 28 de mayo al 4 de junio de 1910, la tesorería registró 429 visitas médicas a domicilio; recetas suministradas, 186; sepelios verificados, 10.26 Qué interesante sería llegar a saber –por ahora lo ignoramos– las ocupaciones de las asociadas. Tenemos conocimiento de la existencia de otra mutualista para mujeres, domiciliada en Zapotlán; el señor Ortiz la autorizó a su promotor, el párroco Silviano Carrillo, el 9 de julio de 1907, y se denominó La Sagrada Familia.27

            En Atotonilco, a la viuda se entregaban 25 centavos los 8 días siguientes al deceso del marido. En Zapotlán, en 1907, Nazario Cibrián sufrió un accidente de trabajo, y en tanto socio de la Unión Católica de Obreros recibió a diario 30 centavos; en 1911 murió Cirilo Santos, la misma Unión mandó aplicar una misa y ayudó con 6 pesos para los gastos de entierro.28 El seguro matrimonial, que únicamente hemos encontrado en las mutualistas del Santuario, tenía lo mismo su utilidad. Lo publicitaban recomendándolo para contraer nupcias con desahogo; a los padres de familia para que inscribieran a los hijos y evitaran contraer compromisos “que por lo general son causa de posteriores privaciones y disgustos”.29 Un caso: Ambrosio Gutiérrez, para su matrimonio, recibió por el seguro 25 pesos, habiendo pagado dos pesos 80 centavos.30 Vale la pena señalar que otras asociaciones también proporcionaban cierta ayuda matrimonial.

5.

Eran muy importantes los  servicios que proporcionaban las asociaciones, así se tratara de  una modesta mutualista en parroquia foránea. A la par que se ejercía la fraternidad cristiana, se participaba en la infaltable actividad religiosa en común, cuestión especialmente importante tratándose de los varones, entre quienes se observaba de tiempo una indiferencia religiosa. Por este medio, se afirmaba, muchos regresaron al templo a ilustrarse en religión y moral, y a frecuentar los sacramentos. Refiriéndose a la Unión Católica Obrera de Ciudad Guzmán en 1907, un periodista de allá con admiración escribió: “Es bello espectáculo el que presentan esos doscientos hombres que todos los domingos por la tarde vense rezar juntos, escuchar atentos la enseñanza catequística de su párroco, y dedicarse luego a las tareas del mutualismo cristiano”.31

            Imagínese lo imponente que podían ser las manifestaciones públicas que presenciaban los tapatíos, unos con admiración y otros con recelo, cuando por ejemplo los hombres y mujeres de las sociedades del Santuario de Guadalajara, en cumplimiento de sus obligaciones religiosas, efectuaron en junio de 1912 sendas peregrinaciones de su templo sede a catedral, donde se celebró a continuación una ceremonia; los contingentes los integraron cinco mil socias y tres mil socios.32

            Las sesiones tenían lugar en un anexo del templo, presididas siempre por un sacerdote. La parroquia resultaba también en cierto modo beneficiada: piénsese en los servicios que la mutualista precisaba y pagaba de sus fondos, como el festejo del santo patrón de la asociación. Por ejemplo, la de Tecolotlán enteraba por ese concepto 7.66. Las del Santuario de Guadalajara, por cada asociado difunto pagaban un peso por la misa de sufragio. Además, se establecía una relación entre el obispo y el seglar a través del sacerdote, lo que creaba la posibilidad del trabajo conjunto entre clérigos y seglares en empresas de diversa índole.

            En fin, el señor Ortiz apoyó decididamente esta expresión del catolicismo social, que tanta trascendencia habría de tener a lo largo de toda su historia. Llaman la atención algunas formas particulares de cómo lo manifestó. Por ejemplo, cuando otorgó cien días de indulgencias a los miembros de la asociación de obreros católicos de Tototlán por cada sesión a la que asistieran (1912), o el dinero que entregaba anualmente, con motivo de la fiesta patronal, a la sociedad del Santuario para que se sorteara entre los miembros, hombres y mujeres.33 Y en fin, desde su arribo, estimuló a su presbiterio a ponerse en ese mismo camino.34 Por eso resultan comprensibles las abundantes muestras de agradecimiento que recibió en sus días, y que el recuerdo de quien llamaron padre de los obreros se conservara por muchos años después de su fallecimiento, acaecido el 19 de junio de 1912. Un alcance lo dio a conocer con grandes caracteres: “¡Nuestro querido padre ha muerto!”35

Parte final

Así entonces, esta vertiente de la obra del señor Ortiz tiene el interés de representar los inicios de una empresa que habrá de extenderse y perdurar hasta el inicio de la Cristiada (1926). Fue emprendida, decíamos, en un momento de transición para el país, de la dictadura a la democracia con Francisco Ignacio Madero, que es decir, para la Iglesia, entre la tolerancia (y la contención de las fuerzas católicas por los mismos prelados) y la liberación del catolicismo social. Esto ocurrió en años de incertidumbre durante la ancianidad de Porfirio Díaz, de quien al menos parte de la jerarquía hacía depender la tolerancia, y la revolución maderista, y la guerra, para cuya cesación el señor Ortiz ordenó se ofrecieran rogativas públicas, actos de desagravios y numerosas comuniones.36

            La Santa Sede, que era constantemente informada de los sucedidos mexicanos (en 1908 y años siguientes), deducía de ellos la urgente necesidad de que se tuviera “una organización y acción social católica”.37 Se trataba de preparar el futuro. Por 1910, el delegado apostólico reconocía la existencia de progresos esperanzadores: “la acción católico-social es la única válvula para el futuro de la Iglesia en México. En estos últimos tres años se ha trabajado mucho para los círculos de obreros, y, gracias a Dios, con buen resultado”.38

            Por lo pronto, caído el régimen (Porfirio Díaz renunció el 25 de mayo de 1911), la organización parroquial del mutualismo católico rindió sus frutos en otro ámbito, al encaminársele a favor del Partido Católico Nacional (fundado en 1911, no bien se embarcó Díaz hacia Europa), que con su apoyo obtuvo contundentes triunfos electorales, señaladamente en Jalisco, aunque, por otra parte, el Partido fue causa de diferencias entre católicos liberales y católicos sociales, una disensión interna. En medio de múltiples sucesos, el movimiento mutualista siguió su camino transitando aún, como se dijo, por los años veinte del siglo xx.

            Puede que no sea muy atrevido decir que fue, en efecto, un factor esencial en el retorno de los varones al seno de la Iglesia; y que ya de regreso, integrado el movimiento mutualista católico sin distinción de clases sociales y ocupaciones (no obstante su denominación), constituyera al cabo una población extensa de católicos organizados, hombres y mujeres. En razón de tal importancia, pudo intervenir en compañía de las otras partes del brazo seglar en múltiples acciones en defensa de su religión y de Iglesia.

            Hemos de detenernos aquí, dado que hemos de constreñirnos a lo acontecido en el pontificado del cuarto arzobispo de Guadalajara, don José de Jesús Ortiz. Sabemos que el proyecto llamado catolicismo social no estaba pensado para el tiempo de un obispo ni para el de un Papa. Murió el señor Ortiz, llegó su sucesor, el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez; murió León xiii (1903) y lo sucedió San Pío x. Las cosas siguieron adelante.

            No queremos poner fin al texto sin regresar al nivel parroquial. Quienes podían aportar las cuotas se esforzaban por estar prevenidos ante eventualidades no menos importantes que las que inquietaban con justa razón a funcionarios civiles y eclesiásticos. Una de las opciones que se les ofreció fue la mutualidad que promovía el párroco, y de ella muchos se asieron.

            Seguramente quienes mejor llegaron a saber de los auxilios que proporcionaba el mutualismo católico en momentos calamitosos de la vida fueron quienes los recibieron. Por ello terminamos cediendo la palabra a Dominga González, quien en su carta de agradecimiento dirigida al padre Antonio Correa de abril de 1909 dice ser mujer sola, viuda y anciana, cuyo marido fue miembro de la asociación de obreros católicos del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, gracias a lo cual prontamente recibió los auxilios de médico y medicinas y el socorro de 50 centavos diarios. Fallecido él, se entregó a la viuda una caja decente y cera para su cadáver. Ya que estaba asegurado, recibió por ese concepto 57 pesos con noventa centavos. Luego agrega que, en vista de tan caritativos beneficios, no he podido guardar silencio y hoy, con mi alma inundada de profunda gratitud, doy públicamente gracias al Ilmo. y Rmo. Sr. Arzobispo, Apóstol ejemplar de la clase obrera, a Ud. el padre Correa cooperador de obra tan bienhechora y a todos los obreros católicos inscritos en esa Sociedad, por el espíritu tan noble que les anima en pro de una causa tan querida y recomendada por la Iglesia.39



1 Doctor en ciencias sociales, forma parte del Departamento de Historia Universidad de Guadalajara y del de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara (DEHAG). El autor reconoce que el acopio de buena parte de la documentación de este artículo la hizo el pasante en historia Diego Espejel Jiménez, también integrante del DEHAG.

2 Documentación sobre su arribo y toma de posesión el 6 de enero de 1902 y su primera carta pastoral, en Boletín Eclesiástico de Guadalajara, 22 de diciembre de 1901 (se enuncia la designación), 8 y 22 de enero del año siguiente.

3 Carta pastoral del arzobispo José de Jesús Ortiz con motivo del Congreso Eucarístico, Guadalajara, septiembre de 1906. Congreso 3º Católico Nacional… vol. I, p. 58. Se puede leer también en Boletín Eclesiástico y Científico del arzobispado de Guadalajara, t. III, pp. 325-337. Incluye el programa general.

4 Una muy ilustrativa descripción del estado en que se encontraba la Iglesia de Guadalajara en 1864 se puede leer en la Relatio ad limina del arzobispo Pedro Espinosa, felizmente asequible en el Boletín Eclesiástico. Órgano oficial de la arquidiócesis de Guadalajara, 2 de febrero de 2009.

5 Unas líneas del documento que estimamos esencial al caso son: “Que los sacerdotes sean más diligentes para convocar a ellos a los templos con más frecuencia al pueblo fiel. Que no cesen de predicar en ellos la palabra de Dios en estilo claro e inteligente, exhortando siempre a la oración y a la penitencia; y absteniéndose de toda alusión que pueda servir de pretexto para que se les calumnie como incitadores a la revuelta”. Instrucción pastoral de los Illmos. Señores arzobispos de México, Michoacán y Guadalajara, dirigen a su venerable clero y a sus fieles, con ocasión de la Ley Orgánica expedida por el Soberano Congreso Nacional, en 10 de diciembre de del año próximo pasado, y sancionada por el Supremo Gobierno en 14 del mismo mes, Guadalajara, Imprenta de N. Parga, 1875, p. 24.

6 Cuyo impacto nos refiere el arzobispo de Guadalajara, Pedro Espinosa, en 1864: “mientras subsistan las leyes de la reforma, de las que hice una amplia  relación para su Santidad Pío ix, faltará la inmunidad de la Iglesia y el Clero, el ejercicio de la Potestad eclesiástica, la unidad del principio religioso”, etcétera, de modo que “en ellas estará permanentemente presente la violencia contra los asuntos eclesiásticos”. De la visita ad limina citada con anterioridad.

7 Congreso  3º Católico Nacional y 1º Eucarístico, vol. 2, Guadalajara, Tipografía y Encuadernación de “El Regional”, 1908, pp. 146-147. Información sobre el señor De la Mora, en Daniel R. Loweree, Breve biografía del Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Miguel M. de la Mora, obispo que fue de Zacatecas y San Luis Potosí, Guadalajara, s. ed., 1961.

8 Francisco Banegas Galván, El porqué del Partido Católico Nacional, México, Jus, 1960 1915, p. 32. Banegas murió siendo obispo de Querétaro. En las siguientes páginas del libro que se cita puede leerse el enjuiciamiento que hace a católicos  por el espíritu de transacción que asumieron en la época de Díaz.

9 Para conocer otro aspecto de sus trabajos puede consultarse del doctor y presbítero Juan González Morfín “Labor pastoral del cuarto  arzobispo de Guadalajara a la luz de su magisterio escrito”, Boletín Eclesiástico. Órgano oficial de la arquidiócesis de Guadalajara, febrero de 2013.

10 Los párrafos pertenecen a la encíclica Rerum novarum.

11 Sobre dicho Concilio, en su sermón dirigido al cabildo catedralicio de Guadalajara, el 28 de mayo de 1899, el  presbítero Jesús Alonzo dijo: “Y vendrán nuestros ausentes pastores trayéndonos de allende los mares el gran código disciplinar que ha de servir de norma en la vasta extensión del territorio latinoamericano”. La iglesia metropolitana de Guadalajara estuvo representada por el obispo de Colima, don Atenógenes Silva. Colección de Documentos Eclesiásticos. Número especial dedicado a Su Santidad el Sr. León xiii, con motivo de la apertura del Concilio Plenario de la América Latina, Guadalajara, mayo 28 de 1899, Guadalajara, Tipografía Católica de A. Zavala y Compañía, 1899.

12 Del párrafo769. Actas y Decretos del Concilio Plenario de la América Latina, Roma, Tipografía Vaticana, 1906. El Párrafo 765 contiene sucintamente las directrices referentes a las relaciones obrero-patronales contenidas en Rerum novarum.

13 He aquí una de las conclusiones del Tercer Congreso Católico Nacional y Primero Eucarístico, Guadalajara, 1906: “En cada Parroquia habrá una sociedad de obreros católicos, convocada y presidida por el párroco”. “En las sesiones no falten –dice la conclusión– preces a Dios y a la Santísima Virgen María…”, Congreso 3º Católico Nacional…p. 236, vol. I.

14 La información está tomada del libro de Carlos Francisco Vera Soto La formación del clero diocesano durante la persecución religiosa en México. 1910-1940, México, Universidad Pontifica de México, 2005. Se trata de un informe del delegado apostólico José Ridolfi de 1908, en Vera, p. 175; entre las páginas 176 y 177, las recomendaciones de la Santa Sede en un documento preparado para ser enviado al mismo Ridolfi, que Vera localizó en el archivo de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios.

15 De manera ilustrativa cito el Reglamento de la sociedad mutualista de Nuestra Señora de Guadalupe establecida en la parroquia de Totatiche  el día 14 de noviembre de 1912, Guadalajara, Jal., Tip. del Orf. del S.C., 1914, artículo tercero. Y Bases reglamentarias de la Sociedad de Obreros Católicos de Ahualulco, Guadalajara, Jalisco, Imprenta C.M. Sains, 1919, artículo séptimo.

16 Memoria presentada por el señor cura don Luis Macías (entonces lo era de la parroquia de Tonalá) que desarrolla el tema “Medios económicos y prácticos para establecer en las parroquias las sociedades de obreros”.  Congreso 3º Católico Nacional…p. 502, vol. ii.

17 “Seguro en caso de muerte”. El Obrero Católico. Órgano de la Sociedad de Obreros Católicos de la Sagrada Familia y Ntra. Sra. de Guadalupe, Guadalajara, 17 de mayo de 1908. La sociedad estaba aún en el templo de San Felipe Neri.

18 En la tesis de doctorado en Humanidades del autor de estas líneas, “El catolicismo social en la diócesis de Guadalajara, 1891-1926”, Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, pp. 53-54.

19 El padre Correa nació en Guadalajara el 8 de mayo de 1876 y murió en la misma ciudad el 28 de agosto de 1963. Datos sobre su trayectoria en Boletín Eclesiástico de Guadalajara y de la Baja California, octubre de 1962.

20 Citado por Ramiro Camacho, Historia del Silviano Carrillo, Fundador de las Siervas de Jesús Sacramentado, Guadalajara, Editorial El Estudiante, 1946, p. 134.

21 El párroco Silviano Carrillo escribe al señor Ortiz el 30 de enero de 1911: curato de Zapotlán: “tengo establecidas en esta ciudad tres sociedades mutualistas, y actualmente trabajo por fundar otra, y de las existentes soy director”. Boletín Eclesiástico y Científico del arzobispado de Guadalajara, 22 de febrero de 1911.

22 La Unión Católica, Zapotlán, 8 de octubre de 1899.

23 El Obrero Católico, 8 de enero de 1911.

24 Ibíd., 5 de octubre  de 1908.

25 Ibíd., 8 de octubre de 1911.

26 Restauración Social, Guadalajara, 15 de julio de 1910.

27 Camacho, Historia del Sr. Obispo…, p. 128. En las páginas 141-142 el mismo señor Carrillo explica las razones que tuvo para la fundación y quedó establecida poco después. Reglamento de la Sociedad mutualista de la Sagrada Familia, fundada en esta ciudad el 26 de abril de 1908, Zapotlán, Imp. de “La Luz de Occidente”.

28 La Luz de Occidente, Ciudad Guzmán, 15 de diciembre de 1907 y 19 de febrero de 1911.

29 El Obrero Católico, 5 de noviembre de 1911.

30 El Obrero Católico, 11 de febrero de 1912.

31 Citado por Camacho, p. 133.

32 El Obrero Católico, 9 y 23 de junio de 1912.

33 El Obrero Católico, 11 de febrero de 1912.

34 El señor Ortiz mandó que se publicaran las bases generales de la Asociación Guadalupana de Artesanos y Obreros Católicos, fundada en 1902 y dirigida por él. Para el redactor de la nota que las precede, el prelado daba el ejemplo al clero de esa acción social “que tanto recomienda y reclama el Sumo Pontífice”; además, remitía a un artículo aparecido en la misma publicación poco antes, intitulado “El sacerdote social”, donde se recuerdan las reiteradas ocasiones en que León XIII insistía en la necesidad de que el sacerdote saliera de la sacristía y fuera al pueblo. “A los sacerdotes”, Boletín Eclesiástico publicación oficial de la S. Mitra de Guadalajara, 22 de abril de 1903. “El sacerdote…”, en la misma publicación, pero de 22 de marzo anterior.

35 Alcance a El Obrero Católico, 19 de junio de 1912. Fue Pátzcuaro el lugar de su nacimiento, el 29 de noviembre de 1849.

36 Edicto de 15 de mayo de 1911, Boletín Eclesiástico y Científico del arzobispado de Guadalajara, 8 de junio de 1911.

37 Citado por Eduardo Chávez Sánchez, Historia del Seminario Conciliar de México, México, Porrúa, 1966, t. i; se citan las comunicaciones entre el Secretario de Estado de la Santa Sede y el delegado apostólico  Giuseppe Ridolfi. Véase la p. 831. En uno de los informes, de 5 de agosto de 1909, Ridolfi  expresa confianza en la fortaleza de Díaz, de modo que la Iglesia no tendría nada que temer, a condición de que Díaz no “desaparezca de la faz de la tierra”, p. 839.

38 Citado por Chávez Sánchez, Historia del Seminario, p. 845.

39 El Obrero Católico, 2 de mayo de 1909.

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