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Ser y esencia de la Provincia Eclesiástica de Guadalajara. Homilía de la Misa de Renovación del Patrocinio de la Virgen de Zapopan

+ Juan Humberto Gutiérrez Valencia

Pronunciada por uno de los señores obispos auxiliares de Guadalajara el 11 de octubre del 2014, esta pieza de oratoria sacra se engasta en el marco del aniversario 150 del nacimiento de la Provincia Eclesiástica de Guadalajara y del 25 del celestial patrocinio de la Virgen de Zapopan sobre la Arquidiócesis tapatía.

En la víspera de la multitudinaria romería de la venerable imagen de Nuestra Señora de Zapopan a su basílica, nos congregamos en la explanada del Instituto Cultural Cabañas a renovar el patrocinio que a nombre de la Arquidiócesis de Guadalajara hizo público un día como hoy, hace 25 años don Juan Jesús Posadas Ocampo, que en paz descanse.

Lo hacemos con la fe puesta en el único que puede abrirnos el reino de los cielos, Jesucristo nuestro redentor, fruto bendito del vientre de María como lo proclama el Evangelio que acabamos de escuchar, Luz del mundo que vino a ahuyentar de los antiguos habitantes de estas tierras las tinieblas del miedo del error y de la ignorancia acerca de la vida futura.

Ratificamos la fe y confianza de nuestros padres en María, la mujer concebida sin mancha del pecado original, representada entre nosotros en esa pequeña y frágil imagen de pasta de caña de maíz elaborada hace casi quinientos años, fiel compañera del misionero fray Antonio de Segovia, infatigable evangelizador de nuestra región y es por eso considerada la aurora y estrella de la evangelización.
Queremos reafirmar nuestro deseo sincero de apoyar nuestra vida en la palabra de Dios a ejemplo de María la dichosa por haber creído, que sin reservas se abandonó a la palabra, dando paso a la encarnación del Hijo de Dios para vivir entre nosotros.

Nuestra Iglesia diocesana celebra con un año jubilar este 2014, el 150 Aniversario de haber sido elevada a la categoría de Arquidiócesis, constituyendo con sus 7 diócesis sufragáneas a saber: Colima, Tepic, Aguascalientes, Autlán, Jesús María del Nayar, San Juan de los Lagos y Ciudad Guzmán, la Provincia Eclesiástica de Guadalajara.

Fue el 17 de marzo de 1864 en la parroquia de Lagos de Moreno donde el último obispo y primer arzobispo de Guadalajara don Pedro Espinoza y Dávalos hizo efectiva la bula “Romana Ecclesia” promulgada un año antes por el beato Papa Pío IX por la que el obispado tapatío quedaba separado de la sede primada de México, de la que dependió por más de 300 años.

La nueva provincia metropolitana con Guadalajara al frente comprendía un territorio inmenso: las diócesis de Durango, Sonora, Linares (Monterrey), Zacatecas, el vicariato de la Baja California, prácticamente todo el norte del país.

Lejos de ser sólo un título de honor el hecho de ser una arquidiócesis, ha significado para nuestra iglesia de Guadalajara un fuerte compromiso para promover acciones pastorales comunes, fomentar el diálogo y la colaboración entre los obispos de las diferentes diócesis sufragáneas. Basta recordar algunas de las obras impulsadas por sus arzobispos: don Pedro Espinoza y Dávalos valeroso y ecuánime en la persecución; don Pedro Loza y Pardavé creador de las escuelas parroquiales y restaurador del Seminario conciliar; don José de Jesús Ortiz y Rodríguez llamado padre de los obreros; del siervo de Dios don Francisco Orozco y Jiménez de admirable fortaleza en la tribulación, que por su fidelidad a Dios y a la iglesia sufrió varios destierros; el primer cardenal mexicano don José Garibi Rivera constructor y restaurador de la paz social; el virtuoso cardenal don José Salazar López a quien tocó llevar a la práctica las reformas y orientaciones del concilio Vaticano II y tuvo la suerte de recibir al más ilustre de los huéspedes de nuestra patria San Juan Pablo II; el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, iniciador del segundo sínodo diocesano; el cardenal don Juan Sandoval Iñiguez quien concluyó el segundo sínodo diocesano, llevó a feliz término la canonización de los mártires mexicanos e inició e impulsó la construcción de su Santuario y obtuvo la sede del 48 Congreso eucarístico nacional; el cardenal don José Francisco Robles Ortega que en estos momentos representa al episcopado mexicano en el sínodo de la familia en Roma.

Ciertamente lo que se ha logrado en estos 150 años como Arquidiócesis y ya antes en los más de 300 años como diócesis en el campo de la evangelización, de la cultura, de las obras sociales y de caridad, ha sido posible bajo el amparo y protección de Nuestra Señora de Zapopan, pues no hay que olvidar que su presencia en nuestro suelo data del año 1530.

No está por demás mencionar las circunstancias históricas en las que se desarrolló la vida de la arquidiócesis. Los primeros 42 años del México independiente, el estado aceptó la religión católica como oficial; pero en la segunda mitad del siglo XIX se extendió por todo el mundo occidental una oleada de laicismo y liberalismo, consecuencia de la Revolución Francesa. Se dio la separación de la Iglesia y del Estado que no siempre se llevó a cabo pacíficamente, sino que provocó enfrentamientos sangrientos entre las diversas facciones: liberales y conservadores. Se tuvo pues en nuestra patria una separación hostil por la que el Estado mexicano pretendió someter a la Iglesia católica despojándola y anulando su presencia en la vida pública de la sociedad civil, arrinconándola en los templos y sacristías. Expresión clara de esa pretensión son las leyes de Reforma. La Iglesia lejos de acabarse, salió fortalecida de la persecución, despojada de privilegios y propiedades materiales y purificadas por el sufrimiento.

Un efecto tardío, pero directamente relacionado con el anticlericalismo de los gobiernos del siglo XIX, renovó entre los años 1915 a 1940 una violenta oposición a la Iglesia católica, que desembocó en una persecución crudelísima entre 1921 a 1929.

La situación ha ido cambiando en México desde 1992: las leyes que por más de 100 años negaron la existencia jurídica de la Iglesia, aceptaron la realidad y reconocieron el derecho de la Iglesia católica a existir y con limitaciones todavía, el derecho a la libertad religiosa. No había sido en vano el derramamiento de la sangre de tantos católicos, algunos canonizados o beatificados, que murieron o sufrieron en aras de la libertad religiosa.

Somos pues herederos de una rica herencia: la fe católica. Nuestros antepasados fueron verdaderos héroes que ofrecieron su vida por conservar el tesoro de nuestra religión. Cuidemos de no dilapidar nuestro patrimonio, pues las tendencias del mundo actual con la búsqueda desenfrenada del bienestar material, del placer, de la comodidad, de la idolatría del dinero y de una libertad mal entendida que raya en un individualismo que debilita los vínculos entre las personas y hace que se olviden los verdaderos valores, se caiga en el relativismo donde cada individuo establece a su gusto su verdad y su regla de conducta moral, teniendo como consecuencia la pérdida del sentido y el respeto a la vida y dignidad de las personas; de ahí la violencia del crimen organizado, la violación de los derechos humanos, los secuestros, las extorsiones, los abortos y otros por el estilo.

Algo muy de nuestro tiempo son los ataques a la familia, célula básica de la sociedad. Urge proteger y defender la familia natural, en ella se juega el futuro de la patria y de la humanidad. Familia donde no sólo se procrea a los hijos sino donde también se les educa, se les transmite la fe y se les enseña el respeto y amor a los demás. Por esta razón el Papa Francisco ha reunido en estos días un sínodo con representantes de los obispos de todo el mundo para afrontar con la ayuda del Espíritu Santo los desafíos pastorales de la familia en nuestro tiempo.
Sin embargo, no hay que caer en el pesimismo; el Papa Francisco nos invita a tener una mirada de fe sobre la realidad: nuestro pueblo tiene una reserva moral de valores de auténtico humanismo cristiano; el Espíritu Santo sigue actuando en nuestro patria donde una gran mayoría ha recibido el bautismo y vive una cultura popular marcada por la fe, a la cual es muy necesario evangelizar y purificar para que llegue a madurar y precisamente la piedad popular es el mejor punto de partida para conseguirlo.

Es urgente abrir camino a la evangelización: todos los bautizados somos llamados a vivir la alegría de la buena noticia de que Dios nos ama, nos hace sus hijos, de que nunca nos abandona pase lo que pase, y de que nos congrega en una familia, la iglesia, nos da una madre, María.
María es el regalo de Jesús a su pueblo; en el momento supremo de la cruz nos la entrega como Madre Nuestra. Cristo nos lleva a María porque no quiere que caminemos sin una madre, nos dice el Papa Francisco y Ella nos lleva a Jesús; Él, no quiere que falte en su iglesia la figura femenina. Ella, continúa diciéndonos el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium como madre de todos es signo de esperanza y consuelo para todos los que sufren. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida abriendo los corazones a la fe con cariño materno. Como una verdadera madre Ella camina con nosotros, lucha con nosotros y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. Ella en su imagen bendita de Nuestra Señora de Zapopan, comparte la historia de nuestro pueblo, Ella ha recogido nuestras alegrías y penas al recorrer las comunidades parroquiales de nuestra zona metropolitana.

A la madre del evangelio viviente le pedimos su intercesión para que nuestra Iglesia diocesana entre de lleno en la nueva Evangelización; para que desterremos toda división y estrechemos los lazos de una fraternidad solidaria, nos lleve a reconocernos y tratarnos como hermanos en Cristo comprometidos en la construcción de la civilización del amor.



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