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El soldado de ¡Cristo Rey!

Anónimo1

FLOR DE HEROÍSMO

La mano despiadada del presidente rojo continúa segando en flor ¡a juventud católica mejicana: día tras día caen en el campo de la defensa religiosa las más bellas y puras' esperanzas de la Iglesia y de la Patria.

Espectáculo sublime el de una juventud, que ofrece generosa su sangre inmaculada en aras de su Dios y de su fe.

TRAS EL CLARÍN DEL COMBATE

Después de prolongada y heroica resistencia pasiva a los preceptos de una constitución que viola los derechos divinos y las libertades humanas, sonó para el católico pueblo mejicano el clarín del combate. Los primeros en percibir los acentos bélicos de la “lucha santa” fueron los jóvenes, que con gallarda valentía, despreciando un mundo de ilusiones y de amores, corren a alistarse en las filas de los nuevos cruzados.

La generación actual necesitaba el ejemplo de una juventud que en pleno siglo xx, tuviera el valor de proclamar la Divina Realeza ante las bayonetas y fusiles de los enemigos de Cristo.

Uno de los primeros en adherirse a los escuadrones de las reconquistas cristianas, fue Antonio Acuña, joven de 21 años de edad, congregante de la Virgen y miembro de la Asociación Católica de la Juventud Mejicana.

Acuña había consagrado todas sus actividades al apostolado, fue colaborador entusiasta de la revista Militia, órgano de las juventudes católicas en Coahuila, y más tarde organizador incansable de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.

En el mes de septiembre juró solemnemente luchar hasta derramar su sangre por la causa de Jesucristo y por la sumisión a los jefes libertadores.

A LOS PIES DE LA VIRGEN

El 10 de enero de 1927, antes de partir a los campos de la lucha, se reúnen en casa de Acuña varios de sus compañeros de armas, y, postrados a los pies de la Virgen, se consagran a Ella implorando su protección en la ardua y difícil empresa a que les lleva su amor a Jesucristo. En torno de ellos se hallan también de rodillas los padres y hermano de los noveles guerreros de Cristo Rey, que ven, no con dolor, sino con alegría, cómo se aprestan para la lucha aquellos seres queridos. Terminada su oración, los jóvenes dan el último adiós a sus familias y se encaminan hacia las afueras de la ciudad, donde se incorporan a los demás libertadores.

PRIMERA BATALLA Y ÚLTIMOS TRIUNFOS

Después del primer combate, Acuña recibe orden de comunicarse con otro de los grupos católicos; la obscuridad de la noche y el ignorar el camino le obligan a pernoctar en lo alto de una sierra. A las primeras horas del siguiente día reanuda su jornada; y ya en las inmediaciones de la Hacienda El Cedrito, le capturan las avanzadas del gobierno.

-¿Quién es usted?- pregunta al intrépido joven el jefe de las tropas.

-Antonio Acuña - responde el interpelado sin inmutarse.

-¿De dónde viene?

-Del Saltillo.

-¿Por qué lleva usted armas?

- Porque las necesito para mi defensa.

-Usted es de los rebeldes, pero parece buen muchacho, sin duda que anda engañado.

Le dejo en libertad, pero tenga cuidado. Si de nuevo le capturan diga que ya ha sido revisado por mí.

Acuña continuó su camino sin dar la menor señal de temor. Al llegar al Cedrito, pide al administrador de la hacienda, de comer. El jefe del destacamento que había acampado allí, al enterarse de la llegada del joven, le llama a su presencia: las mismas preguntas del interrogatorio anterior se repiten de nuevo y a ellas contesta Acuña con la misma serenidad y valor, y por segunda vez queda en libertad. Momentos después, un jefe socialista dice al coronel: “A este joven hay que revisarlo, pues debe ser de los libertadores”. En efecto, comienzan a registrar a Acuña minuciosamente; le encuentran una libreta con la lista de los compañeros de armas y manifiestos de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.

Una vez descubierto, los soldados se burlan de él y le injurian; con gran entereza responde el intrépido luchador de la causa católica: “Sí, soy soldado de Cristo Rey; tengo el grado de Mayor en el ejército de la Libertad; y llevo dinero, porque estoy encargado de pagar a los soldados”.

Las palabras del joven encienden más la ira y el odio sectario de los enemigos de Cristo; y entre injurias y blasfemias le echan un lazo al cuello al mismo tiempo que dan contra él sentencia de muerte. Acuña, al oír que será pasado por las armas, no se inmuta, y sólo pide unos instantes para escribir unas cuantas líneas o su familia antes de morir. Los verdugos le otorgan sin dificultad el permiso. Al terminar la carta, consciente de que muere por odio a Cristo, se firma “mártir”. Los soldados encuentran en el postrer escrito de su víctima nuevos motivos de escarnio; la familia del mártir2 no tiene el consuelo de leer sus últimas palabras, porque la carta fue destruida.

EL SOLDADO DE CRISTO REY

 Antes de morir, ante el pelotón de soldados ya dispuesto para disparar, en un gesto sublime de valor y de fe, dice el invicto joven:  “Ustedes son soldados de un mal gobierno... Yo soy soldado de. Cristo Rey”. Y aquella frente pura se irguió con la gallardía del mártir y exclamó: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. La descarga se oyó al mismo tiempo que caía teñido en la púrpura de su sangre el Soldado de Cristo Rey.

Ante la tumba del nuevo mártir bien podemos escribir estos inspirados versos con que un poeta mejicano ha cantado el martirio de Acuña:

“Duerme en paz en tu tumba, noble soldado, / con la tierra sangrienta por ataúd... / no morirá tu nombre, / pues ha jurado salvar a nuestra patria la juventud. / No morirá tu nombre, cuando el infierno / vencido en nuestro suelo, triunfe la Ley, / será en mármol y bronce tu grito eterno: “Vosotros sois soldados de un mal gobierno, yo soy soldado de Cristo Rey”.

EL LAZO ETERNO DE AMISTAD

El mismo día y en el mismo lugar fue ejecutado también por Cristo, Teodoro .Segovia, íntimo amigo de Acuña y que se había unido a los libertadores, atraído por los consejos de su fiel compañero.

Segovia se resistía mucho al principio a tomar las armas, pero al fin lo hizo, convencido de la necesidad y justicia de la causa a que le exhortaba Acuña, y siguiendo los deseos de su cristiana familia.

Ya formado el cuadro para fusilarlo, confesó por última vez la alteza de miras con que se había lanzado a la defensa armada: “Yo he venido, dijo, a pelear por la Virgen de Guadalupe. ¡Viva Cristo Rey!”

Una nueva descarga unió con igual triunfo a aquellos dos héroes de Cristo. El lazo de amistad que en el mundo los unió hasta el martirio, no se ha roto, se ha estrechado más, pues les une en amistad eterna.



1Cf. Hojitas, núm. 20, 2ª edición, 4 pp., 15 por 10 cm., Barcelona, Isart Durán Editores, 1927. Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas”  es el estudio Ana María Serna, “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicado en las páginas de este Boletín en los meses de noviembre y diciembre del año 2013.

2 Mártir le llamamos, sin intención de prevenir el juicio de la Iglesia



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