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Guadalajara y su región: cambios y permanencias en la relación religión-cultura-territorio (1ª parte)

 Renée de la Torre

Usando como medio la antropología social, una especialista en el tema publicó hace diez años un incisivo análisis desde este punto de vista, en torno a la reconfiguración del fenómeno religioso en la capital de Jalisco y su extensa zona metropolitana, que en pocos tiempo ha dejado de ser tradicionalmente católica para convertirse en un mosaico de ideas muy plurales respecto a sus alternativas para creer o no.

Introducción

Hace algunos años el historiador Luis González (1983), cuestionaba la perti­nencia de seguir hablando del Occidente de México como una región cultural, pues argumentaba que actualmente no existe una representación colectiva que haga referencia a la región occidente. Si a alguien se le preguntara: ¿de dónde eres?, difícilmente atinaría a responder “del occidente de México”. Por otra parte, el autor advertía que la singularidad cultural del occidente estaba a pun­to de extinguirse, ya que cada vez eran más los rasgos culturales compartidos con el resto del país, y menos aquellos que nos distinguían de otras regiones. Con lo cual don Luis González descartaba la persistencia de dicha región, y con ello la utilidad para seguir hablando de ella, ya que no era un referente de identidad al cual se adscribieran simbólicamente los habitantes del territorio. Si esto fuera así, cabría entonces replantearnos, ¿por qué los estudiosos nos afe­rramos a seguir hablando del centro occidente como una región con caracte­rísticas culturales propias? ¿Por qué para quienes hacemos estudios sobre el tema de lo religioso, se nos hace útil pensar los fenómenos estudiados en el marco de una región? ¿Realmente, puede tener utilidad seguir sosteniendo la existencia de esta región o es mera nostalgia?

Antes que nada, tengo que reconocer que para este trabajo, es ineludi­ble poner centralidad en la organización territorial eclesiástica, por la hegemo­nía que históricamente ha tenido en esta zona. Para regionalizar la variablereligiosa, el territorio que enmarca al estado no es el territorio idóneo para mis fines. La organización territorial de la Iglesia católica, trazada en sus demarcaciones institucionales, como son: arquidiócesis, diócesis y parroquias, no corresponde con las divisiones político administrativas. El segundo obstáculo es que no puedo trazar tampoco la región centro occidente como territorio, pues éste es variable en el tiempo y carece de fronteras precisas. Por ello, me planteo en este trabajo entender la región desde una perspectiva nodal, es decir, establecer la hegemonía que Guadalajara, como centro de poder eclesiástico de evangelización (inicialmente católica, y recientemente más diversificada con la presencia de otras iglesias y movimientos religiosos), ha ejercido históricamente. Considerando los fenómenos religiosos que articulan una cultura regional, así como aquellos de pérdida de influencia o desarticulación de espacios sociales y territorios geográficos.

Esta decisión se debe también a que las realidades locales y regionales no son impermeables a los flujos de globalización e internacionalización. En el contexto actual, las instituciones históricas y tradicionales se ven atravesadas por los intercambios humanos provocados por la migración y por los intensos flujos culturales generados por la presencia de los medios masivos de comunicación, que se han venido incorporando a la vida cotidiana y que funcionan como nuevos referentes identitarios.

Por ello, actualmente la hegemonía cultural y las identidades se definen más por redes de relaciones sociales dispersas en el espacio que conectan, vinculan y articulan lugares, y no tanto por aquellas contenidas en territorios con fronteras claras y permanentes. Para trazar estas relaciones en el espacio, retomo la propuesta de Claudio Lomnitz (1992 y 1995), quien atiende la cultura observando tanto los rasgos homogéneos o compartidos, como los universos de diversidad cultural.

Para trazar la región consideraré la articulación entre la existencia de lugares comunes de comprensión que atraviesan y vinculan a los grupos locales y a las clases sociales; así como los puntos de tensión y de contradicción manifestados por los intereses de distintos actores sociales que conforman la región.

Cuatro aspectos organizan el contenido de este artículo: 1. los emblemas culturales mediante los cuales los pobladores se identifican con la región; 2. las instituciones y las prácticas que han construido el carácter histórico de la región; 3. las relaciones de poder hegemónico que constituyen una región nodal; y 4. los nuevos retos que plantea la diversidad de lo religioso en la reconfiguración regional de lo religioso.

1. Lo que históricamente caracteriza a la región: continuidades y rasgos particulares

Estudiar una región debe llevar consigo la intencionalidad de trazar la dimensión territorial e histórica de una relación natural, humana o social. Nuestra variable será la cultura vinculada con la religiosidad de Guadalajara, y se buscará establecer los rasgos dominantes que construyen una identidad regional, a partir de la cual sus pobladores se reconocen en ella y se distinguen de otros.

Para ello priorizaremos el tiempo, ya que los alcances de hegemonía territorial del eje articulador pueden variar (acortarse o ensancharse) a través del tiempo. Para ello distinguiremos cinco etapas: 1. la evangelización colonial y la formación histórica de una identidad criolla; 2. el catolicismo social, antiliberal y antisocialista; 3. Garibi Rivera y la Acción Católica: el catolicismo conciliador; 4. el Vaticano ii y la regionalización pastoral del territorio nacional; y 5. la diversidad religiosa.

Es ilustrativo volver a los orígenes de la palabra región, cuya etimología proviene del vocablo latino regio, que significa: “líneas rectas trazadas en el cielo por los augures para delimitar las partes”. El término región ha sido desde sus orígenes más remotos hasta la actualidad un concepto impreciso, pero a la vez flexible, resultado del diseño arbitrario de líneas y fronteras trazadas por los augures según su intencionalidad o finalidad.

Queda claro -como lo sostuviera Van Young- que la región más que ser una realidad ajena al sujeto cognoscente, es en sí misma una hipótesis a comprobar empíricamente. La región se construye como un instrumento heurístico que permite establecer la espacialidad de los fenómenos sociales, de acuerdo a criterios específicos y determinados, que durante el desarrollo de las ciencias sociales se han ido adaptando a las nuevas tendencias sociológicas.

Por ejemplo, los primeros estudios sobre regiones estaban vinculados estrechamente con la geografía. Las regiones eran consideradas básicamente como “naturales”, y se trazaban las extensiones territoriales atendiendo la unidad en sus paisajes, en las condiciones climáticas, en los productos naturales, o en su población étnica. Cierto es que las condiciones del medio ambiente han contribuido a darle forma a la organización económica, cultural y hasta política de un conglomerado social -como lo propusiera Manuel Gamio en 1922-, pero en el momento actual la geografía clásica, que suponía una región natural, ha pasado a un segundo término debido a los enfoques que propusieron que toda región era producto de una construcción histórica.

2. La evangelización colonial y la formación histórica de una identidad criolla

El nacimiento y la conformación histórica de la región Occidente de México, data de principios del siglo xviii -según lo fundamenta Tomás Calvo- pues antes de la existencia de la Nueva Galicia, no existía un principio natural unificador, sino que fue el factor humano, mediante las actividades comerciales y de evangelización cristiana, el elemento a partir del cual se constituyó el territorio, que desde su nacimiento se organizó como una región nodal, en torno a la ciudad de Guadalajara.
El Reino de Nueva Galicia no tenía la misma extensión que el territorio eclesiástico de Guadalajara, el cual era mucho más vasto: limitaba al sur con Michoacán y hacia el oeste con el mar, pero hacia el norte no tenía límites fijos, y su hegemonía -conquistada tanto por las armas como por el Evangelio- se extendía más allá del río Bravo, hoy frontera con Estados Unidos de Norteamérica.

Guadalajara fue nombrada diócesis a partir de 1548, y aunque en su inicio fue sufragánea de la Arquidiócesis de México, su hegemonía y control territorial no era menor. Fue hasta 1863 cuando recibió el nombre de arquidiócesis y abarcaba los hoy estados de Nayarit, Jalisco, Aguascalientes, Colima, Guanajuato y Michoacán.
Desde la fundación del Reino de Nueva Galicia, la religión católica fue un factor importante en la unificación regional del centro occidente, que a partir de principios del siglo xviii, se constituyó en una región nodal alrededor de Guadalajara. Fue durante el siglo xx que la clase dominante regional “se volvió oligarquía al irse apropiando de las burocracias civiles y eclesiásticas, y por tanto, de las instituciones gubernamentales, financieras, educativas y religiosas”.
El territorio de lo que hoy reconocemos como región occidente era extenso, variado y fracturado. El historiador Tomás Calvo platicaba que en las ciudades del Occidente debería haber monumentos a las mulas, en parte porque hicieron posible el intercambio comercial y el acceso a lugares distantes y resguardados por montañas rocosas o por profundas barrancas, pero principalmente porque fueron las mulas las que definieron las fundaciones de muchos de los principales poblados. Me explico: las mulas, además de cargar mercancías, llevaban las imágenes religiosas traídas desde España para colonizar católicamente a la región, y ahí donde la mula se estacionaba por cansancio o necedad, era interpretado por los viajeros como un milagro de la imagen, que había elegido ese paraje para que le construyeran su santuario. Muchas de las poblaciones actuales se construyeron por esta razón que no sólo fue definiendo la geografía sagrada de la región, sino también las rutas comerciales y las concentraciones de población que hoy en día conocemos como ciudades.
Las actividades económicas principales de la región fueron la minería, el comercio y la ganadería. Pero la historia y la cultura estuvieron íntimamente ligadas a las obras de evangelización de frailes católicos. Fueron ellos quienes “dotaron de conciencia regional y orgullo a toda la élite de la zona”. Los frailes, principalmente franciscanos, agustinos y jesuitas, fueron los artífices de la cultura regional, que tuvo dos vertientes: la formación de élites criollas y mestizas a través de una sólida labor educativa; y la de cristianización y castellanización de los indígenas. Uno de sus principales logros para unificar a los pobladores y de vincular a los pueblos entre sí, fue mediante la devoción católica a vírgenes, cristos y santos traídos de España.

El catolicismo permeó la cultura elitista y popular de la región mucho más allá de las prácticas de culto, como fueron la poesía, la arquitectura, el teatro, la música y las artesanías. Fueron los frailes también quienes se encargaron de inculcar una conciencia regional que alimentó sentimientos de superioridad para valorar a los pobladores y su cultura, que se oponían al centralismo de la Nueva España. Incluso a principios del siglo xix sus intelectuales aspiraban a la autarquía, y solicitaban se les considerara como un reino.
Estos rasgos culturales permitieron que los pobladores se reconocieran entre sí como parte de una cultura regional que enaltecía su carácter criollo, porque no fue ni española ni india. En sus orígenes fueron manifestaciones exclusivas de las élites, pero hoy son conocidas por propios y extraños como elementos folclóricos de la cultura nacional, como son: el mariachi, los charros, la comida regional, la religiosidad popular, su hermosas y recatadas mujeres, la cultura ranchera, etcétera. Este rasgo criollo hacía que esta región se diferenciara del resto de los mexicanos. Otro rasgo particular de contraste es que el Occidente tiene una población indígena menor que otras regiones del país, como son las del centro y sur de México. Asimismo, la mayoría de sus pobladores usaban el castellano para comunicarse y muy pocas fueron las comunidades indígenas al margen del catolicismo.

La región Occidente llegó a ser uno de los centros católicos más importantes de México, incluso hay quienes hablan de su relevancia mundial. En lo devocional cuenta con tres de los centros de peregrinaje más importantes de México: San Juan de los Lagos, Talpa y Zapopan, que anualmente logran convocar a millones de individuos provenientes de la zona y de otros lugares del país. La región también fue una tierra de vocaciones, en parte porque las familias acomodadas acostumbraban enviar a los hijos a estudiar a los seminarios, y algunos continuaban su carrera de sacerdotes, por lo que se construyeron múltiples seminarios que fueron semillero de sacerdotes, religiosos y religiosas, y que han tenido un importante papel en la evangelización más allá de la región y en donde se formaron un buen número de los obispos mexicanos. En la región se concentraba gran porcentaje de la infraestructura eclesial nacional: parroquias, templos, sacerdotes, seminarios, universidades, colegios, etcétera; pero sobre todo destaca que la región Occidente fue un territorio de resistencia a los avances de la laicización y a los embates anticlericales emprendidos en México por los liberales y los jacobinos desde el siglo xviii.

3. El catolicismo social, antiliberal y antisocialista

A finales del siglo xix y principios del xx, México buscaba forjarse en una nación moderna. Los liberales veían en la Iglesia católica el mayor freno a sus aspiraciones reformistas. Por su parte, la Iglesia católica enfrentaba mundialmente los embates del secularismo y su posible arrinconamiento en las sacristías. El papa León xiii escribió una importante carta pastoral que permitiría al catolicismo estar presente y activo en el mundo moderno. La Rerum Novarum (1891) inscribía un nuevo compromiso del católico con el mundo, el cual se ha conocido bajo el concepto de Doctrina Social Cristiana. Su origen se explica como una medida urgente para contrarrestar la fuerza del socialismo y los nacionalismos en Europa, brindando una alternativa de acción e identidad social a los católicos, que ya no tenían necesidad de situarse en el péndulo de los liberales y los socialistas.

El catolicismo social tuvo una importante acogida en la región occidente, no obstante, dadas las características históricas y el anticlericalismo que se vivía en el país, se constituyó en un catolicismo intransigente en su antiliberalismo y antisocialismo e integral porque se niega a dejarse reducir a prácticas de culto y convicciones religiosas, por el contrario pretendía la unidad del enfoque político y religioso inspirado en un proyecto de cristianismo social.
Si bien las Leyes de Reforma (desamortización de bienes eclesiásticos, eliminación de votos religiosos, prohibición de manifestaciones religiosas en los espacios públicos, prohibición de uso de hábitos en el espacio público, secularización de cementerios, etcétera) emitidas por los liberales entre 1855 y 1862 tenían como meta proclamar la autonomía del Estado frente a la administración eclesiástica, la tensión entre Estado e Iglesia prevaleció a lo largo del siglo xix y se recrudeció con la Constitución de 1917, momento en que la Iglesia católica pierde existencia jurídica -después de la Revolución Mexicana (1910)-, pues se gesta la necesidad de construir un proyecto de nación en el cual se pretende establecer la supremacía del poder civil sobre el religioso. El Estado naciente posrevolucionario percibía a la Iglesia católica como una fuerza moral que ponía en peligro la evolución de una nación moderna, por esta razón la ley (me refiero a la Constitución de 1917) no le otorgaba igualdad a la institución católica ni a las agrupaciones religiosas con respecto a otras instituciones seculares y civiles, sino que buscaba suprimirla desconociéndoles la personalidad jurídica y sus derechos ciudadanos. Los intentos de instaurar un Estado laico nacional, tuvieron en su inicio una fase anticlerical que termina hasta la década de los 40, misma que fue percibida y vivida por la Iglesia en los términos de una amenaza y una persecución constante.

Si para el Estado su mayor enemigo era la Iglesia, para la Iglesia lo era también el Estado. El Estado buscaría arrinconar a la Iglesia en las sacristías, y la Iglesia por su parte buscaría tener una contraofensiva fortaleciendo las devociones (la Virgen de Guadalupe y Cristo Rey como expresiones masivas devocionales) y sus expresiones públicas, pero sobre todo promoviendo una estrategia de acción pastoral en la que vinculaba la evangelización con el compromiso político, que repercutió en la formación de un laicado organizado para la acción social católica.

Este laicado fue capaz, gracias a su organización, de abanderar un protagonismo social a través de la Unión Popular en Jalisco y casi simultáneamente de la fundación de la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa (1925), a través de las cuales defenderían enérgicamente los derechos de la Iglesia y los valores del catolicismo social frente a la ofensiva anticlerical del gobierno mexicano. Guadalajara fue sede y promovió el nacimiento de sindicatos católicos (como el caso de la Confederación Nacional Católica del Trabajo (1922), también albergó movimientos antigobiernistas como la Unión Popular (1925).

La ley Calles reglamentaba el artículo 130 de la Ley Constitucional, y el presidente y los gobernantes amenazaban con aplicarla sin concesiones a partir del 31 de julio de 1926. Esto provocó la reacción enérgica de la jerarquía eclesiástica, que respondió con la suspensión de cultos y el cierre de los templos. Por su parte el laicado organizado decidió cambiar de táctica abandonando el ámbito de la lucha cívica para combatir el gobierno con las armas, dando pie a la Cristiada. Esta guerra fue una de las más sangrientas que ha vivido el país, e incluso se considera que para la región fue más importante que la misma revolución de 1910. La guerra terminó en un pacto cupular entre el alto clero y el presidente de la República en 1929, al cual se ha conocido como el momento en que se emprende una nueva época nacional: el modus vivendi. A lo largo del siglo xx, el modus vivendi enmarcó una relación (que duró hasta 1992 en que el Estado mexicano establece relaciones con el Vaticano y se les reconocen a las iglesias derechos y existencia jurídica) en la que la Iglesia se comprometió a colaborar con el Estado y abandonar la cuestión social a cambio de que el Estado fuera tolerante y que no aplicara las leyes, sobre todo las concernientes a la educación laica y a la expresión pública y popular de la religiosidad.

4. Garibi Rivera y la Acción Católica: el catolicismo conciliador y el modus vivendi

Después de 1929, el obispo de Guadalajara José Garibi Rivera (quien fue el primer cardenal del país) fue una de las piezas claves en la promoción y mantenimiento del modus vivendi pactado entre el gobierno y la Iglesia con el fin de mantener un clima de paz, lo que provocó un cambió en el perfil y características de la presencia del catolicismo social en la región Occidente. Si bien a inicios de siglo hubo un catolicismo intransigente, cuya cabeza fuera su antecesor el obispo Orozco y Jiménez, Garibi Rivera, (1936-1969), quien fue uno de los más importantes promotores del modus vivendi, impulsó una línea pastoral de conservación que encauzaría el fortalecimiento y unidad interna de la Iglesia, así como la despolitización del clero y de los laicos.
Para estos fines, la Acción Católica Mexicana fue uno de los instrumentos privilegiados para llevar a cabo la Doctrina Social Cristiana y mediante ella restaurar la vida eclesial de México, que después de la guerra cristera se enfrentaba a una institución debilitada y a un laicado civil fortalecido que actuaba con autonomía de las líneas de la jerarquía. En el episcopado mexicano había una concepción clara de mantener a la jerarquía eclesial apartada de las cuestiones sociales y políticas, a fin de evitar que se reanudaran antiguos conflictos con el Estado, como fue el ya mencionado de la Cristiada. Sin embargo, el arzobispo Garibi Rivera pudo mantener un clima de paz, durante más de 30 años, entre empresarios, gobierno, Iglesia y clases obreras, gracias a su labor de intermediación.
No obstante, a pesar de los intentos de la jerarquía católica de desmovilizar al combativo laicado y de restaurar la vida eclesial mediante la Acción Católica Mexicana, algunos católicos inconformes con la nueva situación (percibían que la Iglesia se debilitaba, al tiempo que los comunistas y masones crecían y se fortalecían) continuaron de manera independiente hasta llegar a formar las Legiones (1933) -también conocido desde 1936 como la Base- e intentaron reanudar la guerra cristera con la “Segunda” (1935), pero ésta fracasó, en gran parte por la falta de apoyo de la jerarquía. Este movimiento mantenía un doble frente: una organización nacional secreta conocida como el movimiento celular de base y organizaciones paralelas visibles y de carácter cívico social que en 1937 desembocarían en la fundación del Partido Sinarquista, con una importante base de apoyo en la zona de los Altos de Jalisco. Es importante resaltar que las sociedades secretas tuvieron continuidad en Guadalajara con la fundación de nuevas fuerzas que mantenían esta ideología católica intransigente y que además le añadían un método de acción basado en grupos de choque clandestinos que alimentaron la ultraderecha local. Un ejemplo de ello, que todavía existe hasta nuestros días, es la organización secreta denominada los Tecos, con sede en la Universidad Autónoma de Guadalajara.
El auge de la Acción Católica Mexicana se da a mediados de los años cuarenta, época en la que contaba con medio millón de miembros a nivel nacional. Por su parte, la diócesis de Guadalajara registraba cuarenta y cuatro mil doscientos noventa afiliados a las diferentes secciones de la Acción Católica. La Acción Católica Mexicana se organizó en cuatro asociaciones, dos ramas femeninas y dos masculinas, además de la organización interna de las ramas por edad y estado. Cada una de las ramas tenía su autonomía organizativa y su propio campo de acción, pero se coordinaban a través de los órganos directores jerárquicamente constituidos: el Comité Central, diocesano y parroquial. A pesar de la autonomía de las asociaciones, las distintas ramas de la Acción Católica en obediencia de la jerarquía debían unir sus fuerzas frente a problemas comunes como fueron: la actuación y defensa de los principios cristianos, la restauración cristiana de la familia, la defensa de los derechos de la Iglesia, la propaganda de la buena prensa, la resolución del problema escolar, la restauración del orden social según las normas de la Iglesia.
Durante muchos años estas agrupaciones estuvieron orientadas a actividades espirituales (en donde se privilegian las prácticas devocionales, la catequesis, el apoyo a seminarios y obras de la Iglesia e instrucción religiosa) y a una pastoral social que se puede definir por su orientación caritativa-asistencial y de formación de conciencia cristiana que buscaba atender de manera privilegiada a los obreros, campesinos e indígenas. Otro punto importante de su acción fue la búsqueda de la regeneración moral de sus comunidades, y posteriormente, en los 50, logró convocar a grandes sectores del catolicismo en campañas nacionales de moralización de las costumbres.
En los años 60 vino el florecimiento de movimientos laicos católicos que van desde los “frentes por la decencia”, las luchas en contra de los intentos por imponer la “educación socialista” y por frenar la “amenaza comunista”. Aún en la actualidad estas fuerzas, profundamente identificadas con la derecha local, mantienen una hegemonía en el control de los espacios públicos referentes a la sexualidad, la planeación familiar, el sida, el matrimonio, el aborto, y otros temas más, como ejemplo está el Frente Fuerza Alianza Opinión Pública, nacido en 1993, que reúne a más de diez organizaciones.
La hegemonía de la cultura anticomunista, fuertemente influenciada por la Iglesia local, mantuvo a lo largo del siglo (al menos hasta principios de los años ochenta) la confluencia y unidad de la derecha local y los católicos. Alba y González afirman que: “es difícil entender a la derecha de esta región (casi es un pleonasmo decir Jalisco y derecha), sin considerar la política sostenida por la Pax Garibiana”. Los mismos autores plantean que es también difícil entender los conflictos entre la derecha con referencia religiosa sin incluir en el coctel a la Compañía de Jesús y los llamados Tecos.
Los autores antes citados, demuestran que si en Guadalajara se logró mantener desde mediados de siglo el modus vivendi entre empresarios, gobierno, Iglesia y clases obreras, esto se debe en gran medida a la tarea conciliatoria del arzobispo Garibi Rivera, que fuera continuada por los obispos que le sucedieron.

5. La hegemonía de la Arquidiócesis de Guadalajara en el contexto nacional

La Arquidiócesis de Guadalajara mantiene rasgos de preeminencia nacional que se expresa en que: 1. El Arzobispado de Guadalajara fue el primero en la historia de México en contar con un cardenal: José Garibi Rivera; 2. desde la época colonial hasta nuestros días, Guadalajara ha sido un importante centro de vocaciones sacerdotales; 3. el Seminario de Guadalajara es el más grande de América Latina, y 4. Guadalajara es el segundo centro de instrucción para religiosos en el mundo, sólo después de Roma.
La Arquidiócesis de Guadalajara es un centro productor de sacerdotes desde el cual se distribuyen sacerdotes para el resto del país, con una influencia marcada en el centro, occidente y en el noroeste del país, además de que un buen número de obispos y arzobispos nacionales (más de cincuenta desde el siglo xviii) fueron alumnos del Seminario de Guadalajara. De hecho, ocupa el primer lugar en la formación de obispos del país, lo cual le ha permitido tener una posición relevante en los puestos directivos de la Comisión Episcopal Mexicana (CEM).
La influencia del Seminario de Guadalajara ha sido muy importante en la línea tomada por los obispos en otras diócesis, en especial de las que forman parte de la región norte y occidente de México. Pero es difícil apreciar la hegemonía si sólo atendemos a la perspectiva nodal desde el lugar central donde se ejerce el poder, pues eso no daría cuenta de los procesos de articulación y desarticulación, por lo que es conveniente atender su impacto regional desde las distintas relaciones que se establecen a partir de los puntos locales. Al respecto, a manera de ilustración Yolanda Padilla narra cómo a finales de los 70 el obispo Quezada de la diócesis de Aguascalientes tenía como modelo ideal el de la iglesia de Guadalajara, con sacerdotes preparados y disciplinados; por su parte desde el estudio de la diócesis de Zamora, en Michoacán, Miguel Hernández señala que esta diócesis ocupaba una “posición estratégica en la geografía del poder eclesiástico del occidente de México (en medio de las arquidiócesis de Morelia y Guadalajara) por lo que la relación establecida con la diócesis de Guadalajara era más de tipo complementario que de subordinación, ya que su especialización era la formación de una población rural. En contraste con sus vecinas, que eran más de tipo urbano”.

Además habrá que considerar que tanto los cardenales como obispos de la Arquidiócesis de Guadalajara han ocupado, desde los años 40, puestos directivos en la CEM, principal instancia de la jerarquía eclesiástica nacional, que fue fundada desde 1938. Al interior del episcopado se conformó un eje hegemónico Puebla/Guadalajara, cuyos arzobispos presidieron el episcopado nacional sin interrupción desde 1942 a 1967, y en el cual Garibi Rivera, arzobispo de Guadalajara (1936-1969), tuvo una relevancia insustituible a partir de la concesión del capelo cardenalicio en 1958. El arzobispo José Salazar ocupó por un corto plazo la presidencia de la cem (1977-1979) y Juan Jesús Posadas fue presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de 1979 a 1985 y también fungió como vicepresidente de la cem.

Los arzobispos de la arquidiócesis de Guadalajara han representado la corriente conservadora al interior de la Iglesia católica, formando parte del eje geopolítico católico que va de Puebla a Zacatecas (pasando por Ciudad de México, Querétaro, León, Morelia, Zamora, Guadalajara, Aguascalientes, entre otras diócesis), y que marca una regionalización de la presencia hegemónica del catolicismo social, el cual ha tenido distintas características a lo largo de la historia, pues si bien como habíamos visto a principios del siglo xx se caracterizó como integral en lo religioso e intransigente en lo político, a partir del modus vivendi (1929) se ha caracterizado por sus políticas conciliatorias con el Estado y reformistas de la sociedad, y después del Concilio Vaticano ii ha representado la posición más conservadora frente a los cambios postconciliares.

Una de las características fundamentales del eje geopolítico católico central está representada por la concentración de infraestructura eclesial con respecto al resto del país. En los años 60, estudios cuantitativos sobre la concentración de recursos eclesiásticos en las  diócesis de México daban cuenta de este dominio regional sobre el resto del país. Algunos de los indicadores son: 1. la concentración parroquial, por ejemplo en 1967 las diócesis de México (678), Morelia (366), Puebla (288) y Guadalajara (288) concentraban más del 60% del total de las parroquias a nivel nacional, produciendo un fuerte desequilibrio en el promedio general de atención de habitantes por parroquia. 2. La concentración de sacerdotes en las diócesis del país, siendo los líderes Guadalajara, México y Morelia que de nuevo concentraban más del 60% (cinco mil doscientos treinta y ocho) del total de sacerdotes existentes en el territorio nacional (8,266) De manera similar ocurría la concentración de las congregaciones religiosas. 3. La representación de sacerdotes al interior del episcopado mexicano: para 1969 las arquidiócesis de Guadalajara y Morelia habían aportado cincuenta y un sacerdote de un total de setenta y ocho, es decir que el 51% de los sacerdotes mexicanos provenían de dos centros productores.

6. Hegemonía pastoral en la geopolítica nacional

El Concilio Vaticano ii estimuló las conferencias episcopales nacionales que cobraban mayor autonomía para su reflexión teológica y la adecuación de proyectos pastorales con respecto al Vaticano. Sin duda en México la cem se convirtió a partir de los años sesenta en una importante institución que marcó el desarrollo del catolicismo en México.
A partir de los años setenta el territorio nacional fue dividido en 14 zonas pastorales. Los criterios de esta división territorial fueron tanto geográficos como socio-religiosos, ya que las regiones comparten problemáticas y contextos históricos similares. La división de regiones de pastorales se vio como una alternativa para mantener la organicidad de la cem, como organismo de dirección y coordinación nacional de la Iglesia mexicana, pero a la vez para permitir que las regiones tuvieran un margen de independencia para adecuar sus planes de trabajo acorde a los contextos específicos a los que se enfrentaban. Cada representante regional forma parte del Comité Episcopal.

Cabe destacar que paralelamente a la regionalización formal eclesiástica, a partir de los años 60 (época marcada por la influencia del Concilio Vaticano ii y por la teología de la liberación desarrollada en Latinoamérica) se empieza a dibujar una nueva regionalización ideológica del territorio eclesiástico nacional que establece nexos y convergencias entre los obispos afines con los retos innovadores de la Iglesia acordados en el Concilio Vaticano II y con “la opción preferencial por los pobres” pronunciada en la Conferencia Episcopal Latinoamericana (celam), celebrada en Medellín, Colombia en 1968 (los obispos representantes de esta corriente al interior de la cem fueron: Sergio Méndez Arceo de Cuernavaca, Samuel Ruiz de San Cristóbal, Arturo Lona de Tehuantepec, Llaguno de la Tarahumara, Manuel Talamás de Ciudad Juárez y Robalo antiguo obispo de Zacatecas, en contraste con los obispos más reacios a los cambios postconciliares como fueron los de la Asociación Sacerdotal y Religiosa San Pío x.

Este antagonismo dio pie a un nuevo sector hegemónico al interior del episcopado, que inicialmente se caracterizó por una posición centrista y mediadora de los antagonismos, liderado por los obispos Ernesto Corripio Ahumada (arzobispo primado de México) y José Salazar (arzobispo de Guadalajara) (formaban parte de este sector el obispo Robles de Zamora, Alfredo Torres de Toluca, Genaro Alamilla de México, Adolfo Suárez de Tepic y Sergio Obeso de Jalapa) y que finalmente conquistó el poder hegemónico de la cem durante más de dos décadas y con el tiempo se perfiló como una posición conservadora que paulatinamente logró deslegitimar a los obispos que abogaban por las transformaciones eclesiásticas postconciliares. Incluso, se habla también de la formación del círculo de monseñor Corripio Ahumada al interior del episcopado mexicano (que se refiere al fortalecimiento de la jerarquía alrededor de la persona del arzobispo primado y de la Ciudad de México) como una estrategia para concentrar la decisión sobre el nombramiento de obispos para mantener el control hegemónico de la Iglesia nacional, lo cual le resta relevancia a la Arquidiócesis de Guadalajara. Hasta finales de la década de los ochenta se abre una nueva etapa al interior de la cem, que se caracteriza por el poderío del delegado apostólico del Vaticano, Jerónimo Prigione, quien paulatinamente fue concentrando el poder de decisión sobre el nombramiento y traslado de obispos, función que no le correspondía pues eran asuntos internos de la Iglesia mexicana. Otro elemento importante fueron sus gestiones diplomáticas con el Estado mexicano, en especial con el presidente Carlos Salinas de Gortari, para restablecer las relaciones Iglesia-Estado.
Sin embargo, esto ocasionó divisiones con y al interior de la cem, pues las negociaciones y los registros se hicieron a espaldas de los obispos y las órdenes religiosas. Incluso hubo conflictos con el grupo del arzobispo Corripio Ahumada, así como con la Conferencia Nacional de Institutos Religiosos de México (cirm).

Durante este periodo se establece un nuevo eje de poder alrededor del círculo de monseñor Prigione que, por un lado, fue disminuyendo la relevancia que tenían las diócesis de Guadalajara, Puebla y Morelia en cuanto a la incardinación original de los futuros obispos, pues últimamente se han destacado las diócesis de México, D.F. y Durango; pero que por otro lado, también se aprecia la prioridad que a nivel de la dirigencia se otorga a los obispos de su círculo, la Delegación Apostólica, por sobre los obispos locales.

En este círculo se sitúan los últimos arzobispos de Guadalajara: Juan Jesús Posadas (asesinado en 1993) y Juan Sandoval quienes fueron promovidos y nombrados por el delegado apostólico. Las características de esta línea hegemónica al interior de la cem han sido las posiciones conservadores, la intensa labor abocada a los derechos de la Iglesia frente al Estado, que tuvieron sus frutos durante el periodo del presidente Carlos Salinas de Gortari en la reanudación de relaciones diplomáticas con el Vaticano y en los cambios Constitucionales de 1992.

Estas prioridades han tenido impacto sobre el perfil de los obispos, ya que el nombramiento episcopal de sacerdotes a cargos de obispos privilegia sus competencias administrativas y académicas, por sobre las trayectorias en la actividad pastoral. Ramos advierte que esta tendencia, le concede mayor reconocimiento al cura administrador que al cura pastor. Situación que trae como resultado que: “el grado de representación de los clérigos respecto a los creyentes es simbólico-ideológico, y su liderazgo se vincula a la vida psicológica individual y familiar, así como a los procesos masivos de religiosidad popular”.

7. Las regiones y los territorios ideológicos postconciliares en México

Paralelamente al proceso de concentración de poder de decisiones al interior de la cem, las jurisdicciones pastorales regionales comienzan a cobrar importancia en el reagrupamiento de obispos cuyas diócesis enfrentan problemáticas socio económicas comunes y que habilitan la regionalización eclesiástica como una plataforma de trabajo en común. Los obispos conforman las regiones mediante alianzas y proyectos de cooperación. A través de las regiones se busca construir consensos en las líneas de pastoral y para manifestarse de manera común frente a los problemas comunes que los aquejan. Las regiones significaron mayor poder para algunos obispos quienes lograron mayor protagonismo y relevancia a nivel nacional, pero a la vez reforzaban las diferencias con el nuncio papal. Por su parte, Prigione buscaba debilitar y dividir algunas regiones, cambiando obispos, o nombrando coadjutores en aquellas diócesis cuya autonomía ponía en riesgo las pretendidas relaciones con el Estado (como fueron los casos de San Cristóbal de las Casas y Ciudad Juárez).

Enrique Luengo sugiere entender las posturas pastorales de las regiones eclesiásticas con referencia a tres tendencias que emergieron bajo la influencia del Concilio Vaticano ii y de la reunión de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (celam) realizada en Medellín Colombia en el año de 1969. Estas tres tendencias son: a) la “pre-conciliar”, que se distingue por su visión pre-moderna en el sentido de que no incorpora los cambios sugeridos por el Concilio Vaticano ii y que se distingue por limitarse a una misión espiritual; b) la “corriente conciliar modernizante” que asume las directrices del Concilio Vaticano ii, donde ubica la región Norte (Chihuahua) como máxima expresión; y c) la “corriente progresista” que se deriva de las reflexiones y compromisos asumidos por la Iglesia latinoamericana en la celam, y que empezó a desarrollar una teología y pastoral enfocada a las problemáticas de los indígenas, la cual caracterizó la región Pacífico-Sur.
La línea más progresista de los años setenta, estuvo representada por los obispos de la región pastoral Pacífico-Sur y se destacó por una pastoral al servicio de los derechos de los indígenas y de la opción preferencial por los pobres (Lona de Tehuantepec, Oaxaca; Ruiz de San Cristóbal, Chiapas; Carrasco de Oaxaca y Porcayo de Tapachula, Chiapas). Con ella coincidían la región de las huastecas en Veracruz; la región Norte que incluía Chihuahua, Ciudad Juárez y la Tarahumara que manifestaban constantemente su denuncia frente a las injusticias sociales, su opción preferencial por los pobres, su trabajo de pastoral encaminado a la promoción de comunidades eclesiales de base, su compromiso con los movimientos populares de su región, y su búsqueda por la democratización interna de la Iglesia.

Otra nueva regionalización ideológica de la evangelización, la conciliar modernizante, es la que se empieza a configurar en la zona pastoral Norte del país a inicios de los años 80, predominantemente en el estado de Chihuahua, en la cual se genera por parte del arzobispo de Chihuahua Alberto Almeida y del obispo de Ciudad Juárez, Manuel Talamás una “teología electoral”, y en la que paralelamente los movimientos seglares, cuyos cuadros pertenecían mayoritariamente a la clase media, habilitaron un pastoral cívica de participación y defensa de los procesos democráticos electorales, a través del Sistema Integral de Evangelización (sine).

En lo que toca a la región pastoral Occidente, se le puede caracterizar como conservadora. Por ejemplo, mientras otras regiones se preocupaban por pronunciarse enérgicamente en contra de las injusticias sociales y en favor de las clases más desprotegidas, y en el Norte comenzaban a manifestarse por la lucha democrática en la pastoral electoral, en Occidente sus preocupaciones giraban en torno a la vieja confrontación de querella educativa con el Estado mexicano. En 1975 la región pastoral Occidente hizo voz común para enfrentar el problema de la educación suscitado por los libros de texto, frente al cual doce obispos de la región analizaron la posición de la doctrina católica sobre la educación que difundieron en la Orientación y exhortación pastoral sobre el sentido cristiano de la educación, en la cual denunciaban que la concepción filosófica comprendida en los libros de texto era: “incompatible con la fe cristiana de nuestro pueblo y extraña a su idiosincrasia y cultura”. Sin embargo, en los últimos años, ha emprendido un importante papel en la defensa de los derechos políticos por la democracia y la defensa de voto.
Estos tres ejemplos nos muestran las diferenciaciones inter-regionales, que más allá de las divisiones geográficas por territorios de pastoral, manifiestan una territorialización de identidades diferenciadas sobre todo por su posición ideológica y de orientación pastoral al interior de las corrientes eclesiásticas nacionales.

8. Conflictos intra-regionales

La arquidiócesis de Guadalajara -según la organización eclesiástica- tiene su propia regionalización del Occidente de México: la región pastoral Occidente, cuyo centro de operación es la arquidiócesis de Guadalajara, comprende ocho diócesis: Aguascalientes, San Juan de los Lagos, Ciudad Guzmán, Colima, Autlán, Tepic, Zacatecas y la Prelatura del Nayar. Cada una de estas diócesis puede ser entendidas como sub-regiones. A grandes rasgos, la región comparte planes comunes, pero cada sub-región tiene características propias que la diferencian del resto: sus santos, sus fiestas patronales, santuarios, lugares de peregrinación, los movimientos sociales de inspiración católica, y su adecuación de los planes pastorales a los contextos específicos de su diócesis.
Aunque existe una marcada hegemonía de la línea conservadora del clero de la arquidiócesis de Guadalajara sobre la región pastoral Occidente su impacto no necesariamente es de homogeneización ideológica, sino de equilibrio de fuerzas. Para analizar las diferencias intra-regionales tomaré dos ejemplos: la diócesis de Ciudad Guzmán, que es la más joven, fundada en 1972 y que se refiere a la región del sur de Jalisco y la de San Juan de los Lagos, centro nodal de la región de los Altos de Jalisco, fundada en el mismo año.

El primer caso es el de la diócesis de Ciudad Guzmán que se creó en 1972 sobre territorio de las diócesis de Colima y Guadalajara. Esta diócesis está situada en el sur de Jalisco, la principal característica de esta región es la “diferenciación social”, pues no hay patrones de unidad, sino más bien destaca el hecho de que es muy heterogénea y contrastada internamente: en ella existen culturas de herencia indígena como criollas que a lo largo de su historia han vivido en oposición, nichos de producción tradicional que contrastan con zonas de desarrollo agro-industrial; caciques y peones.

Esta diócesis nació del conflicto intra-sacerdotal en la diócesis de Colima que propició el que dos sectores del clero solicitaran la renuncia del obispo Vieyra, los que están en contra del autoritarismo y los manejos financieros del obispo y aquellos que abogan por una pastoral en favor de las clases explotadas. En este contexto nace la diócesis de Ciudad Guzmán, y ahí se traslada el obispo Vieyra, como parte de una estrategia orquestada por el arzobispo de Guadalajara para mantener la cohesión del presbiterio y minimizar los conflictos.

Si bien los primeros años de vida de la diócesis de Ciudad Guzmán estuvieron marcados por la línea conservadora de la arquidiócesis de Guadalajara – por los estrechos nexos de monseñor Vieyra y el arzobispo Salazar-, esta misma influencia provocó tensiones y conflictos entre las dos diócesis: Ciudad Guzmán y Guadalajara. En algunos poblados del sur de Jalisco, un grupo de sacerdotes jóvenes, que habían sido formados en Roma, y por haber causado problemas en Guadalajara habían sido destinados al sur de Jalisco, realizaban un trabajo de pastoral popular influido en la Teología de la Liberación en varios poblados de la región.

El obispo Leobardo Vieyra no concordaba con las líneas de trabajo del clero local, quienes habían fundado grupos de reflexión, promovían cooperativas de consumo y buscaban convivir de una manera cercana con los sectores marginados. Al poco tiempo, por razones de su edad avanzada y de las fricciones con el clero local renunció a su cargo en 1977. A partir de esa fecha es nombrado obispo Serafín Vázquez Elizalde, quien al poco tiempo se sensibilizó ante los problemas de desigualdad social en la región y optó por una pastoral popular en la línea de la Teología de la Liberación, que ha apoyado y promovido la formación de comunidades eclesiales de base. Este proyecto implementado por la diócesis logró la articulación de poblados y realidades desvinculada en un proyecto diocesano llamado “Pueblo Nuevo”, el cual fue facilitado por una nueva territorialización diocesana (vicarías y parroquias) diseñada para favorecer la comunicación tanto horizontal, entre los grupos de base, como vertical con la institución. De las CEBsse han emprendido importantes proyectos comunitarios: cooperativas de viviendas para los más necesitados y especialmente para damnificados del terremoto de 1985; cooperativas de consumo, luchas por los servicios públicos. Proyectos de defensa de derechos humanos, donde ha sido relevante la defensa de los derechos de los jornaleros en las empresas tomateras de Sayula. Campañas y movimientos solidarios a nivel nacional e internacional; así como su incursión en los derechos políticos en pro de la democratización y la defensa del voto, que tuvo una importante repercusión regional en la alternancia política. Las CEBs de la diócesis de Ciudad Guzmán han mantenido relación con la red nacional de CEBs, y se ha convertido en un importante nicho de la Teología de la Liberación a nivel nacional.

En contraste, la diócesis de San Juan de los Lagos, es el centro religioso de la micro región de los Altos de Jalisco (en el nororiente del Estado), se caracteriza como un enclave conservador, cuyos rasgos son el catolicismo popular ceremonial: prevalecen las cofradías; y su diócesis alberga el centro de peregrinaje con más visitantes de la región Centro Occidente. Esta diócesis, que se asienta en la parte noreste del estado de Jalisco, compite en recursos eclesiásticos con la de Guadalajara, en cuanto a ser semillero de devociones, en la formación de sacerdotes y en que alberga el centro de peregrinaje más importante de la región (lo cual se traduce en importantes ingresos para la Iglesia). Desde 1954 la Virgen de San Juan fue nombrada patrona principal de la arquidiócesis, dejando atrás a la virgen de Zapopan, cuyo origen mítico era la pacificación de los indios caxcanes que se rindieron ante los españoles por la obra milagrosa de la Virgen. Al parecer esta medida que no era la más racional, se tomó como parte de una negociación para contener los impulsos de convertir a San Juan de los Lagos en diócesis.

Los Altos de Jalisco están poblados mayoritariamente por blancos que presumen su origen europeo (español o francés) y su escasa presencia indígena. Es tierra de rancheros (en su mayoría ganaderos), que lograron articular la sociedad mediante las estrategias fincadas en las relaciones de parentesco y en donde el catolicismo jugó un papel decisivo en el mantenimiento de un sistema oligárquico local. Posteriormente, a principios de este siglo fue cuna de combatientes cristeros y sacerdotes que murieron en martirio durante la guerra cristera y que luego serán canonizados. Pese a estos rasgos que caracterizan la región, ésta ha sufrido fuertes transformaciones en sus patrones de organización, en gran medida debido a los intensos flujos migratorios hacia los Estados Unidos y al paso de una sociedad agroindustrial, que han incidido en la fragmentación cultural.

En algunos poblados de los Altos de Jalisco se preserva una memoria mitificada y consagrada de su pasado cristero, de hecho todavía se mantiene viva la Guardia Nacional Cristera, cuyos miembros (ex-cristeros, sinarquistas y laicos católicos) se han encargado de mantener viva la memoria manteniendo visibles los restos de los cristeros. También esta región fue sin duda el último bastión del sinarquismo, pues todavía a finales de los años 80 el Partido Demócrata Mexicano (hoy desaparecido), la continuación del Partido Sinarquista, obtenía votos mayoritarios en algunos poblados alteños.

La Teología de la Liberación no tuvo lugar en la diócesis de San Juan de los Lagos, donde más bien la tendencia ha sido reforzar una Iglesia tradicional, con una jerarquía vertical, cuyo orgullo es ser un importante centro vocacional. El obispo actual, José Trinidad Sepúlveda, se ha manifestado -desde que estuvo a cargo de la diócesis de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas- constantemente en contra de las tendencias liberacionistas del catolicismo y de las reformas postconciliares. Los movimientos laicos promovidos están encaminados sobre todo a la defensa de los valores católicos, al resguardo de los sacramentos, a las prácticas devocionales y litúrgicas, a los movimientos familiares, y aunque recientemente se formaron en territorio de la diócesis grupos de renovación carismática, éstos no han sido bien vistos por la jerarquía local.

Será importante atender el efecto que la reciente canonización de los mártires mexicanos está teniendo sobre la región de los Altos de Jalisco, en donde algunos poblados como Jalostotitlán, Totatiche, Tepatitlán, San Juan de los Lagos y San Miguel el Alto albergan sus propios santos oriundos, de los cuales todavía existen sobrevivientes que los conocieron en carne propia, además de que en varios altares se exponen las reliquias y trajes ensangrentados. Sin embargo, la región alteña, aunque mantiene ciertas tradiciones y registros de memoria, ha sufrido cambios culturales, que en gran medida se explican por el efecto sociocultural de la migración a los Estados Unidos. La santificación de mártires de la cristiada sacraliza un modelo de ser católico particular de la región, aunque con un acento clerical y no laical, pues hubo doscientos laicos que murieron como mártires (sin defenderse y a causa de la religión) y la Iglesia sólo reconoce tres de un total de veinticinco a canonizar. Sin embargo, a pesar de esto, el suceso sacraliza también una cultura católica integral, social e intransigente y bendice una región histórica, que reencontrará los hilos que la identificaban con la zona de concentración cristera: Zacatecas, Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro y Michoacán. Es interesante atender también los usos y significados que los pobladores están dando a los nuevos santos. Un ejemplo de ello es el caso de santo Toribio Romo, cuyos restos se exponen en una pequeña capilla en Santa Ana, municipio de Jalostotitlán, a la cual asisten peregrinos tanto de la región, como de distintos puntos del país para agradecer los milagros recibidos. Un caso interesante es que de este santo se empieza a configurar como un santo patrono de los migrantes de la región, y circula el mito de que el santo ayuda a cruzar la frontera de México a Estados Unidos.

Renné de la Torre. Doctora en Antropología Social por el CIESAS Occidente y la Universidad de Guadalajara, de las cuáles es profesora e investigadora. En la bibliografía citada al final de este artículo puede verse algo de su obra escrita sobre este tema.

Tomado de Cambios religiosos globales y reacomodos locales, Karla Y. Covarrubias y Rogelio de la Mora, (comp.), Altexto, Región Centro Occidente de la anuies, Colima, 2002, pp. 41-75.

Por hegemonía estoy entendiendo el ejercicio del poder que opera mediante el consenso y la legitimación, y no necesariamente a través de la coerción y la fuerza. El concepto de hegemonía está además referido al poder cultural de la representación social, es decir a la capacidad de posicionar, validar y legitimar clasificaciones, ideas y valores reconocidos sea de sectores con capacidad de liderazgo o que son compartidos por amplios sectores de la sociedad, pero que a la vez provocan oposición, resistencia y lucha de sectores subalternos.

Rosaldo, 1995 (la referencia bibliográfica completa puede verse en la parte final de este artículo).

Diccionario UNESCO de Ciencias Sociales iv 1987:1902.

Van Young, 1992.

Véase Calvo 1989 y Fábregas 1992, p. 20.

Calvo 1989, p. 20.

González Escoto 1998.

Álvarez 1992, p.13.

Calvo 1989.

De la Peña 1994:217.

González 1983, ibíd., p. 15.

González, óp. cit.

Tapia, 1986.

  El proyecto de la Iglesia católica era evitar la confrontación con el Estado, para lo cual se implementó un proyecto que tendía a construir un modelo de sociedad cristiana paralelo al modelo de sociedad civil: “se trata de reproducir la sociedad eclesiástica a la imagen y semejanza de la sociedad civil; frente a la escuela pública aparece la escuela católica; frente a los sindicatos rojos o socialistas, el sindicalismo católico; frente a los partidos políticos, el partido católico, y así sucesivamente, hasta reproducir un mundo que aspira a construir la nueva cristiandad (Canto Chac, 1992, p. 16).

Poulat, 1983.

Blancarte, 1992, p. 25.

González, Fernando, 1996b, p. 10.

El que en México se haya apoyado por el laicismo radical que no buscaba reducir a la Iglesia al ámbito de lo privado sino desconocerla como institución colectiva, tiene sus raíces históricas en el proceso de instauración de la primera república, después de la independencia mexicana: “-a diferencia del pensamiento de la ilustración- no era la de la reducción de las instituciones religiosas al ámbito de lo privado, sino su preservación como instituciones públicas pero bajo el poder de la nueva república, no se trataba de terminar con el modelo colonial de las relaciones Iglesia y Estado, sino solamente de sustituir la corona” (Canto Chac, 1992, p. 28.) por eso en la época de la reforma juarista la Iglesia representa el sostén de la vida colectiva que se interponía a la capacidad de dirección pública del gobierno civil.

Recordemos que según el Artículo 130 de la Constitución los ministros de culto no tenían derechos a hacer críticas – ni en privado ni en público- sobre las leyes y las autoridades gubernamentales. Así como se les desconocía el derecho a voto.

A la representación de un Estado temeroso de esta fuerza moral, que se puede desbocar si no se la constriñe, va a responder en espejo la de una Iglesia que se considerará primero perseguida y después “mártir” (en la Cristiada). Imagen, esta última, que no será abandonada hasta 1992, o para ser más precisos, reciclada (…) (González, Fernando, 1996b, p. 11).

Romero de Solís, 1994, p. 265.

La ofensiva del presidente Plutarco Elías Calles se expresó drásticamente en febrero de 1926, cuando el presidente dio instrucciones para “cerrar conventos y escuelas católicas, expulsar religiosos y religiosas y sacerdotes extranjeros, y envió un telegrama a todos los gobernadores urgiéndolos a aplicar la Constitución y apurar a las respectivas legislaturas estatales para que apresuraran a reglamentar el artículo 130 ( Romero Solís 1994, p. 302).

Loeza, 1985.

Ortoll 1990:91.

Romero 1986.

Galindo Mendoza 1945, citado en Zermeño y Aguilar 1988, p. 2.

Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, 1935, vol. 6, p. 268.

Alba y González 1989, p. 94.

Alba y Kruijt, 1988:234-235.

Ramos 1992, p. 21.

De la Peña, 1986b.

1991, p. 63.

Hernández, 1999:192-193.

Camp, 1998.

Véase Romero de Solís 1994, p. 403.

Manuel González 1969.

Ibíd. 1969, p. 63.

Manuel González, 1969.

Camp, 1998.

Véase Concha Malo et.al. 1986, pp. 187-190.

Cfr. Ramos 1992, p. 18.

Sobre los conflictos al interior de la cem y en su relación con Prigione se puede consultar Roqueñi Ornelas (1997), quien fuera muy cercano al círculo de Corripio Ahumada.

Ramos, 1992, p. 23.

Camp 1998.

Luengo 1994, p. 39.

Sobre los manifiestos y las líneas pastorales de la región Pacífico Sur pueden consultarse los documentos firmados por los obispos de la región Pacífico Sur. Nuestro compromiso cristiano con los indígenas de la región Pacífico Sur, diciembre de 1977 y el Mensaje de Navidad, diciembre de 1977 citados en Concha Malo, et .al.1986, pp. 193-201.

Véase Concha Malo et. al. 1986, Muro 1994.

El término “teología electoral” ha sido trabajado por Alberto Aziz, quien señala que esta modalidad teológica tiene su inicio en el folleto titulado Votar con responsabilidad, una orientación cristiana, el cual tuvo un impacto en la eficacia de tres estrategias ideológicas: “destacar la legitimidad de la Iglesia para participar en política como la voz autorizada de los cristianos; con esta premisa de validez, la Iglesia condena de hecho las ideologías adversas a la suya y vuelve al ámbito valorativo del deber ser; establecer como un deber del cristiano la participación política y el voto y, como conclusión, le da un contenido al voto que sea por el “partido que busque los cambios profundos en la sociedad” (Aziz 1994, p. 41).

Sobre la pastoral cívica en Chihuahua puede consultarse a Muro 1994.

Los firmantes de la Provincia Eclesiástica de Guadalajara fueron: José Salazar, arzobispo de Guadalajara, Francisco Javier Nuño, arzobispo de San Juan de los Lagos, Salvador Quezada Limón, obispo de Aguascalientes, Leobardo Vieyra Contreras, obispo de Ciudad Guzmán; Maclovio Vázquez, obispo de Autlán; Adolfo Suárez Rivera, obispo de Tepic; Rafael Muñoz, obispo de Zacatecas; Rogelio Sánchez González, obispo de Colima; Manuel Romero Arvizu, obispo de la Prelatura de Jesús María (el Nayar); Alfredo Torres Romero Arvizu, obispo coadjutor de Aguascalientes, Antonio Sahagún y Adolfo Hernández, obispos auxiliares de Guadalajara).

Citado en Blancarte 1992, p. 323.

Vázquez 1993, p. 32.

Véase Arias, Castillo y López, 1981, p. 39.

De la Peña y De la Torre 1994, p. 382.

González Escoto, 1998.

Fábregas 1986, López Cortés 1999.

López Cortés 1999.

Óp. Cit.

Óp. Cit.

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