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Los nefandos sacrilegios de los perseguidores de la Iglesia en México. Tres capítulos en la historia

 

Anónimo

 

La imprenta fue el medio difusor por excelencia en la Europa del siglo pasado para dar a conocer lo que ocurría en México y su prensa callaba, durante la persecución religiosa impulsada por el gobierno de Plutarco Elías Calles. Muestra de ello es la colección ‘Hojitas’, de la Casa Editora catalana Isart Durán, que en tirajes de millares publicó 36 ejemplares elaborados a partir de diversos materiales, testimonios y opiniones que calarán hondo en el mundo católico de ese tiempo. Una buena parte de esos ejemplares se irán publicando gradualmente en este Boletín a partir del presente número, reiterando lo dicho: más que sus contenidos,  el lector contemporáneo ha de considerar

la motivación de los mismos[1]

 

 

El  festín  de  Baltasar

 

Bullía el regio salón con el estrépito de más de mil comensales, magnates todos de la Corte de Babilonia, resplandecientes en el exterior por el brillo de las alhajas y brocados policromados, negros en sus conciencias por tanta suerte de liviandades y degradaciones. Agitábase el sibarítico Baltasar entre los vapores de las esencias y de los vinos, cuando, desvanecido por las adulaciones de tantos cortesanos, dispuso dar al festín nuevo realce, distribuyendo entre las mesas los vasos de plata y oro, arrebatados del templo de Salomón. Y allí, entre las descompuestas risotadas y palmoteos, escanció y bebió de los licores en aquellas sagradas vasijas, y con él, su séquito de nobles y mancebas, colmando así la copa de sus iniquidades con el sacrilegio nefando de los vasos litúrgicos.

 

Mane, Thecel, Phares

 

En lo más alborotado de aquella orgía dejóse ver el dedo de Dios en medio de un nimbo resplandeciente, describiendo con caracteres flamígeros estas tres fatídicas palabras: Mane, Thecel, Phares. Estas mismas palabras flotan ya por los aires, amagando las cervices de los sacrílegos perseguidores de Méjico. Pues embriagados y con la sangre de tantas víctimas, desfogan su furor extendiendo sus zarpas al Santuario, destrozando imágenes venerandas, arrebatando con uña rapaz los preciosos trofeos de nuestra santa fe, libando brebajes groseros en los cálices en que se ofrece a Dios la sangre preciosísima de su Hijo.

 

Máscaras sin careta

 

Las estúpidas declaraciones de que nada se cometía contra los “Credos”, no pudieron quedar más convencidas de hipócrita falsedad en los comienzos mismos de la persecución. Ésta se inauguró con una mojiganga carnavalesca en la que se abría paso un grotesco personaje, disfrazado de fraile, corpulento y rollizo, montado sobre un borrico con un crucifijo a la cintura. Llevaba en una mano ejemplares de los Santos Evangelios, mientras departía bendiciones con la otra, profiriendo blasfemias y gritando burlescamente: “Dadme dos céntimos, y veréis cómo mi asno se come los Evangelios”. Otra carroza venía a continuación, en la que aparecía una monja en brazos de Satanás, rodeado de monjas y diablillos; y tras ésta seguía otra, compuesta de monjas y frailes, merendando juntos y diciéndose cuchufletas.

 

Los farsantes en escena

 

Helos ahí en la fotografía de la portada, con cataduras de forajidos facinerosos, los que se proponían hacer de México un florido Parnaso de cuantas artes yciencias se cultivaron en Atenas y Alejandría... Ellos mismos con sobrada avilantez tiraron del telón y han aparecido en el escenario de su vandalismo, parodiando el asalto de un tren por las huestes católicas, capitaneadas, según dicen, por curas y frailes, revestidos con tal lujo de ornamentos, que hasta en la misma procesión del Corpus resultarían superfluos... Si no son algunos de los doscientos sacerdotes villanamente sacrificados, o algunos de los que gimen entre cadenas; los restantes, desterrados están de la República con los obispos, y sus cabezas puestas a precio, cual si fuesen las de un lobo... Hay, pues, persecución contra los “credos”; hay latrocinios y escarnios de las cosas sagradas; y existe también una legión gloriosa de treinta mil fervorosos católicos, y no fanáticos, a los que no lograrán vencer, aunque esos ilustrados civilizadores digan en el letrerito que han sido “dispersados por las fuerzas del gobierno”.

 

La bacanal sacrílega

 

Aquellos brindis de Baltasar en copas dedicadas al culto, con ser tan abominable profanación, no carecen de cierta poética grandeza, siquiera la del orgullo de un rey en ostentar en su mesa los vasos del servicio de Dios. Mas ni ese aspecto de nobleza se ve en las profanaciones de México: truhanes de baja estofa saquearon templos y casas en Tepatitlán, y en confuso tropel se encaminaron a las cantinas con el botín; y allí, sin recatarse de las miradas del vecindario, comenzaron a revestirse, y envueltos con las sagradas vestiduras se desarrolló una indecente bacanal, en la que se brindaba desenfrenadamente en cálices y copones, y a modo de ceremonial, gesticulando desvergonzadamente y barbotando blasfemias... La crápula terminó con una danza, bailada en derredor de la hoguera alimentada con las imágenes de los santos...

 

Las aves de rapiña

 

Su insaciable rapacidad no se ha saciado con las preciosidades arrebatadas a las iglesias; recorren también los dominios para sorprender a los fieles celebrando la misa, y de un lance apuñalar al ministro y arrebatar cálices y copones. Así lo hicieron en Tulacingo, arrojando por los suelos las sagradas hostias y la sangre del Señor; y escenas dramáticas, como la que vamos a referir, se han desarrollado repetidas veces en Guadalajara: registraban el domicilio del profesor señor Zavala; y al descubrir el sagrario, oculto tras un amplio cortinaje, lanzan un rugido de satisfacción, y abalanzándose sobre la portezuela, echan las zarpas sobre el copón en el momento en que el dueño de la casa se arrojaba en su defensa. Le costó titánicos esfuerzos desasir aquellas uñas de fiera, hincadas furiosamente en los labios del vaso; y sin alterarse por el brillo de las armas, les dijo mientras iba consumiendo el Sagrado depósito: “sobre mi cadáver podréis insultar el Santísimo Sacramento; mientras viva no podréis”.

            En otros asaltos ha sido secuestrado el Cuerpo del Señor, como cuerpo del delito, según frase de estos “guardianes de la justicia”... y gracias al celo de cristianas matronas, y a costa de fuertes sumas, se ha podido rescatar, cual si fuese un malhechor, del armario mugriento, en donde a manera de cárcel lo habían arrinconado. Y la salvajada más sórdida, y que a los mismos herejes haría temblar de espanto, aconteció en el mercado público, en donde uno de estos facinerosos vació un Copón en un plato de sardinas, y se puso a comer las sagradas hostias con la vianda, entre muecas y visajes ridículos...

 

El puñal de Nerón

 

En nada se manifestó tanto el corazón de perro de este César romano, como en haber desgarrado las entrañas de su madre Agripina. Y nada ha comprobado tanto la falta de sentimiento de nacionalidad y de cultura en los perseguidores de Méjico, como los repetidos conatos de rasgar el lienzo de la Santísima Virgen de Guadalupe. Por dos veces han fallado los explosivos colocados en su altar; el uno fue en la persecución del impío Obregón, y el segundo es muy reciente, consistiendo en un grueso cirio, cuya llama había de hacer explotar la bomba que contenía. Los fieles apagaron la llama a tiempo; pero la sagrada imagen ha quedado precintada con los sellos del Gobierno, como prisionera de hijos degenerados, que recibieron de ella la civilización y la libertad...

Y lo que en el lienzo original no han podido lograr, lo ejecutaron en los tiempos del infame Obregón, en una de las copias más venerandas, en la iglesia de Morelia, quedando la Santa Imagen de Guadalupe acuchillada, como objeto de ludibrio y de desprecio.

Bajo las patas de los caballos

           

La catedral de Aguascalientes la transformaron en cuadra; y como sello de su odio refinado a todo lo dedicado al culto, forjaron con el hierro del comulgatorio herraduras para los caballos. Allí, debajo de las patas de los caballos, se han puesto ellos; y las piras, formadas con imágenes de Santos, sobre las cuales se han consumido los cuerpos de muchos confesores de la fe, levantan al cielo sus llamaradas, invocando la justicia de Dios, pues en la tierra sólo está entronizada la iniquidad...



[1] Cf. Hojitas, nº 1, 15 por 10 cm., 4 pp., Isart Durán Editores, S.A., Balmes 141, Barcelona (1927), proporcionadas a este Boletín por María Concepción Plascencia Parra. Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas”,  es el estudio Ana María Serna “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicada en Cuicuilco, vol. 14, núm. 39, enero-abril, 2007, pp. 151-179, revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México.

 

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