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El Carmelo de la Hoguera de Santa Teresa de Jesús de Guadalajara

 

Beatriz de San Juan de la Cruz. o.c.d.

 

El 26 de febrero de 1863 el gobierno liberal encabezado por Benito Juárez García decretó la extinción de la vida monástica en México. A la postre, la medida produjo no la extinción del monacato femenino, sino su consolidación, toda vez que a la vuelta de medio siglo, las religiosas que sobrevivieron al colapso restauraron con creces lo que antes sufría parálisis. En esta crónica, se describe cómo fue creado hace 114 años el segundo monasterio de carmelitas descalzas de Guadalajara, decimosexto carmelitano en el país.[1]

 

Antecedentes

 

La idea de fundar este monasterio fue de la reverenda madre María del Refugio de San Alberto [en el siglo, María Concepción Cortés Gutiérrez], priora del convento de Santa Teresa de Jesús de Guadalajara, tapatía que vino al mundo el 8 de noviembre de 1837, del matrimonio compuesto por Francisco Cortés y Josefa Gutiérrez, emigrantes españoles.

Ingresó al convento de Santa Teresa de Guadalajara un día de la Virgen del Carmen, 16 de julio de 1850, antes de cumplir los 13 años. Desde la pubertad dio muestra de sentimientos nobles y corazón bondadoso, compañeros de su vida y mancuerna gracias a la cual -dice nuestra crónica-, el Señor la dotó de carácter suave y a la vez enérgico.

Joven aun, padeció con su comunidad la persecución religiosa del tiempo, que supuso, en 1863, la exclaustración de todas las monjas, entre ellas, nuestra venerable madre, llamada a ser el eslabón que unió la cadena de religiosas de la antigua comunidad con la nueva, pues habiendo sido la última novicia en hacer su profesión perpetua antes de la exclaustración, viviría lo suficiente como para restaurar su Carmelo en esta ciudad y desprender de él una nueva fundación.

Aunque la aplicación de las leyes de Reforma amainó durante el mandato del presidente Porfirio Díaz, los conventos suprimidos que pudieron restaurarse sobrevivían en la clandestinidad. Lo peor del caso fue que no obstante ello, ni el gobierno civil ni el eclesiástico consintieron en que se recibiera en las comunidades aspirantes, menos aun que hubiera noviciado, de modo que el mero decurso del tiempo fue haciendo sus estragos, al grado que el Carmelo tapatío avanzaba inexorablemente a su extinción. Al comienzo del siglo xx, subsistían en el monasterio de Santa teresa tres religiosas, la menos anciana de las cuáles era la reverenda madre María del Refugio. Había vocaciones, pero no licencia para comenzar el proceso formativo. Fue tal coyuntura la que hizo surgir en ella grandes dotes y virtud para evitar el naufragio de la nave.

Por parte del gobierno eclesiástico se mantenía una conducta de extrema prudencia, considerando que de admitirse vocaciones, eso alentaría una nueva exclaustración. El caso era muy complejo, por lo que nuestra venerable madre solicitó y obtuvo el permiso de alojar jovencitas que sin tomar el velo prestarían labores de asistencia a las tres religiosas. El arzobispo don Pedro Loza y Pardavé dio su autorización, ingresando la primera de estas el 8 de septiembre de 1896, siguiéndola otras más hasta formar un grupo de diecisiete jóvenes. No será sino hasta el 10 de enero de 1903, contando con el aval del señor arzobispo don José de Jesús Ortiz, cuando estas aspirantes puedan tomar el hábito. Eran las primeras novicias del siglo xx y habían esperado casi 8 años la restauración canónica del noviciado.

A la vuelta de un año, el día 5 de febrero de 1904, profesaba ese coro de diecisiete carmelitas descalzas. Ese día, al terminar la ceremonia de la Profesión, cuando ya se despedía el prelado, nuestra reverenda madre María del Refugio, le pidió que aprobara las sus constituciones del monasterio en aras al establecimiento de otra fundación. El arzobispo le respondió que accedería a su petición siempre y cuando creciera el número de vocaciones, como ciertamente pasó, llegando estas al número de treinta.

Pasaron 5 años de ese día antes de otra fecha memorable, el 12 de septiembre de 1909, cuando se cumplió la inspiración de nuestra venerable madre de fundar otro monasterio, con diez religiosas del de Santa Teresa. Ella contemplo desde el cielo esta fundación, habiendo fallecido el 8 de diciembre de 1907, según nuestras crónicas hizo la ofrenda de su vida para que pudiera llevarse a cabo la obra.

Conviene saber que nuestra madre compró toda una manzana al oriente de la ciudad, en donde fue la hacienda de los Oblatos y puso manos a la obra, aprobados los planos y destinando, con la licencia de la superioridad eclesiástica, invertir algunas dotes de las monjas para la fábrica material del monasterio.

Sin embargo, la torpeza, desidia o poco cuidado del mayordomo, los trabajos se alargaron más de lo convenido la obra, quedándose la construcción a medio hacer, con grande pena para nuestra madre, angustiada por el excesivo número de religiosas del monasterio primitivo.

Según dicen nuestras crónicas, llegó públicamente a lamentar que bajo su responsabilidad había más religiosas de las autorizadas por nuestras constituciones, toda vez que santa Teresa no admitió al principio más que a trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna. Las hermanas le dijeron que no se afligiera tanto y que le pedirían a Dios que pronto se hiciera la nueva fundación, o que si era su santa voluntad, se las fuera llevando a su Reino hasta quedar las veintiuno, a lo que ella replicó: “Pues yo soy la culpable, que yo sea la víctima”… y sin duda, muy de veras se ofreció a Nuestro Señor, porque pronto vino a buscarla, y en 8 días una pulmonía fulminante puso fin a esa vida que ya tenía su misión cumplida y dejaba almas forjadas por ella misma para seguir por tiempo indefinido esa misión que mantuvo en medio de tantos trabajos y penalidades.

Habiendo pasado el duelo y la pena por la muerte de su venerable madre, tuvieron las monjas arrestos para seguir adelante: “nos sentíamos como bañadas de júbilo interior de tal manera, que todas lo advertíamos y nos lo comunicábamos al ver que aun exteriormente andábamos con paz y bienestar, como participando de una fiesta sagrada, más bien que de la pérdida de alguien tan querida”.

           

Fundación

 

La primitiva morada del Carmelo de La Hoguera de Santa Teresa de Guadalajara fue la vivienda ubicada en el número 71 de la calle de Herrera y Cairo, donada para ello por el venerable presbítero Juan de Dios Anguiano Galván, misma que él intentó usar sin éxito como hospedería para sacerdotes pobres.

Que Dios así dispuso esta morada, se advierte de los hechos que siguen: un instituto de vida consagrada femenina, deseoso de tener en la capital de Jalisco una residencia, solicitaron el respaldo del arzobispo Ortiz y Rodríguez, que les ofreció su ayuda. Conociendo de la disposición del inmueble del padre Anguiano, visitó la casa a la que nos venimos refiriendo, encontrándola apropiada para el caso. Cuando supo a quien pertenecía, se propuso comprarla y cederla a las religiosas que apelaron a su generosidad. Trató el caso con la hermana del padre Anguiano, quien intentó hacerlo desistir proponiéndole un precio muy alto, fuera en venta o en renta, lo cual no intimidó al arzobispo. Sin embargo, ni una semana después de esta entrevista, antes de cerrarse la operación, el domingo de Pentecostés de ese año, el venerable padre Anguiano compareció ante el señor Ortiz para decirle: “Ilustrísimo señor, toda la noche estuve luchando con el Espíritu Santo y vengo a decir a vuestra señoría ilustrísima que es voluntad de Nuestro Señor que la casa de Herrera y Cairo sea para las religiosas de Santa Teresa y esto sin costarles nada, se las regalo. Vengo a ofrecérsela a vuestra señoría ilustrísima, pero solamente para ellas”.

Cabe aclarar que la señora Carolina Álvarez Tostado, viuda que un tiempo convivió con la comunidad del monasterio teresiano y sabía de sus necesidades, fue el medio por el cual Dios conmovió al virtuoso padre Anguiano a enterarse de las penurias del monasterio.

            Y así, como queda dicho, el día de la fundación fue el 12 de septiembre de 1909, siendo las fundadoras las siguientes religiosas: Beatriz de San Juan de la Cruz, primera priora; Leonor del Sagrado Corazón de Jesús, superiora y clavaria; María del Carmen de Jesús Sacramentado, segunda clavaria; María Margarita del Sagrado Corazón de Jesús, tercera clavaria; María Manuela de San José, María Juana de la Cruz, Teresa María de la Concepción y María Concepción de la Preciosa Sangre de Cristo, así como Jesús Teresa María del Carmen y María del Refugio de San Alberto, de votos temporales.

Una vez señaladas las religiosas y dadas las demás disposiciones, se empezaron los preparativos para la traslación, que si bien por una parte dábamos gracias a Nuestro Señor por el beneficio tan grande de la nueva fundación, por otra, costó mucho a ambas comunidades, pues verdaderamente nos amábamos en el Señor que nos unía. A esto, como era natural, se juntaba también el sacrificio de dejar la dulce morada que nos sirvió de cuna en la vida religiosa y tantos recuerdos de las innumerables gracias del Señor recibidas en nuestro querido convento. Pero el mismo Señor nos lo pidió, no hubo sino rendirnos a los numerosos designios de su adorable voluntad.

           

Viaje de la fundadora

 

Habiendo salido las fundadoras en la fecha señalada, que era domingo, a eso de las 4 de la mañana, una vez en la calle avanzaron en pequeños grupos, en total silencio, encaminándose al templo de la Merced, donde les aguardaba el venerable padre Anguiano, que a esas horas ya estaba llamando a la santa Misa. Varias familias ofrecieron sus carruajes para el traslado de las monjas, sin embargo, el señor arzobispo consideró que atendiendo a las circunstancias políticas, sería mejor no llamar la atención de nadie, recomendando la estrategia descrita: que a partir de las 4 de la mañana, acompañadas por personas de confianza, se fueran a su nueva casa en pequeños grupos.

 

[…] bien podemos decir que Nuestro Señor, cual tierno y amoroso Padre quiso enjugar y restañar la honda herida de nuestras almas con aquellas dulces impresiones. Tan luego como llegamos, nos encontramos con el venerable padre Anguiano. ¡Lo que nuestra alma sintió con su presencia! Luego nos condujo a la capilla que nos señaló, nos dio la sagrada comunión y procurando acomodarnos para la santa misa, y no hallaba cómo colmarnos de atenciones y cuidados, pues ya nos consideraba sus hijas muy amadas en el Señor. Se siguió la santa misa celebrada por este venerable padre y bienhechor de esta naciente comunidad, que sin duda imploró para nosotras grandes gracias que ya empezábamos a experimentar.

            Bien confortados nuestros ánimos con las gracias del Señor, nos dirigimos a la nueva morada que el Divino Esposo nos tenía aparejada para formar un nuevo Carmelo.

            Llegamos pues de la misa de la Merced como a las 5 de la mañana, todavía sin luz, esto es antes de amanecer. Postradas en tierra besamos el nuevo recinto que el Señor nos tenía preparado, y después de cantar el laudate, colocamos una pequeña imagen de nuestra madre santa Teresa de Jesús en un altarcito de piedra que hay en el corredor inmediato, porque la capilla no estaba preparada todavía. Y ahí, en torno a nuestra santa madre, rezamos las horas, tomando ella como fundadora, posesión de este nuevo palomarcito.[2]

 

Primer Misa

 

La inauguración formal del nuevo monasterio fue el 16 de septiembre de ese año 1909, en el marco de la primera Misa, presidida por el arzobispo Ortiz y Rodríguez. Participaron en ella, además de las fundadoras, quien era a la sazón priora de Santa Teresa, la reverenda madre María Guadalupe del Sagrado Corazón de Jesús, asistida por dos religiosas de ese convento que actuaron como cantoras. Como prenda de afecto a la naciente comunidad, el señor arzobispo donó al monasterio el cáliz de su consagración episcopal, que fue en el año de 1893.

 

Supresión y restauración

 

Poco después del arribo de los carrancistas a Guadalajara, la comunidad fue disuelta. Esto pasó el 21 de julio de 1914, dando principio a grandes penalidades y sufrimiento para las monjas, que durante seis años debieron sobrevivir sin formar comunidad, entre familias respetables, sin licencia para recibir novicias.

Después de ese tiempo, como si fuera un milagro, nos fue devuelta la casa y no sólo se restauró la clausura, sino que también llegaron nuevas vocaciones, alcanzando las novicias el número de siete.

Luego de un paréntesis de paz, vino de nuevo la prueba, a partir del 31 de julio de 1926. El gobierno callista echó a las monjas y confiscó el monasterio. Siete de ellas se fueron a diversos monasterios de España donde caritativamente les abrieron las puertas: Granada, Don Benito, Baeza y Córdova. De ellas, tres ya no retornarán a su comunidad de origen.

Fue necesario que pasaran años antes de poderse restablecer la clausura, siempre en la clandestinidad. El 24 de noviembre de 1930 fue recibida la primera postulante a la que siguieron otras jóvenes, alcanzándose pronto, en 1935, el número reglamentario de veintiuna. Con el ingreso de la hermana Ana María del Sagrado Corazón (María Guadalupe Rosales Ordorica), este último año, la cual llevaba como parte de su dote la vivienda ubicada en el número 291 de la calle de Santa Mónica, la comunidad pudo reunirse bajo un solo techo y en la medida de lo posible, ceñirse a las Constituciones, aunque no la clausura por no permitirlo el tiempo.

Un rescripto de la Santa Sede, dado el 12 de agosto de 1939, reconoce al monasterio, dándole como titular la Transverberación de Santa Teresa, y sometiéndolo en lo espiritual a la Provincia carmelita de San Alberto de México, y en la jurisdicción canónica, al arzobispo de Guadalajara, reconociéndose, igualmente, las Constituciones del año de 1927.

En la casa de la calle de Santa Mónica permaneció la comunidad hasta 1950: sin rejas ni torno y las monjas coincidían en el pequeño oratorio con los fieles que tomaban parte de ceremonias como la toma de hábito o la profesión de votos. Empero, Dios misericordioso iba preparando a esta comunidad para concederle nuevas mercedes, pues no obstante el haberse registrado fallas y deficiencias en la comunidad, no se extinguió nunca del todo el anhelo de las monjas de alcanzar la perfección, meta renovada a diario cada día con más fervor, dándose el caso de una nueva fundación, la del monasterio del Purísimo Corazón de María, en la ciudad de Zacatecas, que tuvo lugar el 7 de agosto de 1942, con seis religiosas de la Casa de la que venimos hablando, como fundadoras.

 

El monasterio actual

 

Con grandes deseos de que la comunidad disfrutara de paz y de tranquilidad, después de los difíciles tiempos de la persecución religiosa, que implicaron un sinnúmero de trabajos y privaciones para las monjas, se tomó la decisión de edificar un verdadero monasterio, dándose la oportunidad de adquirir un predio en la colonia Vallarta Poniente de Guadalajara, el lote al que correspondía el número 149 de la calle de Autlán. Acometió la obra el ingeniero Manuel Huerta García y el traslado de la comunidad pudo hacerse el 1 de diciembre de 1950, inaugurándose un día después, pese a que la obra material no estaba cerrada.

Hizo las veces de capilla un salón amplio y extenso, en uno de cuyos muros se adosó un altar de mármol blanco, al que se ascendía por tres gradas de mármol negro. El sagrario quedó sobre una columna de mármol blanco. Según se pudo, la capilla se dotó con una copia de la Asunción, de Bartolomé Estaban Murillo, que donó don Luis Valle; y con cuatro pequeñas esculturas de media talla colocadas sobre repisas: la Madre Santísima del Carmen, señor san José, san Juan de la Cruz y nuestra madre santa Teresa de Jesús.

Dado que las leyes mexicanas prohibían los monasterios y la emisión de votos, ya no fue posible hacerlos perpetuos, sino simples. La Santa Sede, considerando que mientras el Gobierno no diera garantías para que fuera posible y se respetara la clausura papal, no convenía dar esa concesión. Reconociendo el caso, la Sagrada Congregación de Ritos decretó, el 22 de agosto de 1964, un estado de excepción: el que no obstante la prohibición constitucional vigente por entonces, se procediera a recibir la profesión perpetua.

Y así, a poco más de un siglo de distancia de la profesión de la última monja y fundadora de este monasterio, un 30 de mayo de 1965, ante el eminentísimo señor cardenal José Garibi Rivera, dieciséis monjas emitimos votos solemnes.

Ya regularizada nuestra situación canónica, el 30 de marzo de 1967 nuestro monasterio pudo ser incorporado a la Federación San José de Guadalupe de Monjas Carmelitas Descalzas de México.



[1] La crónica fue escrita en 1986. El monasterio se ubica actualmente en el número 149 de la calle de Autlán, en la colonia Vallarta Poniente, de Guadalajara.

[2]Tanto el convento de Santa Teresa como la nueva casa de la fundación quedaban cerca del templo de la Merced, por eso es que pudieron hacer el viaje a pie, -a pesar de que varias familias nos habían ofrecido sus coches para el traslado. El señor Ortiz, atendiendo a las circunstancias políticas, aconsejó que sería mejor no llamar la atención y le pareció que en grupos nos fuéramos a las 4 de la mañana acompañándonos varias personas.

 

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