Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás

Los festejos del primer centenario de la consumación de la Independencia, nuevo impulso para el catolicismo social (1ª parte)

 

Francisco Javier Tapia R-Esparza[1]

 

El autor del presente estudio analiza de forma sumaria la forma polarizada como se vivió el centenario de la consumación de la Independencia de México, en 1921, por parte de la sociedad civil, del Estado revolucionario y del catolicismo social. Los contrastes ofrecen una serie de actos externos y un tanto frívolos en el primer grupo, de desconcierto y posturas viscerales, como fue borrar el nombre de Agustín de Iturbide de la Cámara de Diputados y de revisionismo histórico en torno a la figura de este caudillo, por parte del catolicismo social[2]

 

Introducción

 

La cercanía de los festejos del Centenario de la Revolución Mexicana y el Bicentenario de la Independencia han generado diversas manifestaciones para su celebración. Como nunca antes en nuestro país, unas efemérides han impulsado la organización de numerosos foros de discusión con la participación de prácticamente todos los especialistas y aficionados al estudio de los procesos independentista y revolucionario. A su vez, el alud de investigaciones ha provocado el surgimiento de una nueva etapa de revisionismo historiográfico por medio del cual se han repensado dos de los procesos históricos más importantes de nuestra historia. Una de las nuevas perspectivas que conforman esta revisión es la del estudio de las celebraciones, particularmente la organizada en 1910 con motivo del centenario de la Independencia, y la del centenario de la consumación de Independencia en 1921.

El trabajo pionero en este tipo de temáticas es el artículo de Annick Lémperière que se titula “Los dos centenarios de la Independencia mexicana (1910-1921): de la historia patria a la antropología cultural”.[3] Además de hacer un recuento de las diferentes acciones que fueron promovidas con motivo de los festejos centenarios en 1910 y 1921, la autora concluye que la conmemoración de los cien años de la consumación de Independencia fue un pivote para el desarrollo de la antropología en nuestro país debido al carácter nacionalista- indigenista con que se buscó sustentar la identidad nacional revolucionaria.

El año 2009 se publicaron dos trabajos que complementan el análisis de los festejos centenarios de 1910 y 1921. Historia y celebración. México y sus centenarios de Mauricio Tenorio Trillo[4] y Asedios a los centenarios (1910-1921), obra compilada por Virginia Guedea[5].

Además de criticar y cuestionar la validez de las celebraciones del presente año, Tenorio Trillo realiza un recuento de los festejos que se llevaron a cabo en la ciudad de México durante los años de 1910 y 1921, destacando particularmente las diferentes manifestaciones artísticas y culturales promovidas por los gobiernos en turno. Así mismo, da noticia de otros acontecimientos semejantes como las conmemoraciones de los centenarios de la Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa -que tuvieron lugar durante la década de 1880-, y que en cierta forma sirvieron como referencia para organizar los festejos en nuestro país. El tema de fondo en Historia y celebración. México y sus centenarios es el análisis de los discursos que, tanto Porfirio Díaz como Álvaro Obregón, manifestaron a través de la ejecución de obras públicas, promoción de manifestaciones artísticas, organización de exposiciones, y selección de fiestas. Tenorio Trillo afirma que en 1910 se pretendió mostrar al mundo que México era un país moderno y progresista que se encontraba a la altura de las naciones europeas más avanzadas; mientras que para 1921 el objetivo principal era cimentar un espíritu nacionalista en el pasado indígena, pero sobre todo hacer patente al mundo que el país se encontraba en plena paz.

Por su parte, Virginia Guedea coordina una aproximación al estudio de los centenarios de 1910 y 1921 que, desde una perspectiva multidisciplinaria, nos permite tener un amplio panorama de lo que fueron los festejos de los centenarios y sus implicaciones en la historia, artes, filosofía, letras y las instituciones. Destacamos particularmente los trabajos de Alicia Azuela de la Cueva,[6] Fernando Curiel Defossé[7] y la propia Virginia Guedea[8] porque en ellos, al igual que en nuestro trabajo, se abordan diferentes aspectos de los festejos del Centenario de la Consumación de la Independencia.

Virginia Guedea, tras realizar un espléndido recuento de los diferentes acontecimientos que conformaron los festejos de los centenarios, y enfocándose particularmente a su implicación enla historia, señala que a inicios de la década de 1920 ya no se tenía una visión plenamente estructurada de lo que era el pasado mexicano. La autora sostiene que la celebración del primer centenario de la consumación de la Independencia contribuyó a impulsar la búsqueda de un nuevo nacionalismo, el cual, debido a las experiencias vividas y la situación en que el país se encontraba, fue de carácter internalista y justificado en la recuperación de su vertiente indigenista.

Con una interesante perspectiva de que las artes juegan un importante papel en el fortalecimiento político de los gobernantes que las promueven, Alicia Azuela realiza un ensayo enfocado al estudio de las diversas manifestaciones artísticas promovidas durante los centenarios. La autora sostiene que, a diferencia de Porfirio Díaz quien difundía una visión triunfalista que se refleja en edificios y monumentos como el Ángel de la Independencia o el Palacio de Bellas Artes, Álvaro Obregón, quien no cumplía aún el año en el cargo, buscaba su justificación y construir alianzas al interior, lo cual explica el carácter popular de los festejos y su reflejo en las artes.

Finalmente, Fernando Curiel se enfoca en el análisis discursivo promovido durante los centenarios y señala que, mientras en 1910 Porfirio Díaz pretendía mostrar al mundo entero los logros materiales que su gobierno había alcanzado, Álvaro Obregón instrumentó un discurso popular y nacionalista. El autor coincide con Alicia Azuela al sostener que el objetivo principal del discurso obregonista era lograr justificarse y adquirir reconocimiento al interior del país.

Mi interés por estudiar los festejos del primer centenario de la consumación de Independencia se centra, a diferencia de los textos antes referidos, en indagar acerca de los grupos de católicos que utilizaron esta coyuntura como pretexto para reunirse y retomar la acción social que había sido interrumpida con el exilio de varios de sus dirigentes en 1914. Al respecto, la historiografía sobre el catolicismo social, así como la relativa al estudio de los centenarios, presentan un vacío, no sólo en lo referente a la participación de los católicos en los festejos del centenario en 1921, sino a lo que ocurrió con estos grupos entre los años de 1914 y 1920.

Los trabajos de Jorge Adame Goddard,[9] Roberto Blancarte,[10] Manuel Ceballos Ramírez[11] y José Miguel Romero de Solís,[12] entre otros, son fundamentales para entender los primeros años del catolicismo social en México, es decir, desde la última década del siglo xix hasta 1913 en que los católicos sociales lograron participación política a través del Partido Católico Nacional (PCN). Por su parte, Jean Meyer,[13] Guillermo Zermeño,[14]Hugh G. Campbell[15] y Héctor Hernández García de León[16] son fuentes imprescindibles para el estudio del desarrollo de los grupos de católicos beligerantes en 1924 y hasta la década de los cuarenta.

Este trabajo pretende ser el eslabón faltante entre los estudios del catolicismo social y sus productos sociales de los años veinte. El tema de los festejos por el primer centenario de la Independencia es, en realidad, un pretexto para entender las estrategias que emplearon los católicos sociales a partir de 1920 para continuar su proyecto social iniciado desde finales del siglo xix.

Por otro lado, el estudio de las acciones de los católicos en 1921da pie para entender el desarrollo de lo que años más tarde derivaría en el conflicto religioso de la cristiada, y en el surgimiento del sinarquismo.

 

Antecedentes

 

La corriente renovadora de la Iglesia católica conocida como catolicismo social surgió en Europa a mediados del siglo xix como respuesta al proceso secularizador que comenzaba a extenderse por Occidente. Hasta antes de la revolución francesa, la Iglesia católica tenía grandes atribuciones que fue perdiendo a medida que surgían y se consolidaban los estados nacionales.

Funciones como la administración de los registros vitales (nacimientos, matrimonios y defunciones), educación, administración de recursos financieros y control del calendario pasaron paulatinamente a ser asunto de gobiernos civiles y no de corporaciones religiosas. En este contexto, el catolicismo social emergió como un espíritu renovador de la Iglesia católica cuyo principal objetivo era combatir al liberalismo.

Los jesuitas fueron quienes comenzaron a establecer los principios del catolicismo social a mitad del siglo xix, pero sería el pontífice León xiii -de formación jesuítica- quien lograría materializar y difundir el pensamiento social católico a través de varias encíclicas como la Inscrutabili Dei Consilio (21 de abril de 1878) y la Rerum Novarum emitida el 15 de mayo de 1891 y que daría vuelta al mundo. En ambas encíclicas, el papa argumentaba que la Iglesia católica -y la cristiandad entera- había sido atacada por el embate liberal durante el siglo xix, y recientemente por el socialismo, pero que era tiempo de reaccionar. Para tal fin, los católicos debían organizarse y tomar parte activa en la prensa, educación, organización de sindicatos, crear agrupaciones civiles y de ser posible, buscar la participación política en los diferentes Estados, todo ello con la finalidad de fortalecer la institución de la familia, defender la propiedad privada y por supuesto, al catolicismo.

Las propuestas renovadoras provenientes del Vaticano fueron rápidamente adoptadas por la alta clerecía mexicana desde los últimos años del siglo xix. De inmediato comenzaron a organizar sindicatos obreros, agruparon a los campesinos, fundaron cajas de ahorro, crearon grupos de laicos católicos encargados de la educación, instrumentaron diversos mecanismos para la difusión del discurso social católico tanto en prensa como en historiografía e inclusive formaron un partido político (PCN)[17]. La primera fase del catolicismo social alcanzó la cúspide cuando enlas elecciones de 1912 lograron llevar a varios miembros del PCN a cargos de elección en el Congreso de la Unión, senado, alcaldías y hasta gubernaturas estatales.[18]

Durante las administraciones de Porfirio Díaz, Francisco León de la Barra y Francisco Madero, los católicos sociales tuvieron oportunidad de organizarse y recuperar parte de las atribuciones que habían perdido desde mediados del siglo xix a manos de los gobiernos liberales. No obstante, tras la decena trágica y la instauración del gobierno provisional de Victoriano Huerta, los católicos comenzaron a encontrar obstáculos al ver restringirse la participación de agrupaciones de obreros y organizaciones católicas, pero sobre todo, al dejar fuera de sus funciones a varios militantes del PCN que habían alcanzado escaños políticos en el congreso y senado.

La verdadera crisis para los católicos sociales inició a mediados del convulsionado año de 1914 cuando Venustiano Carranza controlaba el gobierno nacional tras derrocar a Victoriano Huerta. La política liberal carrancista no toleraría a los católicos y, en una maniobra para debilitarlos, ordenó la expulsión de varios sacerdotes y laicos identificados con el catolicismo social quienes se refugiaron en La Habana, Cuba, y en las ciudades de San Antonio y Chicago en los Estados Unidos.

La expatriación de los dirigentes del catolicismo social debilitó el movimiento en 1914, sin embargo, previamente habían logrado consolidar varios sindicatos católicos y grupos de laicos como los Caballeros de Colón, la Asociación de Damas Católicas, Confederación Nacional Católica del Trabajo, Liga Católica Campesina, Unión Nacional de Padres de Familia y, principalmente, la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM). Estas agrupaciones lograron mantener vivo el proyecto social-católico a pesar del aparente acefalismo, puesto que, tanto los obispos que habían permanecido en el país, como los católicos exilados, seguían manteniendo contacto a través de la prensa y sobre todo, de la pastoral católica.

Lejos de lo que se pensaba, los exiliados se fortalecieron al tener la posibilidad de reunirse y trabajar conjuntamente desde afuera para instrumentar una contraofensiva. Las estrategias que proponían los católicos exiliados fueron las que se habían instrumentado años atrás, a través de ellas buscaban hacer notar su presencia, mismas que, por cierto, eran las recomendadas por el Vaticano, es decir: estas debían orientarse hacia la prensa, la historiografía, el mantenimiento de agrupaciones católicas y la organización de manifestaciones multitudinarias con motivo de cualquier celebración religiosa.

En la madrugada del 21 de mayo de 1920, mientras intentaba trasladar la sede del gobierno nacional al puerto de Veracruz, como resguardo ante las fuerzas obregonistas que lo desconocían como jefe del ejecutivo, fue asesinado Venustiano Carranza en la sierra de Puebla. En su lugar, la presidencia fue ocupada de manera interina por Adolfo de la Huerta, quien de inmediato adoptó una política de pacificación y conciliación, lo cual representaba la oportunidad que esperaban los católicos en el exilio para poder regresar al país e implementar su plan de reacción. Además de permitir el reingreso a los católicos exiliados, Adolfo de la Huerta buscó la conciliación por medio de la restitución de bienes incautados durante la Revolución a los laicos vinculados con el catolicismo social y a la Iglesia misma.

A pesar de que la constitución de 1917 representó un obstáculo debido a que eliminaba toda posibilidad de participación política a los clérigos[19] y restringía la celebración de actos religiosos al interior de los templos,[20] el año de 1920 fue clave para el resurgimiento del catolicismo social en nuestro país. En primer lugar, porque finalmente pudieron regresar los exiliados y consiguieron reagruparse; también porque en ese año coincidieron varias celebraciones religiosas importantes que les sirvieron para demostrar su poder de convocatoria mediante la organización de peregrinaciones multitudinarias; finalmente, porque comenzaron a emplear una nueva estrategia para hacerse notar sin que ello violentara la constitución, se trató de la apropiación simbólica de espacios públicos mediante su resignificación como centros de peregrinaje o de presencia católica.

Desde la erección de la diócesis de Tacámbaro que tuvo lugar el 15 de abril de 1920,[21] hasta el 12 de diciembre de 1921, los católicos sociales no cesaron de realizar manifestaciones multitudinarias y demostrar su presencia. Entre esas celebraciones, la del primer centenario de la consumación de Independencia –que tendría lugar el 27 de septiembre de 1921- se presentaba como una oportunidad inmejorable para apoderarse simbólicamente de plazas, calles y otros espacios públicos al emplearlos como lugares donde tendrían cabida los festejos por ellos promovidos. Más aún, el centenario abría la posibilidad para que los católicos pudieran tutelar las conmemoraciones y con ello tuvieran influencia sobre la construcción de la memoria histórica, estrategia que por cierto venían empleando desde finales del siglo xix.

 

Acción y reacción católica

 

Los conservadores mexicanos recurrieron desde el siglo xix al pasado colonial y en particular a figuras como Cristóbal Colón,[22] Hernán Cortés[23] y Agustín de Iturbide para construir un discurso propio que se contrapusiera al liberal. Los católicos sociales, aunque no se les puede denominar propiamente como conservadores por ser precisamente un grupo modernizador de la Iglesia, comparten con los conservadores una tradición historiográfica al adoptar los temas y discursos sobre el pasado mexicano.

Más allá de toda celebración de carácter cívico, los católicos festejaron las bodas de plata de la coronación a la Virgen de Guadalupe el 12 de octubre de 1920 con una gran peregrinación a la basílica del Tepeyac. Además de miles de peregrinos, entre los que se encontraban integrantes de agrupaciones como los Caballeros de Colón, las Damas Católicas y la ACJM, a la conmemoración asistió la alta clerecía mexicana que no se encontraba completa desde 1914. A su vez que se presentaba como una manifestación pública de la presencia católica, el aniversario dela coronación a la Virgen fue una importante oportunidad para que convergieran nuevamente los católicos sociales y con ello dar inicio a una nueva época en su proyecto de recuperación de atribuciones sociales y políticas.

La estrategia que los católicos habían instrumentado consistía en la organización de sindicatos y agrupaciones católicas; creación de escuelas técnicas y de enseñanza básica; divulgación del discurso social católico a través de la prensa, literatura e historia; fundación de cajas de ahorro e impulso de manifestaciones públicas y multitudinarias. Sin embargo, a partir de la reunión del 12 de octubre de 1920, y con motivo de las restricciones que imponía la constitución de 1917 a los grupos religiosos, los católicos comenzaron a emplear una nueva forma de acción que consistía en la apropiación simbólica y resignificación de espacios públicos. Un ejemplo de ello fue la iniciativa de Emeterio Valverde Téllez -quien entonces era obispo de León- que consistía en crear un santuario en la cima del cerro del Cubilete, elección que por cierto no era fortuita, improvisada o ingenua, ya que a este punto se le consideraba como el centro geográfico de la república mexicana. El mensaje que se pretendía emitir era que en el corazón (el centro) de México, se encontraba Cristo.[24]

A la propuesta para construir un santuario en la cima del Cubilete[25] le siguió una importante acción que tenía por finalidad la recuperación de espacios políticos que a los católicos les habían sido vedados con la constitución de 1917. A iniciativa del padre jesuita Alfredo Méndez Medina, se creó en noviembre de 1920 el Secretariado Social Mexicano (SSM), organismo que tenía como principal objetivo manejar a los grupos y organizaciones de católicos -particularmente a los de trabajadores del campo y del sector industrial- en la organización de movilizaciones, pero sobre todo para servir de enlace entre estos grupos y la alta clerecía, facilitando así la transmisión de la doctrina social.

Otro gran festejo que puso de manifiesto el poder de convocatoria de los católicos sociales en 1920 fue el día de la Virgen. Al igual que en la conmemoración del 12 de octubre, miles de peregrinos y varios miembros de la jerarquía eclesiástica mexicana se dieron cita en la Basílica de Guadalupe el 12 de diciembre. La reunión de los católicos en el templo del Tepeyac fue una manifestación más de su organización y poder de convocatoria, acción que se vio magnificada con la movilización de numerosos grupos de fieles que asistieron a los santuarios locales en los estados que entonces tenían mayor presencia católica como lo eran Oaxaca, Puebla, Zacatecas, Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro, México, Michoacán y Jalisco.

El catolicismo social se había recuperado en poco menos de un año y rápidamente ganaba en presencia la cual quedaba de manifiesto en el incremento de grupos locales de la ACJM, Caballeros de Colón y Damas Católicas, así como en la apropiación de espacios públicos como el cerro del Cubilete y las plazas y calles de ciudades como Zamora o Morelia. Una característica de las celebraciones en que los católicos participaron durante el año de 1920 es que se vinculaban con festejos religiosos, sin embargo, en 1921 se cumplirían los primeros cien años de la consumación de Independencia y resultaba evidente que Agustín de Iturbide sería uno de los personajes conmemorados. El centenario representaba para los católicos una oportunidad inmejorable para tutelar los festejos cívicos y con ello, poder continuar con su proyecto de ganar espacios para manifestar su presencia y, más aún, poder influir sobre la memoria histórica en un momento coyuntural para la construcción de la identidad nacional.

Mientras los católicos comenzaban su reagrupación e incrementaban su presencia, Álvaro Obregón tomaba posesión de la presidencia el primero de diciembre de 1920. La política obregonista, al igual que la adoptada por Adolfo de la Huerta quien le había precedido en el cargo, tenía entre sus prioridades la pacificación del país. No obstante las muestras de que México avanzaba hacia un ambiente de paz,[26] aún surgían algunos brotes de violencia con funestas repercusiones, tal fue el caso del enfrentamiento entre católicos y socialistas en la ciudad de Morelia en el mes de mayo de 1921.

A partir de 1920 los católicos habían venido realizando varias manifestaciones de carácter pacífico, sin embargo, el 12 de mayo de 1921 se organizó en Morelia una marcha en repudio por un acto que consideraban un insulto a la religión. Cuatro días antes, en medio de las celebraciones por el día del trabajo que en ese año se habían recorrido para el día 8, un grupo de “socialistas” que asistían a la marcha “en su regocijo, colocaron sus banderas rojinegras en las torres de catedral y en los edificios de otras iglesias.”[27] El verdadero agravio sucedió cuando, deteniéndose en catedral, un hombre gritó “¡No queremos más engañifas! ¡Abajo los curas! ¡Viva la revolución social!” y una muchedumbre se lanzó hacia el templo donde “se apoderaron de una imagen de la Virgen de Guadalupe y la hicieron pedazos”.[28]

La marcha de los católicos, compuesta por un nutrido grupo de acejotaemeros, comenzó con ánimos encendidos a pesar de habérseles prohibido realizarla. Entre gritos de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva la Virgen de Guadalupe! los alrededor de diez mil católicos[29] partieron desde el santuario de Guadalupe dirigiéndose por la calzada hacia la catedral. La situación se tornó hostil cuando el contingente se encontró a unos metros de la plaza de Villalongín con el licenciado Isaac Arriaga quien era líder agrarista, presidente del Partido Socialista Michoacano e identificado como uno de los responsables de la injuria contra la Virgen. Después de que se escucharon varios balazos y que la muchedumbre se disipó, en el suelo quedaron varios heridos y los cuerpos cerca de cuatro[30] a quince muertos[31] entre los que se encontraba el de Isaac Arriga.

Lejos de infundir temor y frenar el crecimiento y participación de la ACJM, los hechos del 12 de mayo de 1921 provocaron que siguieran efectuando movilizaciones en varios sitios de la república. En la ciudad de Zamora, el 14 de mayo se efectuó una marcha en la que los católicos conmemoraron el veinte aniversario de la emisión de la Rerum Novarum, espacio que aprovecharon para hacer patente su repudio por los acontecimientos ocurridos en la capital michoacana. Aunque la manifestación de Zamora transcurrió con calma, los acontecimientos del 8 y 12 de mayo en Morelia marcaron el inicio de una acción más beligerante de parte de un grupo de católicos, hecho que debería tomarse en cuenta como antecedente directo del conflicto religioso de “la Cristiada”, sobre todo si no perdemos de vista que los escenarios de dicho conflicto y el de la presencia de la ACJM son prácticamente los mismos.

 

Vísperas de las celebraciones

 

Cuatro son los actores que aprovecharon los festejos del primer centenario de la consumación de la Independencia de México para fines particulares. En primer lugar, la prensa encabezada por los periódicos Excélsior y El Universal a través de los cuales se dieron a conocer los primeros concursos y convocatorias para realizar festejos con un carácter eminentemente popular. El gobierno obregonísta es el segundo actor involucrado, quien al ver las ventajas que ello representaba como propaganda para mostrar su estabilidad en el gobierno, se dio prisa para nombrar comisiones que se encargasen de organizar los festejos e invitar a los representantes diplomáticos de varios países. Las élites capitalinas tampoco dejaron pasar la oportunidad de participar en el centenario, en su caso, el objetivo era hacerse notar y revivir viejas costumbres como bailes de gala o corridas de toros que habían sido interrumpidas durante los años más convulsivos de la Revolución. Resaltó particularmente el papel de las élites porque fueron ellos, junto con los católicos, quienes se enfocaron particularmente en la exaltación de Iturbide como prohombre responsable de lograr la consumación de la Independencia. Finalmente -y como eje rector de este trabajo- los católicos, grupo que continuó con su estrategia de manifestaciones multitudinarias y apropiación simbólica de espacios públicos, pero que aprovechó la coyuntura de la celebración para impulsar proyectos historiográficos a través de los cuales se difundiría su discurso.

Los diarios El Universal y Excélsior se adelantaron a todos al manifestar abiertamente sus intenciones de celebrar el primer centenario de la consumación de la Independencia. A partir de marzo de 1921 lanzaron las primeras convocatorias para concursos literarios, de pintura, fotografía, baile y demás manifestaciones “populares” en las que se pretendía poner en alto a la cultura mexicana. Felix F. Palavicini, quien era el fundador y director de El Universal así como personaje vinculado a la política de los gobiernos revolucionarios, lanzó una original convocatoria en su diario el 5 de marzo de 1921. Se trataba del concurso de belleza de “La india bonita” en el que se convocaba a las jóvenes indígenas para participar por ser reconocida como la india más bonita. De acuerdo con lo indicado en la convocatoria, además de un premio en efectivo por tres mil pesos oro nacional, la ganadora sería apadrinada en acto público por gente de “reconocida posición social”, y fungiría como reina durante los festejos del primer centenario de la consumación de Independencia.[32]

El concurso de la india bonita fue concebido como un acto inclusivo de los diferentes grupos sociales, y además, para valorar y exaltar al indígena, lo cual se adecuaba perfectamente al proyecto nacionalista posrevolucionario del que Palavicini formaba parte, y que alcanzaría su esplendor en la década de los cuarenta. Las bases del concurso señalaban que:

 

Ha sido costumbre abrir siempre concursos para premiar la belleza de una dama, la inspiración de un poeta, o la simpatía de una obrera; pero nunca los diarios y revistas se han preocupado por engalanar sus columnas con los rostros fuertes y hermosos de infinidad de indias que pertenecen a la clase baja del pueblo, y que tienen también sus aspiraciones y su ‘corazoncito’; que agotan sus primaveras en los puestos de frutas, en las tortillerías, en las chinampas, en los mercados, en las rancherías, y que, colocadas siempre en la esfera social más baja, contemplan cómo van deslizándose sus vidas monótonamente, sin que haya en su camino una hora de sol que las alegre.[33]

 

El concurso lanzado por El Universal obtuvo buena respuesta entre las indias de las cercanías de la Ciudad de México. Durante los meses siguientes a la convocatoria se recibieron varias fotos y solicitudes. Con la finalidad de que se lograra elegir a la india más bonita y que reuniera las características de su “raza”, Palavicini reunió un jurado integrado por hombres reconocidos en su labor artística e intelectual, pero sobre todo, por ser considerados como conocedores de la cultura indígena. El antropólogo Manuel Gamio -quien entonces se encontraba realizando excavaciones en Teotihuacán y se disponía para la visita de embajadores en los festejos del centenario- fue el especialista que encabezó el jurado. Los otros miembros fueron: Jorge Enciso, dibujante de “asuntos nacionales y especialmente indígenas”,[34] Aurelio González Carrasco, escritor y dramaturgo, el escritor Carlos M. Ortega, y el crítico de cine Rafael Pérez Taylor.

El jurado se reunió en los primeros días de agosto y para el día 3 se tenía ya una ganadora, María Bibiana Uribe, india de 16 años y originaria de San Andrés Tenango en el estado de Puebla, fue declarada la ganadora del concurso porque reunía “todas las características de la raza: color moreno, ojos negros, estatura pequeña, manos y pies finos, cabello lacio y negro.”[35] Como se estipulaba en las bases, la ganadora sería distinguida con el nombramiento de un padrino de reconocida posición social quien la acompañaría a diversos actos púbicos. Antonio Fernández fue designado padrino de María Bibiana, y su primer evento social fue la visita del diplomático Alberto J. Pani. La india bonita debió asistir también a varias fiestas populares organizadas por El Universal y el gobierno de Obregón en la Ciudad de México, pero el acto cumbre fue cuando apareció en un carro alegórico en el desfile del 27 de septiembre.

Los festejos del primer centenario de la consumación de Independencia impulsados por El Universal y Excélsior se complementaron con varios concursos culturales. El que llama particularmente la atención para nuestro fin es el literario. La convocatoria se abrió con tres géneros (poesía lírica, canto épico a la Independencia y cuento original) y dos temas históricos: La obra civilizadora de los conquistadores españoles, y ¿Debe ser reivindicada y justificada la figura de don Agustín de Iturbide? El primero quedó desierto por no recibirse ninguna propuesta, mientras que Juan de Dios Robledo[36] fue el ganador del concurso sobre la reivindicación de Iturbide.

José Vasconcelos, quien entonces era rector de la Universidad Nacional de México, discrepaba de la forma de festejar el centenario con la celebración de concursos absurdos como el lanzado por la Escuela Nacional Forestal para encontrar al árbol simbólico de México.[37] En su constante preocupación por la educación del pueblo, Vasconcelos proponía que se invirtiera en la apertura de escuelas, propuesta que fue escuchada por el gobierno de

Obregón y en el mes de septiembre se dio marcha a un proyecto por el que se abriría una nueva cada día en la Ciudad de México.[38]

A pocos días de iniciar el mes de junio de 1921, Obregón nombró un Comité de los Festejos del Primer Centenario de la Consumación de Independencia que se integraba por los diputados Juan de Dios Bojórquez y Carlos Argüelles, así como por el escritor, periodista y diplomático Martín Luís Guzmán.[39] Para presidir este comité, el ejecutivo nombró al mayor Emilio López Figueroa[40] quien de inmediato manifestó el carácter popular que debían tener las celebraciones al declarar:

 

Que las fiestas sean, hasta donde sea posible, eminentemente populares, pues el criterio del Gobierno es que el pueblo mexicano es quien debe disfrutar más de ellas; él es el que tiene más derecho para ello. En consecuencia, el Comité Ejecutivo que me honro presidir tendrá siempre por norma que los habitantes de México tomen participación en los festejos, ya que no se conmemora el triunfo político de una clase privilegiada, en el momento histórico más trascendental que tenemos, sino el triunfo del mismo pueblo. Por lo tanto, será rarísima la fiesta a la que no pueden concurrir las clases laborantes.[41]

 

De hecho, el Comité de los Festejos del Primer Centenario de la Consumación de la Independencia, que en realidad operaba únicamente en la Ciudad de México, implementó de inmediato una campaña de saneamiento y mejoramiento de la imagen urbana. Tras varios años de conflictos, los edificios y calles mostraban las huellas de la batalla: las calles tenían hoyos generados por los bombardeos y que causaban encharcamientos; varias tuberías habían sido dañadas por explosiones ocasionando que las inmundicias se acumularan en las calles; y muchos edificios habían quedado deshabitados y destrozados permitiendo que sirvieran de basurero y refugio para vagabundos.

Parte de los festejos del centenario incluían remozar las calles; arreglar cañerías; limpiar las acumulaciones de basura; asegurar las casas abandonadas; limpiar y remozar las plazas; reducir el número de vagabundos, o al menos asearlos y darles ropa para que no dieran mal aspecto; pero el proyecto más ambicioso fue el de la modificación del zócalo, al cual se le pensaba colocar jardineras.

Aunque el gobierno obregonista pretendía que las celebraciones del centenario fueran principalmente de carácter popular, la coyuntura también fue un pretexto para que las élites capitalinas se mostraran e hicieran sus propios festejos El 10 de enero de 1921. Excélsior publicó la convocatoria hecha por su director, el escritor José Jesús Núñez y Domínguez,[42] para celebrar con un gran baile emulando el que se había ofrecido a Iturbide en 1821. La respuesta no se hizo esperar y de inmediato acudieron a inscribirse miembros de las familias más prominentes de la ciudad.[43]A pesar de la anticipación de los preparativos, el cotillón no se llevó a cabo, en su lugar se organizó un concurso de bailes populares y otro de trajes típicos así como un concurso de fotografía y películas relativas a las fiestas.

Las costumbres no son fáciles de modificar y menos aquéllas que tienen fuerte arraigo. Aunque habían pasado once años de la caída de Díaz, varias familias de la élite habían permanecido en la Ciudad de México y sus recuerdos de la opulencia y pomposidad porfiriana estaban aún frescos. La celebración de la consumación de la Independencia se presentaba entonces como una oportunidad para que las élites capitalinas revivieran viejas prácticas como la ópera, corridas de toros y bailes de lujo que habían sido prohibidas por los gobiernos revolucionarios, pero que eran comunes durante el porfiriato.

Llama la atención que en varios festejos de las élites participara directamente el gobierno obregonista. Quizá con la intención de ser reconocido, o bien para establecer nexos con banqueros y empresarios que pudieran colaborar con su gobierno, Álvaro Obregón creó la Compañía del Centenario con una importante partida de presupuesto[44] para organizar la temporada de óperade 1921. Desde el principio, la idea fue emular las grandes galas que se realizaban antes de la Revolución y para ello se contrató al empresario teatral Antonio Pacetti, quien el 8 de septiembre inauguró la temporada del centenario en la que intervinieron varios de los mejores cantantes del mundo como Aureliano Pertile, Tito Schipa, Iulio Crimi, Carlo Galeffi, Virgilio Lazzari, Ofelia Nieto, Adamo Didur y “la Divina” Claudia Muzio.

Los elevados precios de las entradas y la rigurosidad de la etiqueta limitaban el acceso general. La temporada de ópera de 1921 fue entonces un espacio exclusivo para la élite capitalina quienes, además de revivir los días añorados del porfiriato, tenían nuevamente una oportunidad para mostrarse y tender lazos con el gobierno.

Venustiano Carranza había prohibido las corridas de toros desde 1916 como una medida para mantener el control de la población, sin embargo, la colonia española y las élites capitalinas en colaboración con el gobierno de Álvaro Obregón las recuperaron en 1921. En agosto de ese año se llevó a cabo la tradicional corrida de la Covadonga que antes de la Revolución tenía gran prestigio y a la que acudían las grandes personalidades. El simbolismo de la corrida de toros distaba mucho del nacionalismo revolucionario ya que el coso se adornaba con los colores rojo y amarillo, y los asistentes vestían a la española, particularmente las mujeres que portaban peineta y mantilla. Quizá como parte de los intentos por establecer nexos con la élite capitalina, o para satisfacer a su esposa, quien había pasado parte de su infancia y juventud en la Ciudad de México, el presidente Obregón y María Tapia asistieron a la corrida de la Covadonga.

Otro acto similar al que concurrieron la colonia española, las élites locales y grupos de conservadores fue la misa de Santo Domingo del 19 de septiembre. Asistieron, además de parte de la élite capitalina y la comunidad española, la señora María Tapia y el arzobispo primado de México, el señor José Mora y del Río. Al concluir, varios de los asistentes se trasladaron a un teatro de la ciudad para efectuar un acto que resulta interesante por su simbolismo ya que pone de manifiesto el espíritu conservador e hispanista de quienes lo organizaban, así como de varios de los asistentes.

Si el pueblo había elegido a la india bonita para que coronara los festejos del centenario de la consumación de Independencia, las familias adineradas de la Ciudad de México eligieron a Consuelo Luján y Asúnsolo -una joven de entre las damas de sociedad- para coronarla en el marco de dichos festejos. Llaman la atención los símbolos empleados, ya que se utilizó la diadema imperial de Carlota como corona y un viejo sillón perteneciente a Hernán Cortés como trono. Por otro lado, la corte de honor tomó asiento en una sillería de madera labrada que pertenecía a un antiguo convento.[45] Los elementos que se rescataron para tan peculiar acto no dan pie a equívocos y coinciden perfectamente con el discurso plasmado en la historiografía católica, es decir, el rescate y realce del pasado colonial por sus instituciones (Iglesia y Monarquía), y reconocimiento del Segundo Imperio como un intento de restablecer la monarquía en México.

Por parte de los católicos, hemos señalado que desde mediados de 1920 venían realizando diferentes actos públicos en los que daban muestra de su poder de convocatoria. A lo anterior, la alta clerecía sumó una iniciativa que resulta fundamental para entender el papel de los católicos en los festejos del primer centenario de la consumación de la Independencia, se trata de la “Carta Pastoral Colectiva con motivo del centenario de la consumación de la Independencia nacional”[46] fechada el 12 de julio de 1921 y firmada por todos los obispos y arzobispos de la Iglesia católica mexicana.

Los obispos iniciaron la pastoral reconociendo la importancia de los festejos de 1910 con motivo del primer centenario del inicio de la Independencia, sin embargo, reclamaban que entonces no se hubiera incluido a la religión como parte integrante de las celebraciones y por tanto, de la memoria histórica. La Iglesia mexicana lamentaba igualmente los “funestos acontecimientos” producto de la Revolución en los que se generó el “derrumbamiento de nuestro progreso material” y la muerte de miles de mexicanos. Ante tal panorama sombrío que consideraban semejante al de los primeros años de la lucha insurgente, la retórica de la pastoral enaltecía la figura de Iturbide como un hombre que logró “en pocos días, sin violencia, sin atropellos, sin robos ni saqueos, ni hecatombes a sangre y fuego” una empresa por demás complicada y dio finalmente la Independencia a México.

A través de la pastoral, la alta clerecía mexicana realizó un exhorto para “que el pueblo mexicano acuda en masa a festejar cristianamente tan fastuoso centenario”, pero sin dejar de reconocer “la soberanía y gobierno de Dios sobre los pueblos”. Para tal fin, la propuesta del clero mexicano era que en todas las iglesias de la república se llevaran a cabo los siguientes actos: celebrar misa Pro gratiarum actione el 13 de agosto y el domingo próximo siguiente;[47] promover la comunión a partir de esa fecha y hasta el 27 de septiembre; que el día 26 de septiembre fuera día de penitencia por los pecados nacionales y por tal motivo recomendaban que los diocesanos ofrecieran actos de misericordia y mortificación, rezar el rosario el día 26 de septiembre y después celebrar misa con solemnes funerales por Iturbide y demás caudillos de la Independencia en la que se cantaría el Miserere y las Letanías de los santos; preparar comuniones para el día 27 de septiembre; realizar una misa el día 27 de septiembre en honor de Agustín de Iturbide que concluiría con el Te Deum; ofrecer un solemne rosario que terminase con el canto Magníficat en honor de la virgen de Guadalupe el mismo 27 de septiembre; celebrar misa pontifical en la catedral a la que debían asistir el clero de la ciudad, los colegios, asociaciones piadosas y católicos sociales con sus respectivas insignias y al terminar, ofrecer comida a los pobres; finalmente, se recomendó a todos los párrocos que celebraran el 27 de septiembre con funciones literarias y que los temas se encaminaran a la exaltación de Iturbide.

 

Las fiestas del primer centenario de la consumación de Independencia

 

Como bien señala Aurelio de los Reyes “llegó septiembre y con él los festejos esperados. El gobierno se apoderó de ellos por el entusiasmo despertado y también, ¿por qué no? para que no los manejara el grupo conservador de la sociedad que lanzó la idea, lo cual no fue un obstáculo para que cada quien los interpretara a su manera”.[48] Por parte de los festejos oficiales -además de los concursos, verbenas y mejoramiento urbano- se efectuaron varios actos que han quedado registrados en una decena de películas realizadas con un doble fin propagandístico: dar a conocer en el interior de la república cómo se festejó el centenario de 1921; y mostrar fuera del país la paz y estabilidad que había alcanzado México.

Las fiestas del centenario, producida por Salvador Toscano; Los grandes y solemnes festejos del centenario, de la Internatinal Pictures Co.; y Las grandes fiestas del centenario de Ediciones Camús, son tres de varias películas que se filmaron durante el mes de septiembre de 1921 a través de las cuales podemos conocer el programa de los festejos del centenario.[49] Previo al 27 de septiembre, la presidencia se encargó de varios actos y festejos como la recepción en Palacio Nacional de los embajadores y delegados diplomáticos de Francia, España, China y prácticamente todos los países de América Latina;[50] una gran kermesse que tuvo lugar en la colonia Francesa y otra similar en el parque Lira que se llamó fiesta alemana; la inauguración del parque España; la visita de embajadores a Teotihuacán en compañía del antropólogo Manuel Gamio; una fiesta de las flores en Xochimilco; la organización de una corrida de toros; y una fiesta charra en Anzures.

El día 27 de septiembre, día en que se conmemoraba el centenario de la consumación de la Independencia, las cámaras registraron la jura de la bandera en Palacio Nacional y un homenaje a los héroes de la Independencia realizado en catedral. Sin embargo, la parte central de los festejos fue un desfile compuesto por carros alegóricos -entre el que se encontraba el de “La india bonita”- y una columna militar que marchó ordenadamente mientras en el cielo se realizaban diversas maniobras aéreas a cargo del circo aéreo. El mismo día, pero por la noche, la celebración continuó con una gran fiesta mexicana que dio inicio después de que se iluminaran algunos edificios aledaños al Zócalo, actos a los que acudió gran cantidad de personas cumpliendo así el objetivo de que los festejos fueran eminentemente populares como lo pretendía Álvaro Obregón y lo había señalado Emilio López Figueroa.

A diferencia de los festejos promovidos por Álvaro Obregón y algunos periódicos que tuvieron como escenario la Ciudad de México, los católicos, impulsados por la pastoral del 12 de julio de 1921, realizaron varios actos para conmemorar a Iturbide en diferentes estados de la república demostrando así mayor capacidad de convocatoria y organización.

En Puebla, el arzobispo Enrique Sánchez y Paredes inició las celebraciones con un Congreso Eucarístico que se llevó a cabo entre los días 25 y 28 de septiembre del que también se desprendieron veladas artísticas y literarias.[51]

En Ecuandureo, Michoacán, se reportó que las fiestas resultaron muy lucidas y que se complementaron con un desfile cívico en el que tomaron parte los acejotaemeros y los obreros católicos. Además, en el amplio y magnífico salón ‘Agustín Iturbide’ tuvo verificativo una velada dramático-musical, en la que tomaron parte, principalmente los miembros de la ACJM, se puso en escena el sentimental drama ‘El Mártir de Padilla’,[52]” con lo que se cumplió lo mandado por los prelados mexicanos en la encíclica del 12 de julio.

En la ciudad de Zamora, además de las fiestas religiosas enlas que la catedral estuvo muy concurrida,[53] los católicos sociales aprovecharon para realizar el primer congreso regional de la ACJM que se reunió ente los días 18 y 21 de septiembre que culminó con una misa “para implorar por el perdón de los pecados nacionales”.[54]



[1]Licenciado en Historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en Morelia, Michoacán.

[2] Artículo publicado en Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, núm. 52, julio-diciembre, 2010, 13-48, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, México

[3] Se incluye en el volumen 45 (octubre-diciembre de 1995) de Historia Mexicana.

[4]Mauricio Tenorio Trillo, Historia y celebración. México y sus centenarios, México, TusQuets, 2009.

[5]Virginia Guedea, (comp.), Asedios a los centenarios (1910-1921), México, FCE, 2009.

[6]“Las artes plásticas en las conmemoraciones de los centenarios de la Independencia, 1910, 1921”, en: Virginia Guedea,  Óp. Cit., 108-165.

[7]“Letrados centenarios: 1910-1921”, en: Virginia Guedea, Óp. Cit., 283-369.

[8] “La historia en los centenarios de la Independencia: 1910 y 1921”, en: Virginia Guedea, Óp. Cit., 21-107.

 

 

 

[9] El pensamiento político y social de los católicos mexicanos, 1867-1904, México, UNAM, 1981.

[10] Historia de la Iglesia católica en México, México, FCE, El Colegio mexiquense, 1992; (Compilador) El pensamiento social de los católicos mexicanos, México, FCE, 1996.

[11] El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum Novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911), México, El Colegio de México, 1991; Cien años de presencia y ausencia social cristiana 1891-1991, México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, (IMDOSOC), 1992.

[12] El aguijón del espíritu: historia contemporánea de la iglesia en México, 1892-1992, México, IMDOSOC, 1994.

[13] La Cristiada, 3 volúmenes, México, Siglo XXI, 1973-1974.

[14] Hacia una reinterpretación del sinarquismo actual: notas y materiales para su estudio, México, Universidad Iberoamericana, 1988; con Rubén Aguilar (coordinadores), Religión, política y sociedad: el sinarquismo y l Iglesia en México, México, Universidad Iberoamericana, 1992.

[15] La derecha radical en México, 1929-1949, México, SEP, 1976.

[16] Historia política del sinarquismo, 1934-1944, México, Universidad Iberoamericana, Miguel Ángel Porrúa, 2004.

[17] Partido Católico Nacional.

[18] Fernando Martínez,  “El Partido Católico Nacional”, en: Milenio, 28 de noviembre de 2008, versión digital consultada el 11 de marzo del 2010 [http://www.milenio.com/node/122370].

 

 

[19]Artículo 130 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, (1917).

[20]Artículo 24º, Ídem.

[21]La bula de erección de la diócesis de Tacámbaro es de 1913, sin embargo, debido a lo convulsionado del momento, no pudo llevarse a cabo hasta el 15 de abril de 1920 cuando regresaban los sacerdotes exiliados. Leopoldo Lara y Flores fue nombrado obispo de Tacámbaro el 23 de diciembre de 1920 y es recordado como uno de los sacerdotes más beligerantes del movimiento cristero.

[22]La historiografía conservadora tiene en Cristóbal Colón a un hombre que merece ser rememorado por dos motivos: en primer lugar, por ser el responsable del contacto entre el viejo y el nuevo mundo; pero sobre todo, por haber establecido las bases para la introducción del catolicismo, considerado como la simiente de la civilización. Curiosamente, los festejos del “Día de la Raza” se iniciaron en México a partir de 1928 a iniciativa de José Vasconcelos y no por los católicos.

[23]El 13 de agosto de 1921, se cumplieron cuatrocientos años de que Hernán Cortés venciera la resistencia de la ciudad de Tenochtitlán. Esta fecha es importante para los católicos ya que se le considera como el inicio de la cristianización en México. A la serie de festejos que se organizarían en la segunda mitad de 1921 hay que agregar el del 13 de agosto por su carácter simbólico.

[24] Aunque la idea de erigir un santuario y un monumento a Cristo Rey en el cerro del Cubilete surgió en 1920, fue hasta el 11 de enero de 1923 que se colocó la primera piedra. Cabe hacer mención que el monumento que actualmente se encuentra en la cima del santuario es de la década de los cuarenta, ya que el original fue dinamitado en 1926 en medio de la guerra cristera.

 [25]Otro monumento similar -y quizá el más famoso del mundo- es el Cristo Redentor que se encuentra en la cima del cerro del Corcovado en la ciudad de Río de Janeiro. Al respecto, es de llamar la atención que su fecha de erección es precisamente un 12 de octubre, pero del año de 1931.

 

 

 

[26]Un ejemplo es la conclusión del censo de población que había iniciado en 1919 pero que debió ser suspendido por la inestabilidad e inseguridad. El conteo pudo realizarse el año de 1921 con el respaldo del Gobierno Federal, sin embargo, sus cifras dan muestra del contexto de violencia que se vivió en el país durante la segunda década del siglo xx. Respecto de 1910, en 1921 se registró un descenso de poco más de un millón de habitantes, es decir, cerca del 10% entre quienes se encontraban los muertos de la Revolución, pero también varios exiliados.

[27]Pablo G. Macías Guillén, Aula Nobilis, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Biblioteca de Nicolaítas Notables, 1985, 404.

[28]Ibíd., 405

[29]Ibíd., 408.

[30]S/A, Oración fúnebre (folleto) Morelia, Tipografía Comercial, 1921.

[31]Pablo G Macías Guillén, Óp. Cit.,  408.

 

[32]“Bases para el concurso de ‘La india bonita’” en: El Universal, 5 de marzo de 1921, 11, citado por: Aurelio de los Reyes, Cine y sociedad en México. 1896-1930. Vol. ii: Bajo el cielo de México (1920-1924), México, UNAM, 1993, 111.

[33]Ídem.

[34]”Fue nombrado el jurado calificador para el concurso de la India Bonita”, en: El Universal, martes 12 de julio de 1921,  9, citado por Aurelio de los Reyes, Óp. Cit., 119-120.

[35]“Representante de la raza…” en: El Universal, martes 2 de agosto de 1921, segunda sección, p. I, citado por Aurelio de los Reyes, Óp. Cit.,120.

[36] Juan de Dios Robledo fue un destacado político jalisciense que se desempeñó como presidente municipal de Guadalajara, diputado federal y senador en varias ocasiones, así como gobernador sustituto de Jalisco en 1931. Aunque no es reconocida su labor literaria, se comprende que el texto preparado para el concurso respondía a su tendencia conservadora y quizá vinculada con el catolicismo social.

[37] Que por cierto se resolvió que fuera el Ahuehuete.

[38] Annick Lempérière, “Los dos centenarios de la Independencia mexicana (1910-1921): de la historia patria a la antropología cultural”, en: Historia Mexicana, México, El Colegio de México, Vol. 45, Núm. 2, 1995, 347.

[39] Entre sus obras más destacadas se encuentran El águila y la serpiente (1928), y La sombra del caudillo (1929).

[40] Emilio López Figueroa había sido mayor del ejército e inspector de policía del Distrito Federal durante el gobierno de Madero. Fue además el encargado de combatir al ejército libertador del sur.

[41] El Universal, publicado en la “Edición Conmemorativa del Primer Centenario de la Independencia Mexicana”, 1º de septiembre de 1921, citado por: Carla Zurian, “Noticias oficiales y crónicas incómodas: La prensa durante las Fiestas del Centenario (1910-1921)”, p. 10, artículo en línea consultado el miércoles 3 de marzo de 2010, [http:// historiadoresdelaprensa.com.mx/hdp/files/256.pdf]. Las mayúsculas vienen del original.

[42]Además de escritor, José Jesús Núñez y Domínguez fue periodista, político y diplomático. Entre sus cargos más importantes destacan haber sido diputado al congreso de la unión de la xxvi Legislatura; secretario del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía; miembro de la Academia de la Lengua y de la Historia; embajador en Bruselas, Santo Domingo, Tegucigalpa y Santiago de Chile. Así mismo fue director de periódicos como Excélsior, El Universal Gráfico y la prestigiosa revista cultural Revista de Revistas.

[43]“Se proyecta  un gran  baile para conmemorar la Independencia”, en: Excélsior, sábado 10 de enero de 1921, citado por, Aurelio de los Reyes, Óp. Cit., 111.

[44]Luis de Pablo, “La divina Muzio en México”, artículo digital consultado el 10 de marzo de 2010, [http://www.operacalli.com/luis_de_pablo/articulo_de_luis_de_pablo.htm].

 

 

[45]”La suntuosa fiesta de arte de anoche”, en: El Universal, sábado 10 de septiembre de 1921, p. 1, citado por Aurelio de los Reyes, Óp. Cit., 122.

[46]“Carta pastoral colectiva con motivo del centenario de la consumación de la Independencia nacional.”, en: Revista eclesiástica de la diócesis de Zamora, año II, tomo II, septiembre 1 de 1921, número 11,  366-371.

[47]En honor a la celebración de los cuatrocientos años de la caída de Tenochtitlán en manos de Hernán Cortés, fecha considerada en la historiografía católica como el inicio de la evangelización.

[48]Aurelio de los Reyes, Óp. Cit., 121.

[49]Ibíd., 124.

[50]Alberto J Pani refiere que fueron 24 países los que enviaron representantes diplomáticos para conmemorar el centenario de la consumación de la Independencia de México, por su parte, Virginia Guedea señala a lo largo de su texto cuáles fueron esos países. Ver:, Alberto J. Pani, Mi contribución al nuevo régimen (1910-1933), México, Editorial “Cultura”, 1936,  286-287; Virginia Guedea, Óp. Cit., 77-101.

[51] “Puebla. Congreso Eucarístico”, en: Revista Eclesiástica de la diócesis de Zamora, año III, tomo III, Zamora, noviembre 1 de 1921, número 1, 47-48.

 [52]“Ecuandureo”, en: Ibíd.,  47.

[53] “Las fiestas del centenario en Zamora”, en: Revista Eclesiástica de la diócesis de Zamora, año II, tomo II, Zamora, octubre 1 de 1921, número 12,  423.

[54] Arturo Rodriguez Zetina, Zamora, ensayo histórico y repertorio documental, México, Jus, 1952,  337.

Volver Atrás



Aviso de privacidad | Condiciones Generales
Tels. 33 3614-5504, 33 3055-8000 Fax: 33 3658-2300
© 2024 Arquidiócesis de Guadalajara / Todos los derechos reservados.
Alfredo R. Plascencia 995, Chapultepec Country, C.P. 44620 Guadalajara, Jalisco