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A un mes de “los arreglos”:

inconformidad e incomprensión para quienes los concertaron

 

Juan González Morfín

 

 

Un cuadernillo, anónimo, que se divulgó poco después de los ‘arreglos’ entre los representantes del episcopado mexicano y el Gobierno callista encabezado por Emilio Portes Gil, enlistó de forma ríspida el repudio a tales gestiones. El documento fue considerado injurioso por uno de los aludidos, que lo condenó. Algo más de ochenta años después, el autor de este artículo lo estudia con la serenidad y el reposo que sólo el tiempo da, para ofrecernos una reseña de su contenido e impacto

 

1. A modo de introducción

 

La redacción del Boletín eclesiástico me propuso escribir un comentario sobre un documento de cierto interés histórico: Arquímedes, Los “Arreglos” Religiosos y LA PASTORAL del Ilmo. Delegado Apostólico Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores EXAMINADOS a la Luz de la Doctrina Católica, Julio de 1929, México.

Se trata de un folleto de 44 páginas, firmado bajo el seudónimo de Arquímedes, sin pie de imprenta y cuyo objetivo principal es rebatir la Instrucción pastoral del obispo Leopoldo Ruiz y Flores, del 25 de junio de 1929, es decir, emitida apenas 4 días después de que se dieron a conocer los “arreglos” con los que la Iglesia aceptaba reanudar el culto bajo las garantías que le daba el gobierno de no aplicar las leyes antirreligiosas de modo “sectarista” y la afirmación categórica del presidente Portes Gil en la que señalaba: “no es del ánimo de la Constitución, ni de las leyes ni del Gobierno… intervenir en manera alguna en sus funciones espirituales [de la Iglesia]”.

El folleto resulta interesante para los investigadores de este periodo, pues constituye una dura crítica a los “arreglos” apenas un mes después de haber sido concertados. Tiene también el mérito de haber anticipado el incumplimiento de éstos en buena parte, aunque el demérito de sentar sus críticas “de fondo” sobre todo en la doctrina que había dado el episcopado con la aprobación del Papa; a ésta le da un valor casi de doctrina divinamente revelada y, por lo tanto, inmutable, olvidándose que es precisamente el legislador –también el eclesiástico– el personaje más idóneo para modificar su propia legislación de acuerdo a las circunstancias.

Tampoco es muy favorable el hecho de que quien lo escribe no haya tenido el valor de dar la cara: es muy fácil cuestionar e, incluso, sostener afirmaciones ofensivas y descalificaciones bajo el amparo de un seudónimo.

Fernando González atribuye el opúsculo a Nemesio García Naranjo,[1] lo cual es bastante verosímil, pues de dicho escritor son abundantemente conocidas sus cualidades para polemizar y su talante apasionado que lo llevó en muchas ocasiones a descalificar al contrario, por más que, al mismo tiempo, sea poco o nada conocido por haberse interesado o participado de alguna manera en el conflicto religioso de los años 1926 a 1929.[2]

De lo poco que sabemos de García Naranjo en relación con la guerra cristera, se encuentran dos artículos publicados en La Opinión de Los Ángeles, en diciembre de 1927. En ninguno de los dos muestra verdadera simpatía por el movimiento cristero: en el primero, se dedica a atacar a Morrow[3] por su apoyo a Calles, de hecho, lo acusa de “protector de asesinos”;[4] en el segundo, trata del fusilamiento de los hermanos Pro y reclama sobre todo por la arbitrariedad y celeridad con que se llevó a cabo el proceso.[5] En ambos critica la política represiva de Calles, pero esta postura se puede atribuir más bien a su actitud contrarrevolucionaria que a una sincera adhesión por la causa de los cristeros, lo cual se entiende puesto que ya desde su juventud se describía como un ecléctico más que como un católico: “Teníamos algo de católicos por la influencia materna, algo de jacobinos por nuestras lecturas de la Revolución Francesa y de nuestra Guerra de Reforma, algo de positivistas por el plan exclusivamente científico del doctor Barreda, y algo de románticos por la época en que vivíamos”,[6] señala refiriéndose tanto a él como a sus compañeros de generación a punto de terminar su carrera.

En una mentalidad así, es más fácil que se encuentren descalificaciones tan duras como las que contiene el folleto hacia personajes eclesiásticos, como el obispo Leopoldo Ruiz y Flores.

 

2. La Instrucción Pastoral del 25 de junio de 1927

 

Apenas cuatro días después de publicados los acuerdos por los que se aceptaba reanudar el culto sin la derogación de las leyes contrarias a la libertad religiosa, don Leopoldo Ruiz y Flores hizo pública una Carta Pastoral dirigida al episcopado, clero y pueblo católico mexicano, en la que explica la razón de un acuerdo de facto con el gobierno: “Careciendo la Iglesia en México de personalidad jurídica y, por tanto, de los derechos que de ella emanan, no le quedaba sino aceptar un reconocimiento oficial de su existencia de hecho” (…).[7]

Como parecería evidente, a tan pocos días de encontrarse en un estado de absoluta persecución, los tonos de la Pastoral en relación con el gobierno no podían ser menos que comedidos.[8] Sin embargo, quizá Mons. Ruiz y Flores no tomó en cuenta que ese “comedimiento” de alguna manera se podía interpretar como alabanza del mismo gobierno que durante tres años había violentado los más elementales derechos civiles y masacrado a decenas de miles de mexicanos a causa de su fe. En buena parte estas expresiones, cuya intención no sería otra que la de no reabrir heridas aún no del todo cerradas, fueron recibidas casi como una puñalada por todos los que en sus bienes y sus personas habían sido víctimas de los atropellos del gobierno. De ahí que agradecerle al Presidente “su buena disposición”, hablar de una “amistosa separación entre la Iglesia y el Estado”, afirmar que el gobierno “ha dado pruebas de muy sincera y buena voluntad para llegar a este arreglo” y augurar que “la solución definitiva se conseguiría sin duda alguna, pero sin apresuramientos indebidos”, fueron, entre otras, frases poco afortunadas y mal recibidas por una buena parte de los mexicanos.

Para la ironía del autor del opúsculo, ésas y otras proposiciones fueron un bocado delicioso, y así encontramos, por ejemplo, cuestionamientos como éste: “Si no es falsa la potestad del ‘gobierno’ y su buena voluntad por los católicos ¿por qué la Iglesia condenó al ‘gobierno’ y sus ‘leyes’ y en cambio aprobó y bendijo el movimiento de resistencia católica?”[9]

Conforme avanza en su diatriba, “Arquímedes” abandona toda educación y cordura para pasar de la ironía al sarcasmo:

 

No es la primera vez que Monseñor Ruiz, como muy eficaz y competente Obispo liberal (no sabemos si también masónico), condena el movimiento católico armado (…) y predica la separación de la política y del Estado respecto de la Iglesia (…). No se contenta con huir y esconderse abandonando el rebaño (…), sino que entrega a la oveja en la boca del lobo.[10]

 

En un determinado momento, desfigura la Pastoral poniendo en la pluma del obispo Ruiz y Flores afirmaciones que no hizo:

 

“Hemos ofrecido cooperar con el Gobierno con todo nuestro esfuerzo justo y moral TANTO MASÓNICO COMO PROTESTANTIZADO,[11] al bienestar, mejoramiento y DESCRISTIANIZACIÓN del pueblo (…)”.[12]

 

La temeridad del autor del opúsculo lo lleva incluso a defender un supuesto derecho a usar la sátira:

 

“La ironía justa es UNA PARTE DEL NOBILÍSIMO Y GLORIOSO ARTE DE LA POLÉMICA (…). NO HEMOS FALTADO PUES AL RESPETO ECLESIÁSTICO, PORQUE NO ATACAMOS DIGNIDADES NI DERECHOS, SINO ERRORES TRASCENDENTALES Y GRAVÍSIMOS”.[13]

 

El folleto ilustra una manera de disentir propia de un polemista, más que de un católico; de un experto en el arte de la ironía, más que de un conocer profundo de los acontecimientos. Se basa más en desfigurar la Instrucción Pastoral que en hacer una crítica profunda. Al respecto, es interesante citar algunos párrafos del reproche que hace a la misma el licenciado Miguel Palomar Vizcarra, quien desde todos los puntos de vista se encontró siempre cercano a los acontecimientos. Estas observaciones las escribió manifestando su desacuerdo con un libro que estaba siendo vendido por miembros de la Liga y en los que se presentaba una visión bastante serena de los arreglos.[14] Se ofrecen algunas de éstas para apreciar una manera diferente de discrepar:

 

Los católicos anhelaban no cualquier arreglo, sino un arreglo decoroso, amplio. Hanse sometido al celebrado por su cordial y sincera adhesión a la Santa Sede; pero están muy lejos de considerar que ese arreglo signifique ni siquiera el principio de la liberación de la Iglesia, sino que, por el contrario, temen, no sin razón, que sea después más difícil romper las cadenas que provisionalmente se han aceptado.[15]

 

3. Estructura de la obra

 

Realmente nos encontramos con una obra poco estructurada que, para cumplir su fin de destrozar la Pastoral del obispo Ruiz y Flores, se aprovecha de todo lo que tiene al alcance de la mano, por más que se divide en partes bien diferenciadas:

Comienza con una dedicatoria en la que se ve una clara intención de ganarse desde el inicio la simpatía de todos aquellos que apoyaron material o moralmente la resistencia activa. Por ello, elogia a tres personajes destacados en la defensa armada: “el venerable Padre Aristeo Pedraza, el espartano y culto General Enrique Gorostieta” y “el no menos sublime cuanto glorioso Licenciado Anacleto González Flores”.[16] En esta página, al igual que la siguiente, se entrevé el propósito de usar un lenguaje parecido al de un eclesiástico, aunque a todas luces exagerado y, por eso mismo, más bien propio de un político: “Vuestros nombres inmortales (…) los grabará la Historia en caracteres de oro (…) y la Iglesia Universal los eternizará en las arcanas puertas de la Gloria de sus Santos, para terror de los Infiernos”.[17]

Con el mismo tono, inmediatamente después de la dedicatoria, nos encontramos con una peroración salpicada de citas bíblicas, que busca justificar la contestación de la Pastoral y que termina con una sentencia lapidaria: “No esperéis jamás que guardemos silencio ante la propaganda del error así sea ésta efecto de la mejor buena fe: LAS ARMAS QUE CRISTO HA PUESTO EN NUESTRAS MANOS NO SON PARA HOLGAR CON ELLAS”.[18]

A continuación nos topamos, antes que nada con la multicitada Pastoral,[19] aclarando que “va en letra negra y mayúscula todo los que vamos a refutar”, lo que a primera vista se aprecia que no será poco. Ésta constituye el apartado I de su alegato.

Con el número II y el encabezado “Comentarios previos”, esboza el contenido del documento y el modo en que será afrontado, subrayando que la Pastoral no merece refutación, sino más bien ironía y sátira.

En el número III, “Contradicciones”, interrelaciona puntos de la Instrucción para mostrar supuestas contradicciones internas, llegando a un punto tal, que más que ironía parecería un trabalenguas; se ofrece un ejemplo: “No terminaremos aquí sin advertir que este Punto 9°, además de ser contradictorio en sí, se halla también en contradicción plena con el 1°, pues a éste contradice al contradecirse así”.

En número IV, “Refutación de la Pastoral”, aporta “razones” doctrinales para contestar lo indicado por el obispo en su carta del 25 de junio. Llega incluso poner en duda que el Papa hubiera podido estar de acuerdo:

 

En cuanto a la aseveración de que el Sumo Pontífice ordena reconocer a ese ‘Gobierno’, contestaremos que, SI ES CIERTO QUE LO ORDENA, en esto el Papa no es infalible y se equivoca; porque la verdad no es contradictoria, y el ‘gobierno’ es gobierno o no es gobierno: si es gobierno y el Papa manda reconocerlo porque es, el Papa se equivoca porque antes lo desconoció; si no es gobierno y el Papa manda reconocerlo como gobierno, necesariamente el Papa se equivoca (…).[20]

 

Como se aprecia, más que crítica de fondo es juego de palabras y retórica, aunque, eso sí, mordaz y punzante y, como ya se había hecho notar, tomando como punto de apoyo “porque antes lo desconoció…”. En este mismo punto se inserta una carta aparecida en El Tribunal, del 5 de julio, desafortunadamente firmada también por seudónimo, aunque con un cuestionamiento interesante: la falta de garantías subsistente en los arreglos para la educación religiosa de los hijos. También en el inciso IV se encuentra parcialmente un discurso de Portes Gil a los masones que se comentará más adelante.

El apartado V lo dedica a una supuesta “doctrina canónica”, con la que intenta demostrar que la Iglesia es una “institución eminentemente emancipadora”, puesto que “desconoce y combate los gobiernos revolucionarios perseguidores”.[21] Se apoya en argumentos de autoridad como “todos los canonistas están acordes”, o bien, “todos los canonistas enseñan”, sin especificar quiénes serían esos “todos”.

Ya en el número VI, “Sátira y confirmaciones concluyentes”, hace una composición irónica de lo que supuestamente quiso decir Ruiz y Flores y que, según el autor del opúsculo, se podría leer entre líneas, por ejemplo, hace decir al Delegado apostólico:

 

Queda a los Prelados, sacerdotes y fieles QUE HAYAN RECONOCIDO LA LEGITIMIDAD DEL PODER PERSEGUIDOR Y LA SUPERIODIDAD DEL GOBIERNO CIVIL SOBRE EL RELIGIOSO, expedito derecho oficialmente reconocido de PEDIR HUMILDÍSIMAMENTE las reformas a la ley”.[22]

 

En la “Conclusión”, número VII, cita párrafos de dos artículos que comparten sus ideas; uno de Silviano Velarde,[23] y otro de Genaro Saide.[24] En algún momento esboza una crítica más atemperada:

 

El culto Divino público sí podía reanudarse con sólo la autorización de Su Santidad; porque nadie sino Dios tiene derecho a suspenderlo; mas para reanudarlo nunca pudo ser necesario desconocer derechos, censurar acciones santas, ni mucho menos enseñar doctrinas falsas, ni a guisa de ingenio para bienquistarse a los inicuos perseguidores.

 

En efecto, como ya se había señalado, algunas frases de la Pastoral de Mons. Ruiz y Flores, como las que hablaban de la “buena voluntad del gobierno” o de la “amistosa separación entre la Iglesia y el Estado”, así como de “exaltación de pasiones” o “radicalismos que no son de la época”, fueron recibidas de manera afrentosa por quienes habían estado luchando para recuperar la libertad religiosa.

Si bien la obra en sí no posee gran unidad, menos aún la llamada “Conclusión”, en la que, además de lo ya citado, se incluye una controversia con Mons. Sepúlveda, quien puede haber sido un personaje contemporáneo o, incluso, un personaje ficticio con el cual debate ciertas ideas, como la de que los católicos hubieran merecido por sus pecados la inhumana persecución todavía en ciernes. En esta última controversia, nos topamos con una cita de un artículo publicado por García Naranjo en lo que puede ser un dato interno a favor de su autoría del folleto: “Jesús, que perdonó a sus propios verdugos, no permitió, sin embargo, que Gestas entrara al cielo; y que me perdone Gestas si lo comparo con Calles”.[25]

Todavía, después de la conclusión, “Arquímedes” proporciona todo tipo de material que se le vino a la mente, y así, nos encontramos con un encabezado “Nota sumamente interesante”, en la que justifica el tono del escrito; una “Post-data”, que da cuenta de los ajusticiamientos que se han perpetrado en contra de jefes cristeros que habían entregado las armas, una carta del P. Pedroza y un enésimo comentario “final” en el que promete continuar su alegato en una próxima obra.

 

4. Ecos del documento de “Arquímedes” y valoración final

 

El opúsculo en cuestión se sumó a diferentes manifestaciones de reprobación hacia los arreglos que comenzaron a circular. Entre ellas, el llamado “Discurso de Lovaina”, atribuido nada menos que a un obispo: don José de Jesús Manríquez y Zárate, obispo de Huejutla en el exilio, en el que se llega a afirmar lo siguiente:

 

Los enemigos de Jesucristo fueron extremadamente astutos al acudir a Roma para quebrantar la muralla inconmovible de la resistencia armada. Vieron que el pueblo rendiría sus armas a la primera señal del Vicario de Jesucristo, y por eso, arteramente, mañosamente acudieron algunos prelados excesivamente inclinados a la condescendencia, haciendo mil ofrecimientos para lo por venir, pero no quitando en realidad ni una coma de las monstruosas leyes que hieren de muerte a la santa Iglesia y estrangulan los derechos más sagrados del hombre y de la sociedad”.[26]

 

Haciendo alusión a ese discurso y al folleto de “Arquímedes”, don Leopoldo Ruiz y Flores respondería en una circular distribuida en febrero de 1930:

 

“No tiene (…) autoridad ninguna fiel o eclesiástico alguno para juzgar los actos de la Autoridad Suprema de la Iglesia en estos asuntos. Juzgamos verdaderamente nocivos dichos opúsculos publicados ilícitamente sin licencia de la autoridad eclesiástica e ilícitamente distribuidos o leídos por los católicos (…). Juzgamos ese discurso [de monseñor Manríquez] prescindiendo de quien sea su autor, injurioso para ambas autoridades, la eclesiástica y la civil, calumnioso en varias de sus afirmaciones, ofensivo para el episcopado y la Iglesia y, por lo mismo, pernicioso para la conciencia (…). Se dice que la Iglesia aceptó leyes que había declarado inaceptables: Una cosa es tolerar y otra cosa es aceptar y aprobar: Muchos males pueden y deben tolerarse siempre que conste que se hace en obvio de mayores daños y que se procure remediarlos.[27]

 

A modo de valoración final del folleto en cuestión, vale la pena destacarlo como una manifestación, entre varias, del descontento que causaron los arreglos en algunas personas, si bien más iracunda y ofensiva que otras, en parte debido al talante polemista del autor, que veía en la deposición de armas de los cristeros desvanecerse su esperanza de que cayera el gobierno de la revolución. En su contenido, aporta datos valiosos para conocer el clima que se respiraba en esos días. En ese sentido, cabe destacar la importancia que da el autor del opúsculo al discurso pronunciado por el presidente Portes Gil ante un grupo de masones en el que intenta justificar ante éstos la realización de los arreglos:

 

Mientras el clero fue rebelde a las instituciones –diría el presidente–, el Gobierno de la República estuvo en el deber de combatirlo como se hiciese necesario; mientras el clero negara a nuestro país y a nuestro gobierno el derecho de hacer sus leyes y de hacerlas respetar, el Gobierno estaba en el deber de destrozar al clero (…). Y ahora, queridos hermanos, el clero ha reconocido plenamente al Estado, y ha declarado sin tapujos que se somete estrictamente a las leyes (…).[28]

 

El escozor que causó dicho discurso entre católicos que recién habían depuesto las armas, o estaban por hacerlo, fue mayúsculo. De hecho, en sus Memorias, don Leopoldo Ruiz y Flores admite haberse presentado ante el presidente para reclamarle tal arrebato: “Yo le reclamé al Sr. Presidente en la primera entrevista, él no supo que contestar y el Sr. Arzobispo Díaz lo sacó del apuro diciéndome: ‘El Señor Presidente, entre masones, tenía que hablarles en su lengua’”.[29]

El hecho de que, casi en los mismos días que se pronunciaba el discurso de Portes Gil, mereció ser citado ampliamente en el opúsculo de Arquímedes, permite aventurar hasta dónde fue políticamente incorrecta dicha intervención. Desafortunadamente a la nobleza de los prelados que buscaban apaciguar pasiones todavía no del todo apagadas, no ayudaban para nada este tipo de actitudes.

Así, quien se adentre en las páginas de este escrito, encontrará, junto con agudas ironías, una fotografía instantánea de una situación de malestar que tardó algún tiempo en digerirse.



[1] Nemesio García Naranjo (1883-1962): escritor, periodista y político neoleonés. Admirador del régimen porfirista y ministro de educación con Victoriano Huerta. Se singularizó por su antipatía hacia los gobiernos revolucionarios, lo que le valió dos largos destierros.

[2] Cfr. Fernando Manuel González, Matar y morir por Cristo Rey: aspectos de la cristiada, Plaza y Valdés, México 2011, p. 261, nota 80.

[3] Dwight Morow, embajador de los Estados Unidos en México desde octubre de 1927 hasta septiembre de 1930. Tendría un papel fundamental para que se llevaran a cabo los arreglos.

[4] Nemesio García Naranjo, “Protector de asesinos” en La Opinión, 7-XII-1927. Se ofrece un párrafo: “Es indudable que Míster Morrow ha hecho el sacrificio de intimar con Calles porque tiene la pretensión de arreglar la situación internacional (…). Calles no es tan ingenuo como Morrow y, por tanto, no se forja muchas ilusiones a este respecto. Ah, si Calles creyese de buena fe que podía arreglar sus cuentas con los EEUU, desde hace mucho tiempo que reposaría el cadáver de Obregón en una fosa de tercera en el Panteón de Dolores” (cit. por Aurelio Acevedo [ed.], David VI, p. 239).

[5] Nemesio García Naranjo, “Pa’ los toros del ‘Parral’… caballos de Tlaxcalaltongo”, cit. por Aurelio Acevedo (ed.), David VI, pp. 273-274. Se ofrece un párrafo que tiene que ver con la parte medular del artículo: “En el caso del atentado contra Obregón, la ilegalidad llega a los límites de lo inenarrable. Hay ocho jueces penales en la Cd. de México, y sin embargo, ninguno de ellos tuvo conocimiento del proceso”.  Y, ahora, un párrafo que explica el título y, al mismo tiempo, repite una idea ya manejada en el anterior artículo: “Ahora se grita a los cuatro vientos que los católicos fueron responsables; pero… también en el Palacio Nacional hay quien vería con júbilo la caída del manco de Celaya. ¿Qué no? Bah… El que fue capaz de idear la consumación de un ‘Parralazo’, ¿por qué no ha de estar dispuesto a dar un ‘Cajemazo’? Por supuesto que Obregón puede madrugarle a los que le madrugaron a Villa y exclamar: ‘Para los toros del Parral, los caballos de Tlaxcalaltongo’”.

[6] Nemesio García Naranjo, Memorias de Nemesio García Naranjo, vol. III, La vieja Escuela de Jurisprudencia, Talleres El Porvenir, Monterrey 1962, pp. 73-74.

[7] El texto íntegro de la Pastoral se encuentra citado en las pp. 5 y 6 del opúsculo de “Arquímedes” citado supra.

[8] Así, por ejemplo, se habla de que “el Gobierno, por su parte, ha dado pruebas de muy sincera y buena voluntad para llegar a este arreglo”.

[9] Arquímedes, cit., p. 10.

[10] Ib., p. 29.

[11] El uso de las mayúsculas es del documento original.

[12] Ib., p. 30.

[13] Ib., p. 37.

[14] Se trata del libro de Aquiles Moctezuma, (seudónimo de los autores: Eduardo Iglesias, S.J. y  Rafael Martínez del Campo, S.J.) El conflicto religioso de 1926, sus orígenes, su desarrollo, su solución, sin editorial, México 1929.

[15] Miguel Palomar y Vizcarra, Breves anotaciones a la obra “El conflicto religioso de 1926, en Archivo Jesuita de la Guerra Cristera en el ITESO, fascículo “Los Arreglos”, documento 39, pp. 1 y 2.

[16] Arquímedes, cit., p. 3.

[17] Ib.

[18] Ib., p. 4.

[19] Ib., p. 5 y 6.

[20] Ib., p. 10.

[21] Ib., p. 21.

[22] Ib., p. 26.

[23] Seudónimo del P. Amado López quien, entre 1929 y 1930, escribió decenas de artículos contrarios a los arreglos.

[24] Seudónimo del periodista Diego Arenas Guzmán, director en esa época del periódico de oposición El hombre libre.

[25] Arquímedes, cit., p. 35.

[26] Cit. por Antonio Rius Facius, México Cristero, Tomo II, APC, Guadalajara 2002, p. 523.

[27] Leopoldo Ruiz y Flores, Carta Circular del 18 de febrero de 1930, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, tomo 1930, cit. por Fernando Manuel González, Op. cit., p. 261.

[28] Arquímedes, cit. p. 18. Dedica tres páginas, 17-19, a comentar extractos del discurso.

[29] Leopoldo Ruiz y Flores, Recuerdo de recuerdos, Buena Prensa, México 1942, p. 100.

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