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Elucidario, radiografía de una mente atribulada

 

Juan González Morfín

 

Un caso único en la historia de la arquidiócesis de Guadalajara,l llevó a un presbítero de su clero, don Agustín Gutiérrez, a defender una postura personalísima en torno a una causa que pudieron compartir muchos católicos sin menos elementos que él para presentar un alegato ardoroso en torno al repudio total del modus vivendi que a partir de junio de 1929 caracterizará las relaciones entre la Iglesia y el estado en México, luego de casi tres años de haberse suspendido el culto público -por acuerdo de los obispos y la Santa Sede- en todos del templos del país.

 

1. Una lucha a través de la tinta

 

Tres años después de ¿Qué somos?, con la finalidad de hacerse oír, el presbítero Agustín Gutiérrez publica Elucidario, un impreso de poco más de cien páginas en el que retoma el argumento central de su anterior obra: la supuesta apostasía de la Iglesia a raíz de los llamados arreglos.

Sin ambages, expone el objetivo de su escrito dirigiéndose al Papa:

 “Empleo el libro como medio, en la convicción de que a V. Santidad no disgustará que el débil procure justicia en la forma que le sea más fácil, como a Cristo, de quien sois su Vicario en la tierra, no le disgustó que aquel enano se trepara a un árbol para llamar la atención del Divino Maestro. Pensad, Santísimo Padre, que Vos sois Cristo, y yo el enano que desde el gigante árbol de la Prensa trato de hacerme oír de V. Santidad”.

 Esto, que parece un buen comienzo en el que quizá busca captar la benevolencia tanto de los lectores como, en su momento, del Papa, se derrumba apenas unas líneas después, cuando el padre Gutiérrez acusa al Pontífice de ir contra la fe de la Iglesia en su encíclica Acerba.

 

La palabra “elucidario”, elegida por el padre Gutiérrez para su trabajo, se aplica a cualquier escrito que sirva para aclarar, para dar luz, sobre un asunto oscurecido, y es parte de su doble objetivo, pues si bien apenas hay una página en la que no repita su preocupación en torno al sometimiento de la Iglesia al Estado en las circunstancias de acatamiento de la ley que exigía el registro de los sacerdotes, sin embargo, una de las motivaciones que lo llevaron a este segundo opúsculo parece ser también la de hacer una defensa personal en relación con el proceso que se le siguió para suspenderlo a divinis.

Explica cómo, a la muerte de monseñor Orozco, el obispo Garibi lo conminó a dejar su actitud rebelde:

 Ante los restos venerables de nuestro común padre y pastor, me propuse hacer a Ud. el llamamiento más sincero y cariñoso […], para que haciendo a un lado y olvidando todo lo pasado ingrese al cuerpo sacerdotal para que emplee todos sus talentos y actividades en bien de las almas que el Señor nos ha confiado.

 Y a pesar de tan paternal invitación para recomenzar en el seno de su Iglesia como si nada hubiera pasado, él asume que los que se han equivocado son aquellos que no han aceptado sus reclamos: “Si se me hubiera dado lugar a defenderme, habría demostrado no únicamente que no injurio a nadie en mi libreto, sino que defiendo los dogmas de la Iglesia y a la vez al Papa y a los Obispos”. Incluso, al final de sus alegatos, llega a exigir “que se me indemnice de daños y perjuicios”. Y pone un plazo: el 13 de abril de ese mismo año, que, de no cumplirse, lo obligará a acudir a la Santa Sede.

 

 

2. Psicología del autor

 

Parecería contradictorio apelar a la Santa Sede precisamente cuando es ésta una de las más afectadas por sus descalificaciones. Sin embargo, caber resaltar que en ningún momento insinúa siquiera un posible abandono de la Iglesia y, por más que pone en tela de juicio la congruencia de la encíclica Acerba animi, en ningún momento deja de reconocer al Papa como vicario de Cristo e, incluso, lo pretende ayudar a corregir lo que a su vista ha resultado una equivocación. Y es precisamente esa certeza la que angustia al autor: el Papa, la jerarquía, los sacerdotes que han obedecido a la jerarquía, ¡todos!, menos él, están equivocados y llevando a la Iglesia mexicana a la mayor de las apostasías. Certeza que le acarrea todas sus angustias.

Efectivamente, detrás de sus argumentaciones se ven algunos rasgos de lo que se podría llamar una personalidad obsesivo-compulsiva, con la consiguiente ansiedad de que las cosas no sean exactamente como le parecería correcto: “el rasgo central es su tendencia al perfeccionismo y la inflexibilidad”, se afirma de este tipo de temperamentos. “Son personas con una escasa tolerancia a la incertidumbre y una exagerada especulación acerca de problemas de impredecible aparición” que, sin embargo, los ven como hechos patentes:

 Todos sabemos que en México, en virtud de los arreglos y de la Ley, el Presidente de la República es el Papa de la Iglesia […], que el Ministro de Gobernación es su lugarteniente, y la Secretaría de Gobernación, la Secretaría de Estado del Papa Presidente, por mientras no sea destruida esta Iglesia, pues la Católica, Apostólica, Romana lo fue desde el pacto de los arreglos.

 De esa manera, mientras en su anterior opúsculo el padre Gutiérrez veía con admiración al arzobispo de Durango porque juzgaba que la oposición de éste a los arreglos, antes y después de ellos, lo llevaba a pensar igual que él, ahora que se daba cuenta de que no era así, también había descalificaciones para monseñor José María González y Valencia. Su inflexibilidad lo aislaba en su certeza de que quienes no veían las cosas como él, habían errado el camino.

 

 

3. Qué aporta en relación con su obra anterior

 No es mucho, ni muy novedoso, lo que en un poco más de cien páginas aporta Elucidario respecto a ¿Qué somos?; pero, si hay algo distinto, es que encuadra la supuesta apostasía de la Iglesia en México en lo que él llama la herejía modernista en su vertiente americanista y que esto obedecía a un plan preconcebido por la jerarquía desde los días mismos en que se vivía la suspensión del culto: “Ya en el mensaje que el Sub-Comité Episcopal dirigió al Sr. General Calles en enero de 1928, se nota el intento del Episcopado de quitar la doctrina divinamente recibida [...]”. Y es un poco más adelante donde especifica la supuesta pretensión de los obispos:

 

 “Se ve [...] que desde antes de los arreglos el Episcopado mexicano estaba preparado para sujetar a la Iglesia y desconocer el Primado del Pontífice y, si después de los arreglos lo reconoce, compréndese que los sucesos le hicieron ver la conveniencia en esto para más afirmar el americanismo [...]. Se ha jugado al pueblo mexicano la misma burla que al pueblo inglés en los tiempos de Enrique viii: conservar el Rito Romano y aparentar obediencia al Pontífice”.

 

 Por más que a nuestros ojos estas aseveraciones parezcan absurdas y carentes de toda sensatez, sin embargo, en la mente atribulada del padre Gutiérrez, constituían una verdad irrefutable.

 

Las últimas páginas del panfleto las dedica a desenmascarar el peligro de lo que a sus ojos era una insidiosa herejía: “Porque en todo el mundo se guarda silencio sobre este mal del americanismo de la Iglesia mexicana, que es el verdadero mal mayor [...], me he resuelto a sacrificarlo todo y aun a soportar las persecuciones de mis Prelados”.

Llega incluso a recurrir a la ironía para los que siguen esa vertiente del modernismo:

 Seguro que todos esperan un modernísimo Dios, que les dé un modernísimo paraíso de felicidad. Yo sigo retardatario, esperando de mi viejo Dios el viejo cielo que nos tiene prometido a los que guardemos la doctrina divina en el sentido que constantemente se la ha dado en su Iglesia […].

 Y arremete contra todos: prelados, sacerdotes, pueblo fiel, ¡jesuitas!, por no hacer caso de sus argumentos:

 

 Tranquilamente se le da el ósculo de paz al americanismo, despreciando la doctrina divinamente recibida […], todo por ciertas comodidades para Obispos, Clero y jesuitas, y los fieles por contentar su piedad sensiblera, que sólo aquietan oyendo Misa en los templos”.

 Quizá lo más original de toda esta obrita sea el método que sugiere para que se decida si él tiene o no razón, pues, ya en ese momento, lo que proponía era… ¡una encuesta! Efectivamente, para que se viera que no estaba equivocado, solicitaba al obispo enviar a todos los sacerdotes de la diócesis una Circular, que debería regresarse firmada después de responder sí o no en cada una de las preguntas, mismas que, tomadas parcialmente del magisterio del Papa y los obispos, habían sido elaboradas a manera de proposiciones que estaban encaminadas a demostrar que él tenía la razón. Citamos, como ejemplo, la proposición 6:

 

 

Secundar la actitud del Gobierno es prevaricar de su fe y renegar de la creencia de sus antepasados, y quien lo haga incurre en falta grave contra la fe y en excomunión según los sagrados cánones.

¿Esta proposición es dogmática y de fe?

¿Es hereje, prevaricador y renegado quien hoy secunda la actitud del gobierno?

¿Hoy Clero y fieles secundan la actitud del Gobierno en el culto público?

 

4. La Acerba animi, su principal dolor de cabeza

 

Es interesante señalar también el número de veces que se refiere a la encíclica Acerba animi como lo que se podría llamar fuente de todos los males. El núcleo de la cuestión el mismo padre Gutiérrez lo expone, incluso, en un primer momento, sin apasionamiento: “En la Acerba del Santo Padre Pío xi se admite y se manda que la Ley sea obedecida, y se afirma que siempre que interiormente se guarde la fe, en esa obediencia no hay culpa, porque es material y forzada”. Sin embargo, en manera alguna acepta que se pueda dar esta distinción pues, afirma: “Al mandarse en la Acerba que exteriormente se niegue la fe que interiormente se guarda, ese precepto se aparta de modo absoluto del sentido constante que la Iglesia ha dado a las palabras de Cristo: ‘El que me negare delante de los hombres, lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos’”. Y, añadirá más adelante, “en virtud de ese precepto de la Acerba, la Iglesia queda sujeta al Estado, como nadie se atreverá a negarlo, y esto es no dar importancia al dogma de la independencia de la Iglesia”.

La multicitada encíclica papal había sido publicada el 29 de septiembre de 1932. Era una encíclica necesaria, especialmente para el pueblo católico que, después de tres años de luchar por la libertad religiosa y una vez depuestas las armas ante el compromiso del gobierno de respetar un margen mínimo de libertades, compromiso que aviesamente habían traicionado los gobernantes imponiendo leyes cada vez más inaceptables, necesitaba una luz que le indicara qué hacer en esos momentos. Y esa fue precisamente la Acerba animi, que invitaba a los fieles laicos a

 

…fundar y desarrollar cada vez con más amplitud la Acción Católica [...] Trabajo éste sin duda difícil en los comienzos y especialmente en las presentes circunstancias, trabajo acaso lento en producir los deseados frutos, pero necesario y ciertamente más eficaz que cualquier otro medio, como lo demuestra la experiencia en todas las Naciones que han pasado también por la prueba de las persecuciones religiosas.

 

Aun siendo una encíclica que venía a apaciguar los ánimos caldeados de quienes no veían otra opción que la defensa armada, fue agriamente criticada por el presidente en funciones, general Abelardo L. Rodríguez, quien amagó con volver a cerrar las iglesias y expulsó al Delegado apostólico, monseñor  Leopoldo Ruiz y Flores. Una visión muy distinta de la que sostenía el padre Gutiérrez.

En la sesión del lunes 3 de octubre de 1932, cuatro días después de la publicación de la encíclica, en nuestra cámara de diputados se debatiría ampliamente, aunque en una sola dirección, de lo que fue considerado como una intromisión del Papa en asuntos que no le competían.

Sirvan para ilustrar los extractos de algunas de las intervenciones de nuestros legisladores, que permiten ver, de un lado, el aliento anticlerical que los animaba y, por ende, lo lejano que estaba el padre Gutiérrez en sus observaciones sobre un supuesto entreguismo del Papa y la jerarquía en manos de quienes nos gobernaban. A propósito se han descartado algunos párrafos que contenían únicamente insultos.

Primero, leamos un poco de la intervención del licenciado Ezequiel Padilla:

Y es necesario decirles también que habló el Papa en su encíclica, en una hora en que todo es elevación en México, porque hemos estado hablando de vida institucional en una forma sincera, efectiva, de hecho; vida institucional, de instituciones avanzadas, porque sólo así tiene valor esta promesa, en una hora en que estamos defendiendo la Ley, que es la garantía para todos; en una hora en que se habla de perdón, y se está propugnando por una ley de amnistía; en una hora en que en todos los círculos se siente esa labor de orden absoluto; en ese momento es cuando llega la voz del desorden, la voz de la imprudencia, la voz del fratricidio, la voz de la guerra civil.

¿Y de quién viene? De Pío xi. Es necesario advertirlo, sobre todo a los creyentes de buena fe. Yo me pondría delante de ellos, como alguna vez lo hice en el jurado de Toral, con una protesta que llegara hasta el fondo de sus corazones, y les diría: "Pongan ustedes atención a lo que significa la voz que llega de Pío xi. Él está diciéndonos a todos que esta no es hora de paz, sino hora de guerra; que esta no es hora de claudicaciones, sino otra vez de levantar el estandarte de la disidencia, de la protesta; es decir, desde la altura del Vaticano Pío xi levanta, como aquí lo hizo el Padre Jiménez, para bendecir la pistola asesina de Toral, el hisopo con su mano papal para bañar de bendiciones las armas de Caín.

 

A continuación extractamos una pincelada de lo que fue el discurso del diputado Octavio M. Trigo:

 

Nada, seguramente, habría que agregar después de haber escuchado las palabras concisas, al mismo tiempo que elegantes, del tribuno Ezequiel Padilla. Sin embargo, en esta ocasión debemos dejar sentada aquí una verdad incontrovertible: no es la Revolución mexicana, no son los hombres de la Revolución mexicana los que lanzan desde aquí un alarido de jacobinismo, provocando a aquellos que se llaman o dicen llamarse fieles; es la voz del Vaticano la que, inconscientemente, provoca esta Revolución, lanza un reto a la cara de ella y somos nosotros quienes recogemos el reto para devolverlo a su vez y pasar lista de presente en los momentos de lucha, adondequiera que se nos lleve […]. Así como el clero de México sostiene bajo bases absolutamente enemigas una acción católica, el Partido Nacional Revolucionario, órgano orientador de la Revolución, debe mantener una acción revolucionaria constante que esté frente a frente a la acción católica desarrollada por el clero. Si el clero va a la escuela, que vaya a la escuela la Revolución; pero integralmente, no solamente con textos que se limiten a no hablar de religión. Si el clero va hacia la juventud, que vaya hacia la juventud la Revolución; si el clero llega al hogar, que llegue también al hogar la Revolución. Esto es, concretamente: ¡frente a la acción católica, la acción revolucionaria!

 

Tampoco tienen desperdicio las palabras el del diputado Enrique Pérez Arce:

 

Es menester en estos momentos solidarizarnos de una manera absoluta con las declaraciones de nuestro dignísimo Primer Magistrado, el señor general Abelardo L. Rodríguez; es preciso, compañeros, asumir esta responsabilidad y entrar de lleno y de una manera inmediata en la ejecución de la acción política que resolvamos llevar adelante. Yo pienso que lo que debe de hacerse es expulsar como elementos nocivos, expulsar como elementos perniciosos a todos los clérigos que actualmente viven en el país (Aplausos). Y vengo a sostener una tesis que considero nueva: yo vengo a sostener aquí que todos los clérigos, a pesar de que hayan nacido en México, y a pesar de que sean hijos de padres mexicanos, todos los clérigos, conforme a nuestras leyes y conforme a nuestra Constitución, son extranjeros.

 

Y, aunque por decencia hemos omitido algunos de los insultos más floridos, no quisimos dejar de citar frases que nos ilustra el talante del diputado José María Dávila:

 

Quiero manifestar la indignación que la nación siente en estos momentos ante la audacia del Vaticano, que en momentos en que la paz está lograda, en momentos en que nos sentamos ante la mesa de la cordialidad y de la unión para buscar la restauración de nuestra patria, viene con esta encíclica papal como con batería de cañones oxidados a enfocarse sobre nuestro México y a provocar el exacerbamiento de los ánimos de aquellos espíritus pusilánimes, de aquellos que todavía piensan en el poder espiritual del Papa. Ladra el chacal a quien hemos perdonado la vida, porque en vez de matarlo como merecía, solamente lo atamos con una ligera cadena, y aún le estamos dando de comer con la explotación que hace de los templos, con la tolerancia de su presencia en nuestro pueblo y en nuestras ciudades. Intenta resucitar la hidra de siete cabezas que no ha podido ser muerta todavía por los mazazos de la Revolución; intenta resucitar el fantasmón de esa teoría religiosa que concibe un ser sobrenatural sobre nosotros, en la tierra, y que es el más absurdo de los seres, la más torpe personalidad, la más inconcebible de las tolerancias humanas…

 

No obstante esta otra realidad, el padre Gutiérrez, en su mente atribulada, se atrevía a afirmar con una tenacidad digna de mejor fin que “los arreglos y la encíclica Acerba han creado en México una Iglesia cismática respecto de la Iglesia Universal”.

 

A modo de conclusión

 

En una personalidad obsesivo-compulsiva “destaca, pues, la escrupulosidad, el detallismo exagerado, la rigidez de pensamientos y conductas […]”, y es entre estos temperamentos en los que podemos situar al padre Gutiérrez. Personas que, en su afán de vivir la pureza del dogma, de ellas se suele decir que son más papistas que el Papa, pues incluso a éste son capaces de descalificar. Individuos que, como explicaba Pablo vi con relación a quienes se erigían en guardianes de la ortodoxia para descalificar al Concilio Vaticano ii: “Invocan la autoridad del pasado para negar la del presente”.



Licenciado en Letras Clásicas por la UNAM, doctor en teología por la Universidad de la Santa Cruz en Roma, presbítero de la prelatura personal del Opus Dei residente en Guadalajara, ha escrito La guerra cristera y su licitud moral (2004), L’Osservatore Romano en la guerra cristera y El conflicto religioso en México y Pío xi, (Minos, 2009). El análisis de este libro fue elaborado para las páginas de este Boletín.

Presbítero del clero de Guadalajara, oriundo de la aldea El Burrito, de la parroquia de San Juan de los Lagos, nació el 28 de agosto de 1877 y se ordenó presbítero el 23 de diciembre de 1905. Miembro de la  Junta Auxiliar de la Sociedad de Geografía y Estadística de Jalisco, ante ella expuso dos estudios, que publicó a sus expensas. El ¿Qué somos?, estudiado en el número de noviembre del 2011 de este Boletín, y el que aquí se reseña, publicado en edición de autor en 1936. Ambos fueron censurados  por la autoridad eclesiástica tapatía por considerárseles provocadores ante el Gobierno. Falleció el 12 de octubre de 1937.

Cfr. Juan González Morfín, “Un libro incómodo: ¿Qué somos?” en Boletín eclesiástico CXXII (2011/11), pp. 29-42.

Se trata de un folleto de 8 páginas de presentación y 109 de desarrollo, más el índice. Se presenta a modo de conferencia leída en la Sociedad de Geografía y Estadística y, aunque muchas veces interpela directamente a sus consocios de dicha asociación, por la extensión y la manera de desdoblar el argumento es difícil concebir que haya sido dictado como conferencia.

Agustín Gutiérrez, Elucidario, s/e, Guadalajara 1936, pp. I-II.

Cf. Ib., pp. II-III.

La suspensión a divinis es una pena por la cual se excluye a un ministro sagrado de la celebración de los sacramentos.

Carta de Mons. José Garibi al P. Gutiérrez citada por este último, sin precisar fecha, en Agustín Gutiérrez, Op. cit., p. 14.

Ib., p. 25.

Ib., p. 49.

José Luis Besteiro González y Ángel García Prieto, “Trastornos de la personalidad”, en Javier Cabanyes y Miguel Ángel Monge (eds.), La salud mental y sus cuidados, EUNSA, Pamplona 2010, p. 307

Ib.

Agustín Gutiérrez, Op. cit., pp. 3-4.

Cfr., Ib., p. 13.

Ib., p. 78.

Identifica el americanismo con el modernismo condenado por León XIII y aplica la doctrina antimodernista a la encíclica Acerba animi (cfr. Ib., pp. 87-89).

Ib., pp. 79-80.

Ib., pp. 95-96.

Ib., p. 94.

Ib., p. 95.

Atribuye esta proposición a Mons. Orozco y Jiménez, pues parcialmente está tomada de la Circular 21-26, que dirigió este obispo a los maestros el 17 de agosto de 1926, conminándolos a no aceptar las exigencias del gobierno que les pedía secundar las medidas que había emprendido para hacer cumplir los artículos constitucionales que constreñían la práctica de la libertad religiosa.

Agustín Gutiérrez, Op. cit., p. 102.

Véanse, entre otras, las pp. III, IV, VI, 5, 6, 10, 23, 56, 69-77, 85, 88, 90, 95, 104, 105 y 107.

Ib., p. 69.

Ib., p. 71.

Ib., p. 73.

Pío XI, Enc. Acerba animi, 29-XI-1932, AAS 24 (1932), p. 330.

Cfr. L’Osservatore Romano, 3-X-1932, p. 1.

Las diferentes intervenciones que ahora se ofrecen están todas en el Diario de debates del 3 de octubre de 1932 y se pueden consultar en internet: http://cronica.diputados.gob.mx/DDebates/35/1er/Ord/19321003.html.

Agustín Gutiérrez, Op. cit., pp. 74-75.

José Luis Besteiro González y Ángel García Prieto, Op. cit., p. 307.

Cit. por Hervé Masson, Manual de herejías, Rialp, Madrid 1989, p.163.

 

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