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Los mártires mexicanos heroicos atletas de virtudes cristianas en la carrera de la santidad

 

Guadalupe Ramiro Valdés Sánchez

 

El 27 de octubre del 2011, en el marco del 54 aniversario presbiteral del hoy administrador apostólico de Guadalajara, cardenal Juan Sandoval Íñiguez, en una solemne concelebración eucarística en el templete situado en la cumbre del cerro de El Tesoro, de Tlaquepaque, muy cerca del lugar donde se construye un santuario a los mártires mexicanos, y teniendo ante sí el relicario con la sangre del beato Juan Pablo II, el vicario general de la arquidiócesis, autor de este artículo, impartió la siguiente meditación

 

Estimados señores obispos; hermanos sacerdotes religiosos y diocesanos y diáconos, amados fieles cristianos:

Miren, contemplen este grandioso espectáculo, estamos aquí reunidos, este tan numeroso grupo de sacerdotes en la cumbre del cerro El Tesoro, Santuario de los Mártires de Cristo Rey, en torno al relicario del beato Juan Pablo ii. El Papa amigo, mensajero de paz y esperanza, que proclamó: “México siempre fiel” el apóstol de Cristo y de su Evangelio que en dos principales documentos, las cartas apostólicas por el año 2000 Tertio millennio adveniente y Novo millennio ineunte el Papa Juan Pablo ii nos exhortó a los sacerdotes y fieles laicos a contemplar a los mártires de la fe cristiana, así nos dijo:

 

Al término del segundo Milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires, las persecuciones contra los creyentes: sacerdotes, religiosos y laicos, han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de sangre, se ha hecho patrimonio común, es un testimonio que no hay que olvidar.”

 

En nuestro siglo han vuelto los mártires de la gran causa de Dios. Es preciso que las Iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio. Venerando y proclamando la santidad de sus hijos, La Iglesia rinde el máximo honor a Dios mismo. En los mártires venera a Cristo, que es el origen de su martirio y de su santidad.

La Iglesia ha encontrado siempre en sus mártires una semilla de vida: “Sanguis martirum semen christianorum,”.“La sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, hasta dar su propia sangre como prueba suprema. A nosotros nos toca, con la gracia de Dios seguir sus huellas, la santidad, que es la perfección del amor.

Hoy, estando Guadalajara en el ambiente festivo de los Juegos Panamericanos, yo quiero invitarlos, muy estimados hermanos, a que a la luz de la Palabra de Dios veamos con fe y admiración a nuestros mártires mexicanos como heroicos atletas de virtudes cristianas en la carrera de la santidad. Este es el tema que les propongo para esta reflexión espiritual y que, contando con su amable y bondadosa atención voy a exponer con palabras e imágenes, como una Lectio Divina.

En la Carta a los Hebreos se nos dice en el capítulo doce, “por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan grande nube de testigos de la fe, sacudamos todo el lastre y el pecado que se nos pega y corramos con fortaleza la prueba que se nos presenta, fijos los ojos en Jesús, él que inicia y consuma la fe, el cual por la dicha que le esperaba, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. El soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcamos nosotros, como faltos de ánimo; aunque todavía no hemos resistido hasta derramar la sangre en la lucha contra el pecado” y prosigue la carta “No tengas en poco que el Señor te eduque, ni te desanimes cuando te reprende. El Señor educa a los que ama... para que participemos de su santidad” “por eso fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, planten los pies en sendas rectas, procuren vivir en paz con todos y en la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”.

Los santos mártires mexicanos Cristóbal Magallanes y veinticuatro compañeros, ya llegaron a la meta de la carrera, y están gloriosos en la casa del Padre con el trofeo de la victoria, que obtuvieron derramando su sangre en testimonio de fe y de amor a Dios y a sus hermanos.

Es importante conservar la memoria de estos mártires mexicanos. Cristóbal Magallanes y veinticuatro compañeros, que el Papa Juan Pablo II, el domingo 21 de mayo del año 2000 proclamó santos canonizados, gloriosos, heroicos atletas de virtudes cristianas, modelos de santidad. El Santo Padre Juan Pablo ii declaró:

 

En honor de la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y la nuestra, después de haber reflexionado largamente, invocando muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos en el episcopado, declaramos y definimos santos a los beatos Cristóbal Magallanes y veinticuatro compañeros... Y los inscribimos en el catálogo de los santos, y establecemos que en toda la Iglesia, sean devotamente honrados entre los santos. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Tan cercanos a nosotros, en nuestra patria, aquí vivieron; quince de ellos estudiaron en nuestro Seminario de Guadalajara, ejercieron su ministerio sacerdotal en las parroquias de nuestra arquidiócesis y nos han dejado brillantes ejemplos de virtud y nos presentan modelos de vida cristiana y sacerdotal. En forma heroica practicaron las virtudes teologales: fe, esperanza, y caridad y las virtudes morales-cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

Las virtudes son hábitos buenos de conducta moral, y lo contrario son los vicios. Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales de entendimiento y de la voluntad que regulan los actos, controlan las pasiones y guían la conducta según la razón y la fe.

El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien. Así lo enseña el catecismo de la Iglesia Católica.

 

1. Fe Teologal

 

La fe teologal relaciona al hombre con Dios, que es la Verdad e impulsa al ser humano a entregarse libre y enteramente a él. La fe es la raíz de la justificación; “el justo vive por la fe”. Los mártires dieron su vida por la fe que tenían en Dios. La fe cristiana, era “el soporte y garantía de lo que esperaban y la prueba de las realidades que no se ven”. En el momento de ser victimados por las balas asesinas de los perseguidores, el mártir san Agustín Caloca, el 25 de mayo de 1927, dijo sus últimas palabras “Nosotros por Dios vivimos y por Dios morimos”. Sus profundas convicciones de fe divina, las había fomentado desde niño y en la juventud, con la oración y escuchando la palabra de Dios, con la participación devota y frecuente en la santa misa.

También su párroco, san Cristóbal Magallanes, hombre de fe viva, celebraba diariamente a las cinco de la mañana la Eucaristía, visitaba al Santísimo Sacramento y ante él hacía la oración de las vísperas; con grande respeto y devoción, con la cabeza descubierta, montando en su macho, caminando varias horas bajo el sol, llevaba el sagrado Viático a los enfermos de los ranchos de su extensa parroquia. Él fue aprehendido por los soldados el 21 mayo de 1927 cuando se encaminaba al rancho de Santa Rita para celebrar la santa misa.

El sacerdote mártir san David Galván, que de adolescente fue inquieto y de conducta no recomendable, por lo que tuvo que salir del Seminario, al volver, después de tres años, al principio de 1900, fue seminarista piadoso, que pasaba largo rato ante el Santísimo en fervorosa adoración y así continuó, también en los seis años que fue maestro en el seminario, en la casa de Santa Mónica. Sus compañeros sacerdotes, formadores del Seminario y testigos, después en el proceso de canonización, así lo atestiguaron; su compañero padre Vicente M. Camacho, después obispo de Tabasco, declaró que el padre David le contó que cuando fue aprehendido y amenazado de muerte en Amatitán, Jalisco, su mayor sufrimiento había sido que un soldado estuviera cerca del tabernáculo, ante el Santísimo, fumando y con el sombrero puesto, mientras él consumía la hostia del Sagrado depósito, en octubre del año 1914.

Grande fe expresó en su diario el padre Toribio Romo al escribir en los cerros de Cuquío su queja dirigida a Jesucristo. “¿Tú, sacerdote Santo, me dejas que tantos días me quede sin decir misa, sin comulgarte? ¿Ya te olvidaste, o no me has oído, que cuando rezo en mi oficio y siempre que rezo el Padre Nuestro sobre todo a la hora de la misa: en el pan nuestro de cada día, te pido sobre todo, tu Pan Eucarístico, tu Santísimo Sacramento, del que no me quiero ver privado, ni un solo día, hasta que me muera?”

 

2. Esperanza Teologal

 

Es la esperanza, la seguridad en las promesas de vida eterna que el Señor hace; porque Él es fiel a sus promesas. Porque el Espíritu Santo, que Dios derramó por medio de Jesucristo Nuestro Salvador para que nosotros justificados por su gracia, seamos constituidos herederos en esperanza de vida eterna.

Grande esperanza en Dios tuvieron nuestros mártires mexicanos. Estaban seguros y confiados. San José Isabel Flores el 20 de junio de 1927, preso en la cárcel inmunda de Zapotlanejo, entre los excrementos humanos, cuando los verdugos le ofrecían dejarlo libre si se sometía a las órdenes del Gobierno callista, para que él pudiera oír bonita música; el mártir les contestó qué él prefería obedecer los mandamientos de Dios, porque así iría a oír la música del cielo. Cuando al padre David Galván lo llevaban al lugar del suplicio y alguien se quejó de que no hubiera desayunado, él mártir contestó: “Me voy a comer con Dios”.

San Cristóbal Magallanes al ver a su joven compañero sacerdote, Agustín Caloca, que sufrió una crisis nerviosa al ver los fusiles que se apuntaban hacia él, confortó a su compañero Agustín con estas palabras: “Padre tranquilízate, Dios quiere mártires, un momento y estaremos en el cielo”. El padre Agustín confortado, aceptó el martirio. El mismo padre Agustín el día que lo aprehendieron, tres días antes de su muerte, le dijo a su acompañante el seminarista Rafael Haro Llamas: “Jesús, víctima inocente, quiere víctimas voluntarias para que se dé gloria a Dios y se pague por tantos sacrilegios y tanta maldad. Ojala nos aceptara a nosotros. Es natural que se sienta miedo, pero sí Jesús sufrió angustia y tristeza y pavor en el Huerto, él sabe infundir ciertamente alegría y valor para morir por El.”

 

3. Caridad Teologal

 

De las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, la mayor y más importante es la caridad, según lo enseña san Pablo en su primera carta a los corintios y Jesús la señala como distintivo propio de sus discípulos: “Ámense mutuamente, como yo los he amado, en eso conocerán que son mis discípulos.” El primer mandamiento es amar a Dios con todo el corazón y el segundo, semejante al primero, amar al prójimo como así mismo.”

En la virtud de la caridad, nuestros mártires mexicanos dieron pruebas heroicas; la máxima prueba de amor, como el que da la vida por los que ama. Imitaron al Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. A los sacerdotes tan perseguidos por los enemigos, en la persecución religiosa, sus familias, los fieles cristianos de las comunidades parroquiales, les aconsejaban que se ausentaran hasta un lugar seguro, donde no peligrara su vida, pero ellos contestaban: san Justino Orona, párroco de Cuquío, Jalisco: “Yo con los míos, vivo o muerto”. San Román Adame: “¡que dicha ser mártir y darle la vida por la parroquia!” San David Galván: “¿Qué mejor dicha que morir salvando un alma?” Y cuando su compañero sacerdote Rafael Zepeda Monraz le indicaba que no saliera a auxiliar espiritualmente a los soldados heridos moribundos, que él no estaba obligado a ir porque no era su párroco, contestó “No lo hago por justicia, sino por caridad”.

El padre David Galván repartía entre los niños huérfanos y los enfermos el poco dinero que recibía por sus clases de latín, lógica, periodismo, sociología que impartía a los alumnos del Seminario.

El santo Sabás Reyes, en Tototlán dijo: “A mí me dejaron de encargado de la parroquia y no sale bien irme, Dios sabrá; me ofrecen ayuda en otras partes, pero aquí me dejaron y aquí esperamos a ver que Dios dispone”

Al padre san Tranquilino Ubiarco, dos días antes de su muerte, cuando vino a Guadalajara desde Tepatitlán, a confesarse sacramentalmente, su compañero sacerdote J. Pilar Flores le rogaba que se quedara aquí y él le contestó “Ya me voy a mi parroquia, a ver qué puedo hacer, y si me toca morir por Dios, bendito sea”.

En fervoroso poema expresó, el padre José María Robles, los sentimientos de su corazón, en la víspera de su muerte, a pocas horas antes de su martirio:

 

“¡Quiero amar tu corazón Jesús mío con delirio / quiero amarte con pasión! / Quiero amarte hasta el martirio / Con el alma te bendigo, mi sagrado corazón / dime ¿ya llega el instante de feliz y eterna unión?”

 

Las virtudes cardinales que regulan la vida moral buena de los cristianos, hasta conducirlos a la santidad son: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

San José, esposo de la Virgen María, padre tutelar de Jesús, fue el servidor fiel y prudente, que Dios puso al frente de su familia. Los sacerdotes mártires mexicanos favorecidos con los dones del Espíritu Santo practicaron con empeño estas virtudes morales hasta el heroísmo.

La prudencia dispuso su razón práctica para discernir en toda circunstancia el verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo.

Actuaron prudentemente empleando bien la luz de la fe y el discernimiento de la razón. Aplicaron los principios morales en los casos particulares.

Algunos vecinos de Totatiche querían convencer a su párroco, san Cristóbal Magallanes, a que promoviera la resistencia armada de los católicos y los impulsara a la lucha armada y él contestó: “La religión no se propaga, ni se defiende con la fuerza de las armas. Jesucristo y los apóstoles no emplearon las armas para difundirla, sino con la fuerza de la misma palabra, por medio del convencimiento”.

Ciertamente nuestros mártires no provocaron a los enemigos. Trataron de evadirlos, se escondían prudentemente, pero al ser descubiertos, con valor manifestaron su identidad. San Cristóbal Magallanes, al ser interrogado por los militares sobre su identidad les contestó claramente: “Soy Cristóbal Magallanes, el párroco de Totatiche”.

Y santo Toribio Romo, al ser despertado violentamente por los soldados, que preguntaban por el cura, les contestó: “Soy yo, pero no me maten”. Sí. Les dijo “no me maten”, porque así dice el quinto mandamiento de la ley de Dios: no matarás. El padre Toribio no podía abolir este mandamiento, aunque él, sí estaba dispuesto a ofrecer su vida por la paz de los mexicanos, como públicamente, ante muchos fíeles, con la Santa Hostia en la mano, le había expresado a Jesucristo diciéndole: “¿Aceptarás mi vida, Señor, que yo te ofrezco por la paz de los mexicanos?”. El obedeció a sus superiores al aceptar hacerse cargo de la parroquia de Tequila, Jalisco, cuando ese destino estaba erizado de peligros y lo hizo con estas palabras: “¡Tequila, tú me ofreces una tumba, yo te doy mi corazón!”

Motivados por la virtud de la justicia dieron los mártires mexicanos a Dios y a los hombres, lo que les era debido. A Dios honraron y obedecieron con la práctica fervorosa de la religión, con oraciones y actos de culto y cumpliendo los mandamientos.

Ciertamente no nacieron santos, nuestros mártires traían la carga del pecado original y las malas inclinaciones; la gracia del bautismo y de la confirmación sacramental los ayudó a crucificarse con Cristo y crucificar sus vicios y concupiscencias.

Una lucha constante tuvo que hacer consigo mismo el joven David Galván, que era orgulloso, pendenciero y propenso a las bebidas alcohólicas, pero superó las pruebas que le hicieron sus formadores del seminario y alcanzó una verdadera conversión. Así lo declararon sus testigos en los escrutinios para la ordenación sacerdotal y en el proceso de la canonización.

No querían quedarse con deudas, con nadie, algunos escribieron, poco antes de morir, en un pedazo de papel, las intenciones de misas que no alcanzaron a celebrar y ya habían recibido los estipendios o algunas limosnas pequeñas que habían recibido.

Se tiene copias de estos escritos de: san Cristóbal Magallanes, santo Torlbio Romo, san Rodrigo Aguilar y de san Román Adame.

Ellos procuraron dar informes veraces de los bienes eclesiásticos que tenían encomendados y dar buenas cuentas como fieles administradores. No obstante los múltiples trabajos y dificultades que tuvieron que soportar.

La virtud de la fortaleza, y el don de la fortaleza los sostuvieron, hasta en los más crueles tormentos, sin renegar, sin apostatar sin impacientarse

Miremos a santo Sabás Reyes Salazar, tirado en el piso del salón anexo al templo parroquial de Tototlán. El pelotón de soldados le queman con brasas las manos, los pies y la cara y le dicen que esa noche van a comer birria de cura, y uno de ellos lo increpó “Tú que dices que Dios baja a tus manos; que ahora baje y te libre de las mías.” El padre Sabás solamente oraba diciendo: “Señor de la Salud, Virgen de Guadalupe, dadme un descanso.” Al padre Pedro Esqueda lo torturaron a golpes en San Juan de los Lagos, hasta quebrarle un brazo. Lo llevaban amarrado a un caballo por el camino de San Miguel el Alto, y al llegar a Teocaltitán, su verdugo, el coronel Santoyo, le ordenó que se trepara a un mezquite con mucho rastrojo para quemarlo vivo. El padre Esqueda intentó varias veces subirse, pero no pudo, porque le habían fracturado su brazo. Entonces, enfurecido, el militar, luego de maldecirlo, le disparó tres tiros con su pistola. El padre todo lo sufrió en silencio por amor a Dios, sostenido por la virtud de la fortaleza.

Estos santos mexicanos tuvieron la virtud de la templanza, con sobriedad usaron los bienes materiales, vistieron y comieron con sencillez, fueron moderados en las bebidas, se ejercitaron en la pobreza espiritual y material. No quisieron hacer carrera para ocupar puestos importantes.

Al humilde párroco Cristóbal Magallanes, su obispo le proponía cambiarlo de Totatiche a Arandas o a Ocotlán, y él contestó que consideraba que no era apto para esos lugares; que si quería removerlo, mejor lo destinara a lugares rústicos como Amatlán de Jora o La Yesca, en Nayarit, o con los huicholes.

En el trato con niños, jóvenes, mujeres y hombres, fueron muy limpios y honestos. Con grande empeño y delicadeza practicaron la virtud de la castidad; fieles devotos de la Virgen María y de san José, procuraron imitarlos en su pureza de pensamiento, palabras y obras. Los testigos fueron unánimes en declarar que a estos santos mártires mexicanos no se le podía comprobar alguna falta contra la pureza de costumbres, y que eran reconocidos como hombres honestos.

Para lograrlo, ellos emplearon los medios propuestos por la ascética cristiana, la oración, la mortificación de los sentidos, la confesión sacramental frecuente, la huida de las ocasiones de pecado, evitar la familiaridad con personas libertinas y de malas costumbres, sin embargo no eran introvertidos, misántropos nuestros mártires, no vivían aislados. Fueron alegres, promovieron el canto, la música, las fiestas teatrales, los paseos al campo con los grupos de su comunidad. Mi santo señor cura Magallanes estuvo en la comida de la bodas del matrimonio de mis padres, José María y Elena, el 2 de marzo de 1916, y siempre asistía cuando era invitado y sus ocupaciones se lo permitían.

Hombres de oración, de estudio y de trabajo pastoral fueron estos santos: Cristóbal Magallanes y veinticuatro compañeros, ellos se ejercitaron en las virtudes teologales y morales. Nos han dejado un luminoso ejemplo de santidad, que culminó con la gracia del martirio y ellos rubricaron con su sangre. Para nosotros es el reto de invocarlos aquí y ahora, en nuestras circunstancias personales, con la ayuda de Cristo Rey. Con hechos, más que con palabras, nuestros santos mártires mexicanos expresaron los sentimientos que experimentó el apóstol san Pablo: “Lejos de mi gloriarme, sino es en la cruz de Cristo”. Como nuestro Redentor, que fue colgado en lo alto del madero, cuatro de nuestros mártires fueron levantados en lo alto de un árbol y murieron ahorcados; san José Jenaro Sánchez Delgadillo en la rama de un mezquite en Tecolotlán, Jalisco. Él dijo a sus verdugos: “Bueno, paisano ¿me van a matar? Pues yo les perdono, y que mi Padre Dios les perdone, ¡Que siempre viva Cristo Rey!”

En la sierra de Quila, en la rama de un árbol de roble, fue colgado el santo mártir José María Robles, él mismo bendijo la soga, con que lo iban a ahorcar y bendijo a sus verdugos y los perdonó de corazón.

A san Rodrigo Aguilar en la plaza de Ejutla los verdugos con una soga lo colgaron de un árbol de mango y le decían: “Si te sometes a las leyes de Calles y dices viva el supremo Gobierno, te bajamos y quedas libre”. Él contestó: “¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”, lo mismo repitió, las tres veces que lo bajaron y le hicieron la misma pregunta.

Con voz casi apagada, pronunció “Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe” y un rayo de luz salió de su cuerpo.

En Tepatitlán, Jalisco al joven sacerdote Tranquilino Ubiarco los perseguidores lo condujeron atado hasta la Alameda, para ahorcarlo en la rama de un eucalipto, y el verdugo le dijo: “Aquí colgado te verás muy bonito”. El padre contestó: “Sí, yo muero, pero Dios nunca muere, que Él los perdone”

Ya cercano el día de su muerte, el apóstol Pablo le escribió a su discípulo Timoteo: “Ya estoy a punto de ser derramado en libación, es inminente el momento de mi partida. He competido en la noble competición. He llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Desde ahora me aguarda la corona de la justicia que me entregará el Señor Justo Juez, no solamente a mí, sino a todos lo que con amor hayan esperado su manifestación...”.

San Julio Álvarez Mendoza, el tapatío del barrio de Analco, en los momentos de ser fusilado en San Julián, Jalisco dijo: “Ya sabía que tenían que matarme porque soy sacerdote, voy a morir inocente, porque no he hecho ningún mal. Mi delito es ser ministro de Dios, yo los perdono a ustedes”.

Alimentados con el pan vivo bajado del cielo, con el cuerpo de Cristo, hasta en los últimos momentos de la vida, los santos mártires Bernabé de Jesús Méndez Montoya de Morelia, y Pedro de Jesús Maldonado Lucero, de Chihuahua, llegaron a la meta triunfal de su carrera sacerdotal.

En Valtierrilla, llegaron hasta el templo los soldados y aprehendieron al párroco Bernabé de Jesús Méndez, cuando sacaba del sagrario el copón con las hostias consagradas, él les dijo: “Dénmelas”, y arrodillado, con grande devoción comulgó con el cuerpo de Cristo, enseguida los soldados le dispararon los balazos y cayó muerto.

En Santa Isabel, Chihuahua, el sacerdote Pedro de Jesús Maldonado fue detenido, cuando apretaba en sus manos el relicario con el Divino Sacramento. Andrés Rivera, su verdugo, le dio un tremendo pistoletazo en la frente, al grado de fracturarle el cráneo y desprenderle el ojo izquierdo. Esparciéndose en el suelo la sagradas formas, uno de los allí presentes las recogió y poniéndoselas en la boca al herido le dijo “Cómete esto”.

En la ciudad de Durango, el general Eulogio Ortiz, de triste celebridad por los actos de crueldad que usaba en contra de quienes no se podían defender, mantuvo en arresto al presbítero Mateo Correa Magallanes, del clero de Zacatecas. Le ordenó que oyera en confesión a los presos que serían fusilados. El sacerdote lo hizo. Acto continuo, el militar le exigió que revelara lo que había escuchado bajo sigilo, o de lo contrario lo haría fusilar en el acto. El sacerdote no despegó los labios y murió acribillado a balazos por los soldados de la federación.

Contemplando a nuestros santos mártires mexicanos en lo alto de este cerro de El Tesoro, por el consejo y mandato que nos dio el beato Papa Juan Pablo ii; que los declaró heroicos testigos de la fe y la caridad cristianas, resuenan en nuestro oído las palabras del apóstol san Pablo, dirigidas a los Corintios: “¿No saben que los que corren en el estadio, todos sin duda corren, más uno solo recibe el premio? De tal modo ustedes corran, que lo alcancen. Todo el que toma parte en la competencia, de todo se abstiene, ellos lo hacen para obtener una corona, que se marchita, mas nosotros una corona que no se marchita, Yo así lo he hecho en el pugilato y reduzco mi cuerpo a servidumbre, no sea, que después de pregonar el premio para otros, yo quede descalificado”. Los santos mártires mexicanos, heroicos atletas de virtudes cristianas en la carrera de la Santidad, son nuestros modelos para imitarlos, nuestros intercesores para invocarlos y nosotros, como ellos lo hicieron, proclamamos entusiasmados: ¡Viva Cristo Rey y santa María de Guadalupe! Que el beato Papa, amigo, Juan Pablo ii, siga bendiciendo a nuestra patria, México, que tanto lo ama.

 



Cf.Tertio Millennio Adveniente, 37

Tertuliano, Apologética, 50, 13; CCL 1, 171.

Cf. Novo Millennio Ineunte, 41

Ibíd.12, 8-10

Hebr. 12, 1-4

1a. Cor. 9, 24-27

Sab. 8,7

Catecismo de la Iglesia Católica (en lo sucesivo CIC), No. 1804 y ss.

Cf. Rom, 3,28

Hb. 11, 1

Cf. Rom, 15, 7-9

C.I.C. No. 1817.

1ª Cor 3, 13

2 Tim. 4,6-8.

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