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Juan de Palafox y Mendoza. Hombre de múltiples facetas.[1]

Manuel Olimón Nolasco[2]

 

Nadie mejor que uno de los más conocidos estudiosos de la historia de la Iglesia en México para sintetizar en breve las notas más destacadas del brillantísimo pastor, apenas beatificado, que legó a los naturales del pueblo de Juanacatlán, comunidad que perteneció a la diócesis de Guadalajara por más de un siglo y medio, la venerada imagen de nuestra Señora de la Defensa

 

“…gran espejo de prelados, tan cultamente santo y erudito.”

(Baltasar Gracián, El discreto, Juan Nogues, Huesca 1646).

 

Cuando la memoria de un pueblo se remonta cuatro centurias, bien puede encontrar sólo notas de barbarie, balbuceos inconexos o sombras y silencios.

            No es así el encuentro que los mexicanos tenemos al remontar nuestras memorias a ese siglo xvii en que se definieron, nítidos y múltiples, los perfiles de nuestra identidad. Fue un tiempo de forja, de paso de la admiración primera a una tierra nueva a la paciente construcción de una nación que había de tener estructuras sólidas y duraderas. Si hace dos siglos nos llamamos México y mexicanos, nada puede ruborizarnos de cuando se llamaron los nuestros Nueva España y novohispanos.

Al comienzo de aquel siglo surgió en un lugarejo llamado San Pedro Lagunillas, en el actual estado de Nayarit, a la luz del “gran volcán de Xala, monstruo horrible del mundo”, la poesía limpia de Bernardo de Balbuena, que ya mandaba al orbe el mensaje de la “grandeza mexicana.”

Por esos días en la España vieja transcurría sencilla la vida de quien sería más tarde, en la España Nueva, visitador, obispo de Puebla de los Ángeles, Virrey y administrador del arzobispado de la capital, don Juan de Palafox y Mendoza, “…hombre de múltiples facetas que estampó en su obra su vida. Poeta lírico, escritor ascético y místico, historiador y gobernante en el doble campo de lo civil y lo eclesiástico.”[3]Sí. Y todo ello, que en la infancia de un pueblo es fundamental para su crecimiento recio y lozano, lo aportó generoso. Fue pedagogo y maestro, actor enérgico de exigencias juzgadas como excesivas y de rectitud a toda prueba y, por consiguiente, poco afortunado y exitoso de acuerdo a las cortas medidas humanas. Fue, sobre todo, atento como obispo -epískopos en griego clásico quiere decir vigía, vigilante, observador desde lo alto- a ir delante de la grey con el ejemplo y no solamente presidirla en las reuniones solemnes. Por todo ello es hoy no sólo viejo poeta, estadista o maestro, sino candidato a santo.

El 5 de junio de este año [2011] en el Burgo de Osma, España, su última sede episcopal, será beatificado: honor a una vida que transcurrió más que sobre los tinteros y las hojas de papel, los juicios y los altos cargos, sobre los trazos del sendero cristiano: las rodillas del orante, las palabras transfiguradas y la vista puesta en el rayo de luz que señaló al indio Diego Lázaro en 1631 una fuente milagrosa. Pues si don Juan se sentó en tres cátedras episcopales y juzgó desde tribunales a altas personalidades e incluso destituyó a un virrey, su sitio preferido era el rincón tlaxcalteca de San Miguel del Milagro donde, según la narración tradicional, el arcángel tocó la tierra con su cayado, un fulminante rayo apartó las rocas que se apilaban y brotó ahí una fuente inagotable que daría salud al cuerpo y al alma. La luz intensa de ese lugar, santuario de hermosura y bien, habría de ser su guía más íntima.

Nacido de una relación fuera del matrimonio en 1600, fue, como Moisés, abandonado en una acequia arrinconada en un poblacho de Navarra llamado Fitero. Y como el guía aquél del pueblo de Israel, fue rescatado de las aguas y aceptado por su padre al cumplir diez años. Se educó como patricio y quiso, entre “las armas y las letras” escoger las primeras; sin embargo, fueron las segundas las que le dieron, junto con las luces, la cordura de ánimo que lo llevó a ser fiscal y más tarde sacerdote. En julio de 1640 zarpó hacia Veracruz como juez de residencia y visitador. Su tarea aquí era ver cómo se cumplían las Leyes de Indias por parte de los funcionarios en toda su escala. Experiencia dura: “…fue hacerme cirujano de enfermedades y llagas muy sensibles de gente poderosa que se defendía de la curación.”

Llegó a la Puebla de Los Ángeles como obispo y tuvo que asumir también el cargo y la carga de ser Virrey, Capitán General y Presidente de la Real Audiencia además de administrar el arzobispado de México en 1642.

Escribió sin cesar, procurando que se reflejara en sus letras el “espejo” o imagen ideal de los hombres de gobierno y de los procuradores de justicia; que se viera la utilidad de la oración, la penitencia y la vida ordenada sobre todo en los clérigos y religiosos, aunque también en todos los cristianos. Miró a los indios con ternura de padre e hizo de ellos un retrato tan positivo, que a algunos les pareció idealismo puro: “…los indios son hombres y sujetos a las comunes miserias de los hombres,… [pero] están libres en cuanto cabe en la humana fragilidad de cuatro vicios muy capitales:…la codicia,…la ambición,…la soberbia…y apenas conocen la ira.”[4] A propósito de la ocupación en escribir dijo con conocimiento: “…lo escrito dura mucho y enseña siempre y en todas partes.”

Visitó con celo su extensa diócesis y estuvo en todo momento al lado de los pobres. Intrigas, falta de calidad en Felipe iv y sus cortesanos y prolongados pleitos motivados por su interés legítimo en hacer realidad lo que el Concilio de Trento había ordenado sobre el papel de los obispos, los seminarios para la preparación de los nuevos clérigos y el lugar de los miembros de las órdenes religiosas, lo llevaron al destierro, a una diócesis de abolengo y raíces recias pero, en el tiempo, decaída y mortecina: Osma. Ahí murió en 1659.

Su causa de canonización, introducida en 1726 fue objetada con fuerza y convertida en controversia política. El Papa Pío vi suspendió los trabajos de la comisión respectiva en 1790 “definitivamente” y sólo se reactivó en 1998, ya en el pontificado de Juan Pablo II. En 2004 los consultores históricos dieron su aprobación y en 2009 quedó todo listo para proceder  a la beatificación.

Ese hombre de múltiples facetas trasmite, pues, todavía en nuestro agitado siglo xxi un soplo de espíritu, de virtud y de aliento.

 

Textos consultados:

·         De Palafox y Mendoza, Juan. Ideas políticas, introducción y prólogo de José Rojas Garcidueñas, UNAM, México (2) 1994.

-          Puntos…que deja encargados y encomendados a las almas a su cargo al tiempo de partirse de estas provincias a los reinos de España, (1649) reimpresión, Joseph Bernardo de Hogal, México 1728. (Ed. facsimilar: Carta Pastoral 1649, Editorial Innovación, México 1979).

-          Manual de estados y profesiones. De la naturaleza del indio, (ed. facsimilar), prólogo de Horacio Labastida, UNAM/ Miguel Ángel Porrúa, México 1986.

·         Olimón Nolasco, Manuel. Una visión del indio mexicano en el siglo XVII, revista Estudios (ITAM) n. 26 (Otoño 1991), pp. 37-55.

·         Sánchez Espinosa, Víctor. Carta pastoral del arzobispo de Puebla de los Ángeles “Con júbilo”, con motivo de la beatificación de monseñor Palafox, Puebla de los Ángeles, 05.11.2010.



[1]Texto escrito para la revista Relatos e historias en México, año iii, n. 34, junio del 2011, pp. 33-35.

[2] Presbítero del clero de Tepic, a la sazón párroco de Xala, es doctor en historia por la Universidad Iberoamericana. Fue profesor fundador de la Universidad Pontificia de México, director de la Comisión Nacional de Arte Sacro y consultor de la Comisión Pontificia para los Bienes Culturales de la Iglesia.

[3]José Rojas Garcidueñas, Prólogo a Juan de Palafox y Mendoza, Ideas políticas, UNAM 1946.

 

[4]De la naturaleza del indio, cap. vi, en: Palafox, Obras, tomo x, Gabriel Ramírez, Madrid, 1762.

 

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