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El clero y la independencia mexicana, reflexiones para su estudio[1]

Ernesto de la Torre Villar

 

Gracias a la ecuanimidad de académicos como Ernesto de la Torre (1917-2009), los estudios historiográficos en México pudieron, durante la segunda mitad del siglo XX, superar no poco del maniqueísmo que les contaminaba desde la centuria anterior. Prueba de ello es el presente artículo, donde su autor ofrece una vertiente, ignorada o no tomada en cuenta, y sin embargo crucial, para entender lo que sobrevino en estas latitudes a partir de 1810

 

Escribe el evangelista san Marcos, que Jesús, después de haber resucitado se les apareció en el Cenáculo y les dijo: “Id por todas las naciones, enseñadlas y bautizadlas... y ellos los apóstoles, marcharon a predicar por todas partes”. En ese mandato y en otro igualmente esencial “Amarás a tu prójimo” se encierra la labor específica de la Iglesia, la cual se empezó a realizar en forma ejemplar en Nueva España, desde el arribo de los primeros frai­les. Realizar esa misión, fue empresa ardua, fatigante y difícil por mil razones. La Nación se formó en medio de desfallecimientos y equívocos, que la política estatal agravó cada día. Sin embargo el espíritu primero de acrecentar la fe, elevar los espíritus y defender al hom­bre prevaleció, y se dieron ejemplos de cómo con el latir de los tiempos, hubo hombres de iglesia que trataron de superar la vida de sus fieles, agobiados por el trabajo, la explotación y la ignorancia.

Los curas de almas, los pastores del pueblo, distribuidos en la inmensidad novohis­pana, en tierras fragosas, y dejados a Dios y a su destino, prosiguieron recta o torpemente su misión de salvación y auxilio de los hombres a su cuidado, y fueron padres protectores y fermento de la masa del pueblo que cuidaban y por tanto corresponsables de su destino. Esa unión en la pobreza y el desamparo, les hermanó por siempre, les hizo inseparables. Por otro lado, en medios diferentes, hubo también funcionarios de la iglesia que tam­poco olvidaron su misión. En vísperas de la emancipación, prelados como fray Antonio Al­calde, realizó obras para los trabajadores de interés social extraordinario, y el obispo Ruiz Cabañas, en medio de enorme esplendor, erigió instalaciones benéficas cuyos restos aún conmueven. En el aspecto de la educación del pueblo e ilustración del clero, buscando su perfeccionamiento, tenemos al obispo ilustrado Francisco Fabián y Fuero quien fomentó al igual que Palafox la reforma del clero poblano, enriqueció la biblioteca que aquel formara y organizó la formación eclesiástica bajo bases modernas, trayendo consigo clérigos jóve­nes que apoyaban tanto la reforma de la enseñanza de la teología, como el acrecentamiento del humanismo y el saber clásico. No hay que olvidar que José Pérez Calama, originario de la zona más misérrima de España, de las Batuecas, fue el encargado del Seminario Humanístico que se estableció en Puebla, y más tarde, siendo Deán de la Catedral de Valladolid, impulsó la reforma de la instrucción y convocó a varios concursos serios de la reforma al estudio de la filosofía y la teología, en uno de los cuales resultó triunfante Miguel Hidalgo, por entonces colegial del Colegio de San Nicolás.

La Compañía de Jesús en camino de reformación ilustrada habla impulsado en sus colegios una filosofía moderna de profundo sentido humanista. En los seminarios diocesanos se empezaba a incrementar el estudio de la teología positiva que implicaba un nuevo sentido cristológico, una profundización en el conocimiento escriturario, en la historia de la Iglesia y una tendencia hacia la realización de una pastoral social más efectiva. Los esfuer­zos de fray Antonio de San Miguel para auxiliar y favorecer a las clases humildes de su vas­to obispado, encontraron enorme apoyo en el deán de su cabildo José Pérez Calama quien en tiempos difíciles para Michoacán, apoyó la labor de la Sociedad de Amigos del País, la cual beneficiaba a campesinos y artesanos, proporcionándoles normas para elevar su situa­ción intelectual y moral. Esta labor resultó de gran utilidad, pues varios párrocos se inspira­ron en ella y se esforzaron por elevar la situación real de los pobres. Como complemento a esta labor tenemos que referirnos a una obra ejemplar escrita por Pérez Calama, su “Política Cristiana” que conlleva una serie de recomendaciones no sólo espirituales sino materiales, prácticas, como la creación de telares, talleres de cerámica, invernaderos para el cultivo de nuevas plantas. Fue en realidad la Política Cristiana, un proyecto económico-social, técni­co y político, destinado a proporcionar trabajo a los pobres y ociosos, pero además sirvió para fomentar la industria y la educación popular, “desterrar la ociosidad y mendiguez vagabunda”, causa y origen capital de todos los vicios.

El aumento de cultura del clero provinciano, le permitió conocer y estimar las ideas jurídicas políticas que la Ilustración promulgaba. Obras de teóricos del Estado, de juristas y filósofos ilustrados, fueron conocidas por el clero novohispano. Pese a la censura estatal y eclesiástica, las obras de Montesquieu, Rousseau, Diderot, Voltaire y otros publicistas pos­teriores, penetraron en los dominios españoles e influyeron en el pensamiento de los grupos directivos.

Los curas de los obispados de México, Puebla, Michoacán y Jalisco, en donde existían los colegios más salientes, fueron los que mejor orientaron su pensamiento hacia cam­bios ideológicos y políticos. Su contacto con las masas populares más amplias, conscientes y necesitadas, les llevó a conocer sus problemas de subsistencia más graves, la limitación de su libertad, el mal trato que sufrían, el hambre y la injusticia que padecían y tratar ya no de remediarlos, sino por lo menos paliarlos con algún auxilio, una palabra de consuelo. Es­tos curas fueron así al principio un paño de lágrimas, guías del espíritu. Más tarde se con­vertirían en caudillos, en conductores de masas, las cuales ya no se conformarían con pa­cientes consejos, sino que violentamente exigirían justicia, libertad, el diario sustento, y cegados por la ira natural que se concentra en el hombre, la destrucción y muerte de sus opresores. A uno de esos curas violentos, llamaron “El chicharronero” por su crueldad; el mismo Hidalgo fue desbordado por la violencia del momento, lo cual le hizo autorizar el sa­crificio de numerosos vecinos peninsulares.

Entre los movimientos libertarios hispano-americanos el que presenta el mayor liderazgo por parte de los eclesiásticos es el de México. La historia de la Iglesia está íntimamente ligada a la historia del pueblo mexicano. Para bien o para mal siempre ha sido así. Las ideologías políticas han querido olvidar ese hecho y señalar que la Iglesia ha sido causa de todos nuestros males. Con la emancipación, la ruptura con España, la dominación espa­ñola causante de todos los males desapareció, y quedó como cabeza de turco la Iglesia a la que se culpó de haber establecido una unidad con el Estado, de la cual provenían todos nuestros males.  

La presencia real e indubitable de numerosos eclesiásticos en nuestro movimiento emancipador ha forzado a numerosos tratadistas a señalar la presencia y acción del clero en ese movimiento y los ha llevado a formular nóminas, más o menos completas de los miembros del clero que en ese movimiento participaron. Ejemplo de ellas, están las formadas por ellas Amador y José Bravo Ugarte y algunas otras, más menguadas y poco ciertas. Los his­toriógrafos de la insurgencia como Alamán, Mora y Zavala, mencionan a los grandes caudi­llos, Hidalgo, Morelos y otros, pero aún a éstos les regatean méritos. De otros más, hay re­ferencias a su acción militar, a sus éxitos, fracasos y cualidades.

Las grandes biografías de clérigos insurgentes, surgen de un credo liberal y son pocas y respetuosas. Se refieren las más a los hombres que estuvieron en el campo de la gue­rra. Aún Bustamante, ensalza como militar a Morelos, aunque también muestra interés por su faceta de estadista. Si el doctor de la Fuente se adentró en la vida de Hidalgo y de Mata­moros, no llegó a pintarlos en su integridad. Don Ezequiel Chávez, conocedor de almas, re­creó más su aspecto moral, su capacidad para ser directores de pueblos y el lado ético de su vida y obra. La historiografía marxista los vistió como líderes revolucionarios, de caudillos de masas. Aspectos muy certeros vieron en Hidalgo y Morelos, tanto Mancisidor, Lombardo Toledano y Agustín Cué Cánovas. Alfonso Teja Zabre, biografió, inteligente y reciamen­te a Morelos.

Sólo cuando las aguas de la política fueron serenándose, surgió el estudio intelectual más acabado escrito sobre Hidalgo, por Gabriel Méndez Plancarte. Hidalgo, reformador intelectual, marca un hito en la biografía sobre el cura de Dolores. El libro de Agustín Churruca en torno a Morelos es también excepcional. Las historias de México, totalizadoras, ofrecen aciertos ideológicos como es el caso del Proceso ideológico de la Independencia de Luis Villero y el trabajo que consagró al ideario de Hidalgo, Alfonso García Ruiz.

Es curioso que hace más de un siglo, en 1824, los constituyentes mexicanos que elaboraban la Constitución liberal de 1824, y entre los cuales se contaba a Miguel Ramos Arizpe, a fray Servando Teresa de Mier, a Miguel Guridi y Alcocer entre otros más, quienes figura­ron valientemente en el proceso de emancipación, hayan pensado que era justo y necesario, recordar y honrar a los eclesiásticos participantes en el movimiento insurgente. Así en una de las sesiones del Congreso, celebrada en los inicios de julio de 1824, nos informa El Sol del 5 de julio, se trató del tema del reconocimiento que se debía a los clérigos insurgentes: “abanderados del pueblo y de pequeñas o lejanas comunidades. Fue el bajo clero -afirmaron­ quien más enterado estaba de las condiciones del campesino, y por ello no dejó de luchar, así en la insurgencia, como más tarde Hidalgo, Morelos y Matamoros. Hubo otros cuyo nombre se perdió en el transcurso de los años, pero que algunos constituyentes recordaron en la sesión del 3 de julio, al discutirse el dictamen de la Comisión de Premios, sobre los que se debía conceder a los eclesiásticos que sirvieron militarmente a la Patria en los once años de insurgencia. Aunque el dictamen regresó a la Comisión, no deja de llamar la aten­ción las ideas que se manifestaron. Carlos María de Bustamente dijo que algunos de ellos estaban reducidos a la miseria., Mier explicó ampliamente la obligación que tenían los eclesiásticos de servir a la Patria con las armas y sostuvo la justicia de premiar a los que habían servido a la nuestra de ese modo. El diputado Morales, elogió los buenos servicios de los eclesiásticos militantes de la Revolución, y dijo que “sería la mayor ingratitud olvidarse de unos hombres que dieron ejemplos tan costosos y eficaces de amor a la Patria, cuando le ha­cían traición o la veían con indiferencia otros individuos que estaban más obligados a pro­curar su libertad”.

Desde aquellos lejanos años el recuerdo del clero insurgente aún estaba vivo. Desconocemos si el interés del Congreso de 1824 tuvo alguna resonancia. Muchas décadas más tarde sólo lo recordarían algunos historiadores. Hoy es de justicia, rememorarlos y ocupar­nos detalladamente de ellos.

Mucho queda aún por hacer. Ojalá que de aquí a cinco años, cuando conmemoremos el segundo centenario de la insurgencia, tanto fieles cristianos como simples interesados en la historia mexicana, hayamos elaborado, entre otras cosas, estudios en profundidad, recios y serenos acerca del clero insurgente, estudios que deben iniciarse, según mi real saber y entender alrededor de los siguientes temas:

·        El clero novohispano en torno de la libertad, la justicia y el bienestar de la socie­dad. Sus ideas y acción;

·        Hombres de iglesia en los albores de la insurgencia. Mier, Talamantes, Ramos Arizpe, Guridi y Alcocer;

·        Instituciones formadoras del clero: colegios, seminarios, conventos. Diferencias entre la formación de los seculares y regulares;

·        Experiencias en el medio urbano y en el rural;

·        Las fuentes del pensamiento liberador y su utilización;

·        El clero de provincia; origen, extracción social, formación y acción dentro del movimiento;

·        El clero organizador y doctrinal. Los miembros de la Junta: Verduzco, Liceaga, Cos, fray Vicente de Santa María, Herrera, etcétera;

·        Los caudillos militares: Matamoros, Correa, Torres, etcétera;

·        Los intelectuales y los propagandistas: Severo Maldonado, etcétera;

·        Los hombres de iglesia favorecedores de la insurgencia: el can6nigo Alcalá, el Padre Sartorio, las Cortes de Cádiz 1810-1817;

·        Los curas guerrilleros: Mercado, González Hermosillo;

·        Los curas insurgentes después de la Independencia: Ramos Arizpe, Mier, Herre­ra, Verduzco, Guridi y Alcocer;

·        Las ideas de los clérigos después de la emancipación. republicanos, centralis­tas, federalistas. La crisis clerical: orígenes y consecuencias;

·        La mestizaci6n del clero mexicano y la mestización de la política mexicana. El espíritu secularizador;

·        Las ideas políticas del clero mexicano y las ideas políticas de la Iglesia romana.

·        Las rupturas, hasta los intentos de crear una iglesia mexicana nacional


También tiene que ponerse gran cuidado en separar el pensamiento en grandes etapas cronológicas, por ejemplo: de 1767 a 1810. Deben entenderse los grandes cambios ideológicos y los políticos, por ejemplo la Revolución francesa.

El estudio tiene que atender a profundizar el conocimiento de las ideas, tendencias y acción de los grupos, analizar su generación, extracción social, su formación académica, labor pastoral. Como ejemplo de ello podríamos formular un primer grupo que abarcaría a los hombres de iglesia que aparecen de 1789 a 1797, durante la administración del virrey Revillagigedo, y en la cual se abrió proceso inquisitorial a varios, por sus ideas políticas e ilus­tradas como fray Juan Ramírez Arellano, el cura Antonio Pérez Alamillo, al bachiller Dio­nisio Zúñiga, Juan José Pastor Morales y también a José Antonio Rojas quien ya enunciaba principios que debían ser constitucionales.

Otro grupo que iría de 1805 a 1810, sería el que ya no sólo difundía ideas, sino que participaba en conspiraciones, como el diácono Dr. José Antonio Montenegro, vicerrector del Colegio de San Juan Bautista de Guadalajara, fray Vicente de Santa María, el cura de Huango, Ruiz de Chávez y don Luis Correa. Poco más tarde tenernos en Querétaro, al padre José María Sánchez, en la que ya estaba inodado don Miguel Hidalgo.

También se incluirían los diputados, de origen eclesiástico asistentes a las Cortes de Cádiz de 1809-1810 entre los cuales hay que mencionar a Antonio Joaquín Pérez, canónigo magistral de Puebla; José Miguel Guridi y Alcocer, quien tendría larga actuación en el proceso emancipador; Don José Miguel Gordoa y Barrios de Zacatecas; don Miguel Ramos Arizpe, el famoso chato, y Don José Ignacio Beye de Cisneros.

En la Junta Nacional del año 1811 hay que contar con José Sixto Verduzco, cura de Tuzantla; el Dr. José María Cos, cura del Burgo de San Cosme, hoy Villa de Cos en Zacate­cas, y el cura Pablo Delgado.

En el Congreso de Chilpancingo figuraron: Verduzco, don José María Murguía, por Oaxaca y José Manuel Herrera por Tecpan que era cura de Huamuxtitlán.

En la formulación de la Constitución de 1814, en Apatzingán, figuraron el cura José Manuel Herrera, Verduzco, Argandar, quienes conocieron las Constituciones Americanas. En el Congreso itinerante se encontraba el padre Navarrete.

Con Morelos van el cura de Tlalpa, padre Tapia; y el de Jantetelco, Mariano Matamoros. Entre los miembros de la Junta de Jaujilla, hay que mencionar al canónigo San Martín, Con los supervivientes estuvo el padre Izquierdo quien se indultó y dejó en el sur sólo a Guerrero y en el centro a Pedro Ascencio.

Con Iturbide: lo apoyaron el canónigo Bárcena de Valladolid, Monteagudo.

En la Regencia: el gobernador de la Mitra de Valladolid Manuel de la Bárcena. Ministros de Iturbide José Manuel de Herrera; sustituto en la regencia por muerte de O'Donojú, entró el Obispo de Puebla, Pérez, a éste le suplió en la Junta Provisional Gubernativa Miguel Guridi y Alcocer.

En las juntas de la Profesa, actuaron varios.

En el cargo realista debemos mencionar a Beristain y a otros más.

Estas son algunas notas que se meocurren, pero que deben completarse con nuevas investigaciones y estudios, pues constituyen un aspecto substancial en el proceso emancipador.



[1] Tomado de De la Torre Villar, Ernesto. Anuario de Historia de la Iglesia, año/vol. XIV. Universidad de Navarra. Pamplona, España , pp.379-384

 

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