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 El padre Robles ante dos testigos

Datos biográficos del mártir san José María Robles Hurtado (1ª parte)

 

Luis Sandoval Godoy[1]

 

Se rescatan dos versiones en torno al martirio del insigne párroco de Tecolotlán, que abonan datos importantes para comprender el impacto que implicó su sacrificio en la comunidad que lo tuvo como pastor de almas.

 

En la Sierra de Quila. Noche tenebrosa. La oscuridad lo envuelve todo. Y ni siquiera una luciérnaga. Ni siquiera una estrella. El aliento del pinar trae su intensa fragancia hasta la casa de la señorita Chuy, maestra del poblado, que nos ha recibido amablemente.

Un mechón de petróleo, luz rojiza palpitando en la negrura que se cierra más allá de la ventana. Los rostros descompuestos por los temblores de esta iluminación. Don Manuel Agraz, reposado y gentil. Don Rodolfo Barbosa con los recuerdos del tiempo en que sirvió al gobierno, su voz golpeada, su lenguaje salpicado de coloquiales regionalismos.

Aclara don Manuel Agraz, de Tecolotlán, que fuera por muchos años Corresponsal de El Informador:

“Yo creo que deben haber sacado al padre de allí como a las diez de la noche. Pienso que a esa hora emprendieron el camino rumbo a la sierra, quien sabe si ya con la idea de llegar hasta Quila, o simplemente detenerse en algún lugar del monte, para sacrificarlo.

“Ahora verá: de Tecolotlán a Quila se hacen unas cinco horas de camino. El camino sube por una cuesta larga, muy pedregosa, con mucha piedra suelta. Y luego esa noche estuvo lloviznando, de modo que todo eso hizo el camino más difícil.

“Ah, y otra cosa: el padre padecía de los pies, cuestión de callos, de endurecimiento de la piel en las plantas de los pies. Se le notaba eso claramente, no que cojeara, pero sí como que falseaba la pisada.

“Los agraristas hacían el viaje a caballo, pero al padre lo llevaron a pie y amarrado. Ya se imagina cómo sería aquello, un verdadero camino del Calvario.

“Y dicen gentes que vieron, que lo llevaban a tirones de soga y a empujones, para dar agilidad a su paso, ante la torpeza del padre para caminar en un camino así, en la noche, con lo lodoso, las piedras y los males de sus pies. ¿Dónde iba a poder emparejarse al paso de los caballos?

“Calculo que hicieron más horas de camino de las que normalmente se requiere, pues digo que deben haber salido como a las diez de la noche de Tecolotlán y fueron a dar cuestión de cuatro o cinco de la mañana, a Quila.

“Ya verá, mi compadre Rodolfo aquí, nos dice eso, que llegaron tempranito, todavía muy oscura la mañana.

“Así fue aquel largo camino, ahí comenzó el martirio del padre Robles”.

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El año de esta entrevista, (abril de 1982), aún quedaban testigos que presenciaron la lucha que estremeció a México a fines de los veintes, conocida como la Revolución Cristera.

Mientras se establece el significado pleno de esta lucha, sus raíces, sus alcances y sus logros, se han acumulado los datos que sirven de material a los historiadores, y a los filósofos de la historia.

En ese propósito fueron traídos los recuerdos de dos testigos en el suceso que estremeció hondamente al vecindario de Tecolotlán, el 26 de junio de 1927, fecha en que fue victimado San José María Robles.

Se trata, dicen, de un sacerdote que se identificó con el pueblo y supo encender en los corazones una llama purificadora de amor.

Tantos eran sus ideales que no contento con el trabajo específico de su ministerio, fundó una congregación religiosa que subsiste y sigue empeñada en el trabajo de perfección de sus miembros y en el servicio a la sociedad, en hospitales y escuelas.

Hace casi cincuenta años el padre Ramiro Camacho escribió la biografía de este mártir y en ella presentó relieves singulares de su espiritualidad. Sin embargo, lo que dice acerca de las circunstancias en que fue sacrificado, parece vago e incompleto. Sin duda que los dos testigos que hablan aquí, aportan datos que faltaron en aquella semblanza.

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Don Manuel Agraz recuerda varios detalles que sirven de antecedente al desenlace trágico de la vida de este santo sacerdote.

“Sí, mire, existe un diario que escribió el Padre. Este diario lo tuvo en su poder una tía mía, hermana de mi papá. El padre tuvo mucha amistad con mi familia; de hecho, cuando se lo llevaron, lo sacaron de la casa de mi abuelita, mamá de mi papá.

“En esa casa estuvo escondido cuando la situación empezó a ponerse difícil para los sacerdotes. Había una reserva rigurosa: nadie, ni siquiera nosotros sabíamos que el padre estuviera en casa de mi abuelita, nadie, fuera de mi tía y un tío Alfonso y tal vez mis papás.

“Una sirvienta de la casa cometió la indiscreción; porque yo creo que fue eso, una indiscreción. No pienso que haya habido mala fe en aquella mujer.

“Total, llegó la noticia a los agraristas y éstos se apresuraron a aprehender al Padre.

“Se entiende que le achacaban alguna forma de participación en la lucha armada que se hacía cada vez más intensa por aquellos días. Para entonces acababa de cumplirse un mes del martirio del señor Cura Magallanes y del padre Caloca, de Totatiche. A San Cristóbal correspondió encabezar la lista de los mártires mexicanos canonizados en noviembre del año 2000.

“No existe constancia de que el padre Robles hubiera alentado ningún movimiento contra el gobierno. Me acuerdo que en su diario hay una expresión que tomé mucho en cuenta en aquellos días. Ahí habla de “nuestros soldados” Parece que éste pudo ser el testimonio más fuerte que pudieron aducir contra él.

“Evidentemente, por su trato afable, por su espíritu conciliador, por la forma en quería encender las almas en el amor al Corazón de Jesús, se refería a una milicia de orden espiritual, a un movimiento vivo y entusiasta por extender el amor de Cristo como centro de concordia y de unión entre el vecindario.

“La expresión misma, en el carácter del padre, en su desempeño apostólico, en todas las acciones de su sacerdocio, no constituye ninguna prueba, ninguna implicación en el movimiento armado.

“Aquí hubo muchos cristeros. Hubo por ejemplo, un Lucas Cuevas muy famoso, y nadie pudo establecer ninguna relación ni comunicación de éste con el padre.

“Los agraristas de aquella época en Tecolotlán y en todos los pueblos eran de tendencias muy radicales, tipo comunistas. Medio rojizos y salvajes eran aquellos hombres.

“Estaban patrocinados y protegidos por el gobierno en sus fanáticos desmanes y eso explica todo lo que hicieron en el caso del padre Robles.

“Era jefe de las defensas rurales un mayor del Ejército, yerno de don Porfirio Villaseñor que alentaba la misma saña contra la religión. Por órdenes de él sacaron al padre Robles de la casa donde estaba escondido.

“Me acuerdo: todavía estaba dormido, cuando llegó mi hermano que me seguía para arriba: Manuel, ¿ya supiste que sacaron al señor Cura Robles de la casa de mi mamá Adelita? Orita lo acaban de sacar los agraristas. Aquello ha de haber sido como a las seis de la mañana”.[2]

 “De pronto se lo llevaron a donde tenían el cuartel, como a una cuadra de distancia. Parece que trataron de que no se diera cuenta la gente. Tuvieron miedo de la reacción del pueblo.

“Tenían su cuartel los agraristas en la casa de don Ignacio Gómez que ahora es de la familia Merino. Ahí se lo llevaron preso ese día.

“Al día siguiente, o mejor dicho, esa misma noche, lo sacaron y se lo llevaron a pie, rumbo a Quila, como le decía antes.

“Era un grupo de ocho o diez agraristas, comandados por los hermanos Vázquez, Sóstenes y Enrique, quienes llevaban instrucciones del capitán que le mencionaba de sacrificarlo allá arriba en la sierra.

“Así tomaron ese camino quebrado que le he descrito y a llueve y llueve, en las primeras lluvias del temporal, hasta que, ya para llegar a Quila, en una encina, como a 500 metros del pueblo, le echaron una soga al cuello y lo colgaron.

“Se dice que un chiquillo entonces, ahora un hombre grande, que servía a los Vázquez de mozo, presenció el acto bárbaro en que fue colgado el padre. Creo que podrá ser localizado para que diera pormenores de todo esto.

“He oído decir que aquel niño quedó espantado con la escena que presenció, cuando a tirón de bestia halaron la soga por encima de la rama, de modo que la cabeza del padre golpeó contra la rama y sin duda murió a ese impacto”.

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Cualquier otro pormenor de la forma en que fue sacrificado este sacerdote, no haría otra cosa que remarcar los alcances de aquel odio, el fanatismo ciego en que procedieron aquellos hombres.

El otro testigo indirecto de este hecho, participó en él como hermano del jefe de las defensas rurales de Quila, en el momento en que se tiene en este pueblo conocimiento de lo que acababa de suceder.

El relato es de don Rodolfo Barbosa, quien platica las cosas de modo franco y directo. La sinceridad con que relata lo que vio y vivió, lo hace más interesante.

En los recuerdos que trae a esta charla se advierten la indignación y la piedad del vecindario. El mismo don Rodolfo identificado entonces con  las fuerzas del gobierno, apenas disimula el sentimiento de pena y respeto hacia la víctima. Estas son las palabras de este testigo de circunstancias.

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“Ellos vinieron aquí. Ya que hicieron su gracia, entraron en persona al pueblo. Estaba lloviznando y venían ensarapados. Entraron. Creíamos que eran cristeros.

“Yo estaba con mi hermano Juan en el mesón. Era temprano, amaneciendito. Salió Juan a alguna necesidá, los vio y me gritó: Tráime mi carabina, tráime mi carabina. Y se hacía gachito, como tapándose de aquel grupo de gente que se venía acercando.

“Agarró la carabina, le cortó cartucho, se hizo de un pilar y dijo: no vaya a disparar nadie primero que yo; dejen que se me acomode bien para no jerrar.

“Luego dijo: Ah, caray, viene el caballo de don Otaviano. Un caballo color mango, patas blancas; un caballo frontino muy conocido aquí en el rumbo. No son cristeros, son gentes de Tecolotlán, dijo.

“Y luego ellos hablaron: no vayas a tirar, Juanito. No te alarmes, somos nosotros. Pos ya: pasen ustedes señores. Agarró su carabina y la recargó en la pader.

“Entonces don Enrique y don Sóstenes lo retiraron de ahí: Juanito, ven. Y él medio amoscado: qué andan haciendo, qué milagro. Pero siempre con su pistola fajada.

“No, ya entonces le dijieron los Vázquez: búscate unos fulanos que hagan una sepultura para el señor Cura Robles; orita te llevo ai al pie del árbol donde quedó. Hay que hacer la sepultura ahí mismo. Órdenes que así traemos, pues.

“Luego se extendió la voz entre la gente: fíjense que aquí a la salida está colgado el señor Cura de Tecolotlán: En un instante se juntó así de gente que ocurrió con sus sábanas, una vela bendita; sábanas para enterrarlo, pos que lo iban a enterrar.

“Derecho donde estaba colgado, ahí se hizo la fosa; tierra blandita, muy blandita. Nomás a piquete de pala se podía: Y como había llovido toda la noche.

“Pos que así. Ya está buena; pos sí, ya. Hicieron una alacenita de tierra a un lado y metieron una almohada y ahí le acomodaron la cabeza para que no le cayera la tierra en la cara.

“Al otro día va llegando orden de Tecolotlán: hay que sacar el cuerpo no sea que los fanáticos vayan a querer sacarlo; hay que sepultarlo en el camposanto donde hay respeto de autoridá. La gente estaba azorada. Había mucho sentimiento en todos.

“Bueno pos que hay que ir a sacarlo, ni modo. Cuando lo sepultamos, ya le dije, tierra bien empapada; cuando nos pusimos a remover aquella tierra, haga de cuenta barro bien aguache.

“Entre los que se metieron a sacarlo estaba un cuñado de mi papá, mi tío Felipe Rodríguez. Lo sacamos con cuidado, ya sabíamos a qué hondura había quedado. Y mire, cuando le llegamos, una admiración de toda la gente, como no se imagina.

“Resulta que a pesar del lodo, y esto yo lo vide, las sábanas blancas, limpias, como si hubieran acabado de bajar aquel cuerpo de la cama, envuelto en sábanas recién planchadas. Vaya pues. Nos entró un temblorcito, no crea que no.

“En unas angarillas llevamos el cuerpo a la casa de don Nacho García, allí lo pusimos en el corredor, mientras le hicieron una caja de tablas brutas. Una cosa a la carrera para sepultarlo pronto.

“Después, a los cinco años, vinieron muchas personas de Tecolotlán y de Guadalajara a recoger sus restos. Traiban una mula y una como petaquilla, pasadita de metro, para llevárselos.

“Esa fue la historia, ahí para todo en lo que a nosotros toca.

“Ah, dice usted de los ejecutores algo de la historia después, de don Sóstenes y de don Enrique… Ora verá.

“Ya que se nos dio la orden de mandar hacer la primera sepultura, los señores que venían al frente del grupo de agraristas dieron la media vuelta y se regresaron; no quisieron quedarse a almorzar. Yo creo que tenían miedo a la gente, cuando se diera cuenta de todo.

“En Tecolotlán tampoco pudieron vivir. Aquí se establecieron los dos al poco tiempo, don Enrique y don Sóstenes. Se vinieron y les tocó suerte de que en ese tiempo estaba aquí la siembra en su apogeo, lo más lindo que usted conozca. Estaban abiertas las primeras labores, cuando se empezaban a sembrar cerros vírgenes.

“Y se empuyaron estos hombres. Muy agricultores los pelaos, ni quien se los quite. Sembraron sus labores, vendían sus maíces, fueron juntando ganado. De Tecolotlán traían buenos caballos, total, en un momento se hicieron bien ricos.

“En cinco o seis años, ya tenían bueyes para trabajar y rentar, tierras, mucho ganado; unos señores dones. Y pensaron que ya podían regresar a Tecolotlán.

“Entonces pues, ya que emplumaron aquí, bajaron un tropel de ganado, una o dos yeguas finas de cría, realada de mulas cargadas de maíz. Se fueron a vivir a gusto, según ellos.

“Pero no, sabe cómo sería, es que de repente oyimos decir que por allí donde estaba la peluquería de aquel huero; ¿cómo apellida el huero? ¿Padilla, no? ¿Ha ido usté a Tecolotlán?

“Bueno el caso es que por allí en seguida había un trojecito, y una tarde que estaba don Enrique, sentado en una silla, derecho a su puerta, un domingo…

“Sucede que un señor de El Pasote, llamado Candelario Rico, ese hombre, seguramente de parte de gentes del pueblo, de las autoridades, no sé. Parece que el amigo éste era medio malanco y lo contrataron para que hiciera el remiendito ese.

“Un domingo, mucha gente en la calle, quién echa de ver algo extraño. Viene Candelario y nomás se empareja en la puerta y le puso la 45 a don Enrique trum, trum trum. Don Enrique nomás rodó.

“No se supo que hubieran perseguido a aquel individuo; él corrió, se perdió y ya. Cuestión sin duda de alguien que quiso vengar el crimen tan sucio que había cometido con el padre Robles.

“Sucede eso y don Sóstenes no espera; pélase pa su tierra, un pueblo de por allá de aquel lado de Chapala. Se fue y no se volvió a saber de él.

“Al cabo de unos diez años lo vido mi hermano Clemente en Guadalajara, ¿Qué piensas a quien vi? ¿A quién? A don Sóstenes Vázquez,

“Dice que lo vido con una suerita de mezclilla, una blusita toda rompida, aquí desombrada y con un costalito de esos de cebolla, de esos ralitos, una atarrayita en la mano.

“Y que apenas andaba el hombre. Para esas fechas ya ciego de un ojo. Esa fue la última noticia. Nunca volvimos a saber nada de él”.



[1] Texto cedido por su autor para este Boletín

[2] En la semblanza de don Manuel Peregrina, de íntima identificación con el padreRobles, según lo dice Antonio Alvarez Esparza en el trabajo que presentó en el Instituto Dávila Garibi, -noviembre 2006-, esta señora es mencionada como “doña Adelaida Brambila viuda de Agraz”.

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