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Memoria de la visita pastoral al pueblo de San Pedro Tepehuacan
O semblanza del obispado de Guadalajara en 1679 (13ª parte)

 

A cargo de la sección de la crónica diocesana

  

En el mosaico etnográfico de los confines de la Nueva Galicia a fines del siglo XVII, la presencia india era determinante, y el oficio pastoral atendido por eclesiásticos por el rey para ejercer el oficio de curas doctrineros, según se desprende de estos datos.

 

 

San pedro Tepehuacan[1]

El 1º de enero de 1679, luego de transitar por caminos que más eran veredas algo menos de veinte kilómetros,[2] el obispo de Guadalajara, don Juan Santiago de León Garabito y su cortejo llegaron a Tepehuacan, donde los recibió fray Manuel de la Luz, cura doctrinero interino, los alcaldes e indios principales. Por la tarde, administró la confirmación a treinta y tres lugareños.

El párroco, por su parte, mostró sus licencias ministeriales y el título que le expidiera tres meses antes, a nombre de su Majestad, el presidente y oidores de la Real Audiencia de la Nueva Galicia, como cura doctrinero, por renuncia de fray Francisco de Lira, acordando con el obispo recibir al día siguiente la colación canónica de esa doctrina de indios. También exhibió los padrones de toda su feligresía, incluyendo las comunidades de Cahuispan y Acatlán, y los libros de su administración. Se le amonestó para que cuidara el asiento de las partidas de bautismo, defunción y matrimonio, y estampara al pie de cada una su rúbrica, so pena de una multa de cincuenta pesos, y para que no se ausentara de su jurisdicción sin licencia del Ordinario. Compareció en igual forma el presbítero fray José de Vargas, el cual, para renovarle sus licencias como confesor, fue sometido a un doble escrutinio, en materia moral y en idioma mexicano, aprobando ambos.

Muy de mañana, al día siguiente, don Juan inspeccionó el templo, a un lado del cual, cubiertas de jacal, estaban dos campanas. El inmueble era de adobe y cubierta de paja. Dispuso se acelerara la construcción del bautisterio y se le dotara de una pila apta para este sacramento; por lo que al decoro del templo respecta, el obispo dispuso fueran retirados por indecentes dos paramentos colocados en otros tantos altares colaterales. En el altar mayor había un crucifijo con un relicario en medio, de poco más de cuarenta centímetros, con su base, todo de plata, así como una cruz manga de palo dorado.

Los enseres del templo consistían en los siguientes ornamentos: uno de dos ases, blanco por un lado y de brocatel blanco y rosado por el otro; otro con frontal y capa negro, de capichola; otro blanco, de damasco mandarín, con frontal y capa de coro; una capa de damasco colorado, un frontal blanco de damasco de China con caídas de brocatel. En orfebrería, toda de plata, dos cálices de plata, uno pequeño y otro grande, sobredorado y con campanillas; una lámpara pequeña. También cuatro candeleros de azófar y un incensario del mismo metal,

Pasó luego al hospital de Nuestra Señora de la Concepción, reducido a la capilla, que encontró recién construida, con adobe y techo de paja, con un altar mayor y en él un lienzo de Nuestra Señora, así como un pequeño nicho y dentro de él un crucifijo estropeado; considerando el estado lamentable de ambas imágenes, el prelado determinó que se les enterrase. La sala de los enfermos aun no se edificaba.

Al rendir sus cuentas, el mayordomo de la cofradía alegó que de diez pesos recibidos en la caja, gastó nueve; por otro lado, manifestó que el libro de las cuentas se había quemado. Ante un panorama tan desolador, el señor Garabito autorizó a los cofrades a demandar limosnas en todo el obispado y aun se comprometió a aportar él mismo algo al exiguo caudal, que consistía en un frontal de damasco blanco bordado a flores de oro y seda, unos manteles, dos candeleros, 20 vacas de vientre, 15 becerros herrados y diez caballos.

El último acto de la visita fue darle la colación canónica y la institución de la doctrina a fray Manuel de la Luz, realizándose el acto en un horario insólito, las tres de la mañana, sin ahorrar ninguna de las prescripciones del ceremonial previsto para esos casos, que presidía el obispo, “sentado en una silla de la iglesia parroquial”, que luego le cedía al doctrinero.

Al rayar el alba del día dos, los visitantes dejaron San Pedro Tepehuacan, para encaminarse al pueblo de Santiago Tecolotlan, de la feligresía de Sentispac.



[1] En una nota marginal dice: “Cabecera de Iscuintla, alias Tepehuacan.

[2] Cuatro leguas.

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