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Memoria de la visita a Tetitán y Tequepexpan O semblanza del obispado de Guadalajara en 1678 (9ª parte) A cargo de la sección de la crónica diocesana[1] Muy pocos datos se poseen del desarrollo de los pueblos que hoy forman parte del estado de Nayarit, como para no apreciar la notable la descripción que de de ellos hace en su Libro de Visita de 1678, el obispo De León Garabito.
Hacienda de Tetitan A las cinco de la tarde del 18 de diciembre de 1678, luego de una fatigosa caminata a lomo de mula, habiendo yantado en el inter, el todavía joven obispo de Guadalajara, don Juan Santiago de León Garabito y su séquito, llegaron a la hacienda de Tetitán, de la parroquia de Ahuacatlán, donde el prelado encontró aposento para su servicio. Fue recibido por el capellán de la finca, don Francisco Galindo, a quien le refrendó las licencias para seguir administrando los sacramentos. Al día siguiente, después de decir la misa en la capilla de la hacienda, a eso de las diez horas, el obispo confirmó a treinta y seis personas, todas ellas de ese vecindario, hecho lo cual, prosiguió su camino en dirección a Tequepexpan,[2] de la feligresía de Jala, a casi veinte kilómetros del punto de partida.
Tequepexpan Llegaron los viandantes a su meta, reservando los actos oficiales de la visita para la jornada venidera, la cual comenzó con la misa, muy temprano. El templo, dedicado a san Antonio de Padua, era de adobe, cubierto de paja. El prelado dispuso que el recinto fuera blanqueado y la ventana de la capilla mayor protegida con una verja. Le servía de altar mayor un retablo de madera, en cuyo nicho principal se veneraba una imagen del titular, flanqueado por otras dos de santos. Adornaba la mesa del altar mayor un frontal de damasco blanco y rosado, con sus respectivas frontaleras, manteles de ruan, ara, atril y misal, todo limpio y decente. Tenía también el templo dos coraterales, el del lado del evangelio con dos tabernáculos, donde se honraban dos imágenes marianas; en el del lado de la epístola, a un santo Cristo y un Santiago. Al inspeccionar en la sacristía el pequeño cajón de los ornamentos, se dio fe de un terno de damasco blanco y rosado, un alba y un amito; así mismo, de un cáliz de plata con su patena, decoroso y digno y de unas crismeras del mismo metal; la pila bautismal era de piedra y apta para el servicio. Como sucedió en el templo, el pastor dispuso que se echara puerta al recinto, que se encalaran sus muros y se protegiera la ventana con un enverjado. Por lo que a las cuentas de la cofradía toca, los mayordomos y priostes no tuvieron de qué darlas por lo raquítico de sus ingresos de los últimos años, como no fueran algunas reses dadas como limosna para el convento de san Francisco de Guadalajara o como estipendio al cura doctrinero y a los alcaldes del partido por su asistencia a los herraderos, emolumento que por haberse dado sin su licencia, el prelado dispuso fuera recobrado por el mayordomo actual, y que en lo sucesivo nada más al cura doctrinero se le recompensara con una sola res al año por su asistencia al herradero “la cual había de ser de las estériles o novillos, y que si hubieran menester de vender alguna res no lo pudieran hacer sin licencia de su señoría, y que si acaso alguna persona con algún pretexto les quisiera obligar a lo contrario dieran cuenta a su señoría para proveer de remedio”. La suma de cabezas del ganado no eran pocas, pues ascendía a 539 de hierro para arriba, 14 caballos, 14 yeguas, 6 mulas cerreras y un burro semental. El patrimonio de la cofradía en cuanto a los enseres de la capilla era así: tres esculturas pequeñas de nuestra Señora con sus coronas de plata, protegidas en tabernáculos, más otra grande, de la Inmaculada Concepción, con una gran corona imperial también argentina; un cáliz con su patena y dos candeleros, todo de plata; un ornamento de carmesí con franja de oro, frontal de lo mismo, manteles, palia, pañito de cáliz, bolsa de corporales, atril y misal nuevo; un cañón de bronce y dos candeleros del mismo metal; dos paños de manos y tres varas de raso labrado, chorriado con flores doradas, para una cruz manga. La sala de los enfermos del hospital se juzgó decente. Era de adobe y cubierta de paja; tenía dos camas altas con sus colchones, sábanas, almohadas y frazadas. En dos cajas los trastos del servicio del hospital, a saber, cuatro ventosas y una jeringa, no había lancetas y su señoría dispuso que se adquiriera un sajador. Concluida la visita, el prelado confirmó a sesenta y seis almas, y antes del mediodía, a eso de las once, dispuso su salida en dirección a la hacienda de sacar plata de Acuitapilco, de la parroquia de Chimaltitán, por ese tiempo propiedad del capitán don Antonio de Illaradi Amézquita. |