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Emilio Pérez Michel, mártir de Cristo Rey

 

Juan de la Mora[1]

 

 

 

He aquí algunos pormenores de uno de los presbíteros asesinados durante la persecución religiosa en México. Su causa de canonización se quedó en el tintero no por falta de elementos probatorios de su martirio y de su fama de santidad, sino del nulo interés de quienes tenían el deber de promoverla ante las autoridades eclesiásticas.

 

Primeros pasos

En la parroquia de Ejutla, en la diócesis de Colima, hay una pequeña congregación denominada. El Estanjo, no lejos del centro de la parroquia; es una reunión de familias piadosas: una de esas familias era la del señor don Marcos Pérez y doña Eufrasia Michel, cristianos de buenas costumbres y profundamente piadosos: pobres de riquezas y ricos de virtudes.

En el año de 1876, nació el niño Emilio Pérez nutrido con el néctar dulcísimo de la religión católica por medio de la enseñanza y ejemplo de virtud.

Habiendo llegado a la edad peligrosa, cuando a los jóvenes se les ofrece la copa del placer por el mundo seductor y sonriente, prometiendo todo género de goces y gloria fementida, el señor cura don Francisco Amezcua llamó al jovencito en compañía de su hermano don Domingo Pérez al plantel que fundó antes del año de 1982, aunque estaba iniciado por el benemérito don Antonio González Tinajero, cuya memoria es de eterna remembranza, no solamente en los horizontes de Ejutla, sino también en la ciudad de Las Palmeras, como fundador del Seminario Conciliar de esa bella ciudad.

El señor cura don Francisco Amezcua que tomó posesión de la parroquia de Ejutla en el año de 1877, su principal cuidado fue cultivar vocaciones en el seminario auxiliar en orden al sacerdocio. El joven Domingo se distinguió por su talento despejado y memoria feliz: conquistó nota de sobresaliente en el examen de Filosofía que sostuvo en el aula del seminario de Colima, con éxito brillante. En el seminario de Ejutla sostuvo examen de Teología con nota brillante, y examen de griego, cuya cátedra desempeñó el señor presbítero don José de Jesús Flores, de la Arquidiócesis de Guadalajara, con nota de sobresaliente por el jurado calificador. El joven Emilio obtuvo calificaciones supremas en el curso de Latinidad, Bellas Letras y Filosofía, bajo la dirección del inteligente presbítero don Julián Cafuentes, no solo en materia de ciencias, sino también en líneas de buena conducta en el orden religioso, moral y civil.

Como era caracterizado con las virtudes de modestia y profunda humildad, no se creía idóneo para el sacerdocio: pero por medio de la oración que hacía con empeño, y consejos de prudentes, se resolvió a cursar sagrada Teología, bajo la dirección del sabio y profundamente piadoso, el señor Amezcua; obtuvo calificaciones muy buenas; pero fue más distinguidos por la modestia y humildad.

El ilustrísimo y reverendísimo señor don Atenógenes Silva, tercer obispo de Colima, que dirigió la nave de la iglesia colimense con acierto admirable, fomento en su diócesis las ciencias y las artes; engrandeció el seminario de Ejutla con aumento de cátedras y estímulos a la juventud estudiosa: confirió órdenes al joven Emilio Pérez.

El joven sacerdote, trabajo en la parroquia de Tonaya como ministro, siendo párroco el señor cura don Ángel Ochoa y tuvo sufrimientos en el desempeño del santo ministerio, por los jacobinos que más de una vez procuraron reducirlo a prisión por la administración del sagrado viático.

Trabajó en la vicaria de Camotlán Miraflores algún tiempo, con abundantes frutos: primeras comuniones, catecismo a los niños con buenos ejemplos y sobre todo con obras de caridad, porque como es sabido, era desprendido del dinero en orden a socorrer a los pobres y enfermos.

En la parroquia de Tolimán, se distinguió por su admirable paciencia y resignación, porque era parroquia muy difícil por la falta de cultura, recursos para fundar escuelas y la decadencia por la embriaguez que domina a algunas clases sociales; quizá sea por la ocasión, puesto que ahí se fabrica el vino mezcal.

De esta parroquia, pasó a regentear la de Tuxcacuesco, no menos difícil: como era pueblo antiguo y figuró como entidad política, tuvo su decadencia o declive por circunstancias criticas y sobre todo por un circulo de liberales que echó hondas raíces y que ha sido la gran rémora de progreso en todos sentidos, principalmente en materia religiosa y moral: todos los sacerdotes que han regido los destinos de esa parroquia, han sufrido calumnias e injurias de esos malos elementos, como es sabido. El señor cura don Emilio Pérez, tuvo sufrimientos inexplicables en esa parroquia, con la circunstancia de su poca salud y la carencia de elementos curativos; pero se sostuvo obediente a su prelado en el desempeño de la cura de almas por algunos años, hasta que solicitado por el párroco de Ejutla para restaurar el pequeño seminario auxiliar de Ejutla, el ilustrísimo y reverendísimo señor obispo doctor don José Amador Velasco, que atravesando por épocas muy difíciles en el gobierno de la diócesis de Colima, porque en el año de 1900, cuando el ilustrísimo señor Silva pasó a dirigir los destinos de la arquidiócesis de Michoacán, recibió el obispado en ruinas por los estragos que ocasiono el terremoto de ese año; la catedral en estado ruinoso: tuvo que hacer la reconstrucción de esa hermosa catedral, sacrificando sus pequeños recursos con dificultades muy grandes, sostuvo el seminario de Colima y con deseos de restaurar el seminario auxiliar de Ejutla, accedió la solicitud de orden a facultar al señor presbítero Pérez a trabajar en la restauración del mencionado seminario de Ejutla.

Se levantó el pequeño seminario, trabajando el párroco, el señor presbítero Pérez y los jóvenes de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana de Colima; don Francisco Rueda, poeta colimense y periodista distinguido y el joven Fermín Gómez estudiante; mucho entusiasmo se veía en los jóvenes cursantes de Latinidad y Bellas Letras.

El Seminario estaba resurgiendo, dando esperanzas de futura grandeza, cuando la tempestad de la revolución arrancó la planta, que comenzaba a reverdecer fue invadido por las orcas salvajes callistas, convirtiendo en caballería aquel lugar bendito, cuna de sabios sacerdotes actualmente regenteaban parroquias de alguna importancia. El presbítero Pérez, no dejaba de impartir la enseñanza de religión y catecismo a los niños, a pesar del terrible cataclismo. En el año próximo pasado de 1927, el 27 de octubre, cuando Aguirre, callista, arruinó el infortunado pueblo de Ejutla por medio de robo y horrendos sacrilegios, cayó en sus garras el presbítero Pérez; pero no era llegada su hora: salió ileso de las fauces de esas bestias feroces, con el carácter de profesor.

En el presente año, auxilió muchos enfermos con peligro se su vida, celebró misa el Jueves Santo e hizo ejercicios de piedad en el triduo de la Semana Mayor. Se acercaba el mes de mayo y entonces desplegó su entusiasmo por honrar la Santísima Virgen: hubo misas solemnes y ejercicios con ofrecimientos de flores a la reina de los ángeles: se acercaba también el día de la Santa Cruz, quien tenía su devoción acendrada; antes se   había colocado en el cerro de Los Añiles cerca de la población de Ejutla, la Santa Cruz, precediendo una peregrinación inmensa de fieles; hubo composiciones literarias y sermón sobre la materia, y acto continuo, profusión de fuegos artificiales y cohetes cuya detonación repercutía en las cumbres hermosas que formaban un circuito gracioso al pueblo de Ejutla; el entusiasmo arrancó vivas a la Cruz, lábaro de la civilización cristiana. Se acercaba el día tres de mayo, día de las Santa Cruz, día en que se iba a ser inmolado el sacerdote Pérez por las huestes callistas, mientras él preparaba con entusiasmo desbordante la solemnidad de la Santa Cruz, nombramos comisiones de orden a arreglar lo relativo a la misa solemne, el panegírico sobre la materia, primeras comuniones.

Entraron el día dos, vísperas de la Santa Cruz, las tropas callistas, capitaneadas por Leyva y Núñez a las cinco de la tarde. El sacerdote Pérez, tuvo aviso y no se turbó porque el pensamiento que preocupa su mente, era la Santa Cruz, entonces merced a las instalaciones de la familia Michel que lo atendía, salió a escapar de las manos sacrílegas de los esbirros: Llevaba dos calices y un breviario, cuando las panteras lo vieron, se lanzaron como fieras rabiosas hacia el corderillo Pérez y sin más averiguar, le dispararon como si hubiera sido el más criminal del mundo. Recibió tres tiros en la cabeza; lo despojaron de todo, hasta la ropa de uso personal.

 

Circunstancias precedentes y concomitantes al martirio

Días antes el señor cura don Miguel Díaz, de Autlán, le dirigió un recado en esta forma: “Prepárate para el martirio en el mes de mayo”. Un sueño que tuvo el sacerdote mártir Pérez:

 

Me parecía no sé si despierto o soñando que un ángel bajo la figura de bizarro joven, con el semblante entre halagüeño y serio, lo que expresaba era valor y majestad, se me presentó, mostrándome una hermosa espada con el puño de oro y la hoja blanquísima como la luz; me la presentó diciéndome: “Mira esta es la espada del Señor, la espada de la verdad y de la justicia, espada que deben empuñar y usar los verdaderos soldados de Cristo, aunque tiene, el que la use, que sufrir muchísimo; tiene que sacrificarse en las comodidades y hasta la propia vida y tiene que victima de la injusticia; hay que usarla para restablecer el orden en el mundo, para hacer triunfar la justicia, para purificar las almas, para regenerar a la sociedad, para levantar al hombre de la vileza en que se encuentra”. Me ponderó el ángel la degradación de los hombres, con tantos engaños, tanta falsedad, tanta hipocresía, tanta mala fe, tanta injusticia, tanta cobardía; me encareció también la urgente necesidad de defender la justicia y la verdad; y la iglesia constituida por Jesucristo, Maestro de la verdad. Llenó de entusiasmo, arrebaté del ángel la espada diciendo: “yo seré soldado de Cristo; yo seré el vengador de la injusticia y de la mentira; que se haga la justicia y que perezca el mundo”; y dije: “Espada de mi Señor, juro que siempre te tendré empuñada; juro que jamás osaras del reposo de la vaina. Y cuando yo muera, quiero que te pongan debajo de mi cabeza, que me sirvas de cabecera”. Desapareció el ángel sonriente y satisfecho, sin dejar su aire de valentía y majestad.

 

El día 2 de mayo a las cinco de la tarde, cuando entró la gente callista capitaneada por Leyva y Núñez por el cerro de la capilla, haciendo descargas a la gente pacifica que salía llena de pavor, no se escapó un joven popular José de Jesús Sedano, de 21 años de edad, soldado que peleó con heroísmo en varios combates: lo avanzaron y lo interrogaron: ¿Quién vive? Contestó: ¡Cristo Rey! Y le descerrajaron un tiro; otra vez: “¿Quién vive?” “¡Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!”; y así hasta que seis veces; a cada vez le disparaban un tiro. Su cuerpo quedó hecho una lástima. Este joven era hijo de Manuel Sedano y María Michel, honrados y virtuosos vecinos.

 

Epílogo[2]

El señor presbítero don Emilio Pérez Michel desde niño llevó una vida ejemplar, conducta que mantuvo durante el ejercicio de su ministerio sagrado, auxiliando a los enfermos y socorriendo a la genta más necesitada, con quien compartía lo poco que tenía o lograba conseguir. En Ejutla se venera su memoria y hasta se levantó una ermita en el lugar donde fue asesinado



[1] Presbítero del clero de Colima. Fue párroco en el siglo pasado.

[2] Datos proporcionados por Ofelia Margarita Aceves Parga de Ascencio

 

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