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Memoria del sacrificio de don Francisco Valdés
Se trata de uno de los fieles laicos considerados de forma unánime como testigo de Cristo en tiempos de persecución religiosa, fue también progenitor de dos sacerdotes insignes. Los nombres de los tres formaron parte de la relación que la diócesis de Guadalajara envió a Roma, a la comisión pontificia ‘Nuevos Mártires’, en las vísperas del año jubilar 2000.
La parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de Villa Guerrero, Jalisco, motivada por su párroco actual, don Alonso Michel Manzano, recordó el 81 aniversario de la muerte cruenta de don Francisco Valdés García acaecida el 7 de mayo de 1928. Ese mismo día, pero del año en curso 2009, a las 11 horas, en el templo parroquial, fue presentado el libro ‘Francisco Valdés García, testigo de Cristo. Hechos y Testimonios’, de José Ángel Pinedo Valdés, nieto de don Francisco. Ante un auditorio que casi llenó los asientos del recinto, se destacaron algunos aspectos sobresalientes de la vida y de la muerte de don Francisco, a manos del ejército federal, a las órdenes del general Anacleto López, por el delito de ser católico, padre de un presbítero, de un seminarista y de un joven laico que participaba en la resistencia activa de los católicos. El señor Valdés García, a la sazón administrador de la Hacienda de Conejos, fue tomado prisionero y sometido a crudelísimos tormentos, antes de hacer la ofrenda de su vida como un verdadero mártir de Cristo Rey, porque fue torturado, a decir de sus verdugos, por ‘santucho y rezandero’, no obstante lo cual, perdonó a sus agresores y no repelió la agresión injusta de la que fue objeto. Sus hijos varones fueron Ángel, espejo de párrocos, varón prudente, humildísimo, austero y pobre; Nicolás, acucioso historiógrafo de la persecución religiosa en México, y Cándido, quien muriera en el campo de batalla de los cristeros. Tuvo, además, una hija, Emilia, madre del autor del libro, del que se ofrece una reseña en la sección bibliográfica de este Boletín. La obra en cuestión sostiene que la forma en la cual don Francisco hizo la ofrenda de su vida es la corona de una existencia admirable por su sólida piedad, honradez acrisolada, rectitud a toda prueba y excepcional hombría de bien. Tomaron parte en el presídium el ya mencionado párroco de Villa Guerrero, el autor de la obra, la escritora Gisela Sánchez, el párroco de Temastían, don Alejandro Valdés, don Xavier Valdés Barrera y la señora Mercedes Valdés Covarrubias, propietaria del casco de la ex Hacienda de Conejos, lugar al que se invitó a la concurrencia, al filo de las 14 horas, recorriendo un trayecto de unos cuatro kilómetros. Se visitó el lugar donde fue capturado don Francisco, la casa que le sirvió de vivienda, la cocina que sirvió de tribuna a sus ardorosas y postreras plegarias, y el aposento que hizo las veces de calabozo en sus últimas horas. A la sombra de un añoso árbol de mezquite, en el mismo sitio donde fue el cantamisa del presbítero don Ángel Valdés, en noviembre de 1926, ocasión en la cual predicara san Cristóbal Magallanes, los allí congregados, un medio centenar de personas, degustaron los alimentos. A las 17 horas salieron en comitiva al cerro de El Pino, a unos diez kilómetros de Villa Guerrero, donde aun se alza, ya seco, el tronco del encino en una de cuyas ramas fue ahorcado el señor Valdés García, al lado del cual se erigió una ermita, remozada para la ocasión, cabe la cual se planea edificar una capilla, así cómo proteger de la incuria el testimonio del encino seco. Bajo un manteado se colocó la mesa que fungió como altar en la Santa Misa, en la que tomaron parte poco menos de cien personas, que aguardaban el acto, presidido por los párrocos de Villa Guerrero y Temastián.
Como un hecho insólito, encontrándose todos los allí reunidos bajo los inclementes rayos del sol, a poco de iniciada la Misa el cielo se cubrió de nubes y sobrevino un fresco ventalle, y en lontananza se hizo visible, por diversos puntos, la lluvia, que no tocó el lugar donde se celebraba la Misa, que sirvió de epílogo a la conmemoración. |