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Desde mi sótano

Primera publicación de la resistencia activa de los católicos (1ª entrega)

 

A cargo de la Crónica Arquidiocesana[1]

 

Como se ha señalado en otros números de este Boletín, con el propósito de rescatar un material bibliográfico inédito o muy raro, directamente relacionado con la persecución religiosa en México en el primer tercio del siglo pasado, se publica ahora el contenido íntegro de la primera publicación cristera Desde mi sótano. Lleva el número 2, consta de cuatro páginas en formato media carta, la Ciudad de México como lugar de edición y como fecha el 26 de agosto de 1926. Aparece como director Silvio Pellico, seudónimo de Antonio F. López.[2]

 

¡Eso es ahorcar, padre…!

Llevaban a la horca a un infeliz reo, y el sacerdote que le acompaña, en vano trata de consolarle y animarle. Agotados sus recursos oratorios, ya cerca del lugar del suplicio, le dice: “Mira, hijo, si no van a hacer otra cosa que ponerte un cordelito en el cuello y jalar de él hasta ya no sientas nada”. “¡Pos eso es ahorcar, padre!”, respondió el cuitado, echando por tierra las palabras de consuelo del apurado sacerdote.

El Presidente de la República Mexicana, aunque no le guste, se parece a aquel candoroso sacerdote, quitándole naturalmente lo candoroso.

Aquí en México, dice y repite, a los extranjeros y a nosotros y a todo bicho viviente: “Aquí en México no hay persecución religiosa, señores, aquí solo se trata de que quiero hacer cumplir las leyes”.

Pos, eso es ahorcar, padre” ¡Hacer cumplir las leyes! ¡Pero si las leyes son malas y persecutorias! ¡Si no merecen siquiera el nombre de leyes, como dijo el Papa! Si no son otra cosa que ultrajes de tiranuelos, que habiendo hecho triunfar la revolución a fuerza de bandidaje y traiciones se dijeron: “Ahora todo el mundo boca abajo, que aquí somos los amos y se hará lo que queramos”.

Las leyes privan a los católicos del derecho de enseñar a sus hijos como quieran. Las leyes declaran que lo que el pueblo hizo para Dios, como son los templos, ahora son de la nación. Las leyes declaran que los sacerdotes no tienen derecho de estornudar en política. Las leyes no quieren reconocer la jerarquía eclesiástica, que es esencial en nuestra religión. Las leyes prohíben a los católicos establecer periódicos que comenten los asuntos del gobierno. Las leyes castigan a las monjas que se visten con sus hábitos en su propia casa, ya no solo en la calle. Las leyes quieren que el sacerdote no obedezca al Papa, etcétera, etcétera, etcétera.

Querer cumplir esas leyes y obligar por la fuerza de las bayonetas las balas y las mangueras a que se cumplan, es perseguir a los católicos. Querer que se cumplan esas monstruosas leyes es una persecución religiosa a golpes de leyes pésimas. ¡Eso es ahorcar, padre! Antonces… ¿pa que peliamos?

Silvio Pellico

Lo que la prensa calla

México, 26 de agosto de 1926

En días pasados se recibió en esta Ciudad la copia de un cable que dirigiera la American Federation of Labor a la Conferencia Regional Obrera Mexicana. El cable original, que sin duda fue recibido por nuestros colegas diarios, quedó olvidado en un cajón de redacción, si es que no fue destruido. Como en caso semejante, los periódicos guardaron silencio. Pero ya lo dijo Excelsior: a veces el silencio es una protesta, en otras ocasiones es más elocuente que las palabras.

El cable a que nos referimos decía a los lideres de la CROM que durante la convención que tanto la organización (?) referida como la America Federation of Labor celebraron en El Paso, esta ultima acordó prestar su atención y ayuda a los coordinadores de Luis Morones con la condición de que la CROM se abstuviera en lo absoluto de mezclar a sus afiliados en cuestiones políticas. Y que como la manifestación de apoyo al general Calles, organizada ya sabemos de qué manera, se había violado en el convenio referido, se le daba la Confederación Regional de Ovejas Mansas un plazo hasta el 28 de septiembre para que rectificara su conducta.

Además, la A. F. of Labor, anunció a los callistas de la CROM que veía con profundo desagrado la actitud de ésta frente al conflicto religioso.

Procedimientos ajustados ‘a la estricta legalidad’

Hace ocho días fueron aprehendidas en la colonia de Santa María cuatro señoritas que en uso de un derecho indiscutible, repartían hojas de propaganda de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. La aprehensión se debió a una denuncia de uno de tantos valientes de la CROM. Las presas fueron conducidas a la Sexta Delegación de la Policía, y de aquí a la Inspección General. Como es de suponerse, el tratamiento a que fueron sometidas las valientes muchachas fue rufianesco, pues las autoridades buscaban a todo trance sacarles unas multas de ochocientos pesos, amenazándolas con que, en caso de no satisfacerla, quedarían recluidas por quince días. Se pidió un amparo ante juez competente, pero al presentarse el notificador en las dependencias de la Inspección se le dijo que allí no había ningunas señoritas detenidas, dejándolo sin cumplimiento. Mientras esto sucedía, los aprehensores hacían más riguroso el cautiverio de las muchachas, llegando hasta amenazarlas con retirar de la celda a la señora que las cuidaba de día y de noche. Los subalternos del general [Roberto] Cruz buscaban empeñosamente el pago de la crecida multa. Y lo consiguieron. Para evitar mayores calamidades, los ochocientos pesos fueron satisfechos en oro nacional, porque los coyotes de nuevo género no quisieron admitir la plata, no obstante que en todas las oficinas del Gobierno se recibe esta clase de moneda sin dificultad alguna, por mandato expreso de la ley. Naturalmente no hubo recibo por la cantidad pagada. Creemos que el general Cruz no tiene conocimiento de estos hechos, pagados estrictamente a la legalidad, como se ve por el relato, totalmente veraz, que acabamos de hacer.

La situación del momento

México, 26 de agosto de 1926

Con el ánimo de ilustrar a nuestros lectores acerca de la situación que guarda las cuestiones que tanto interesan a los católicos mexicanos y a los del mundo entero, puesto que México es, en los actuales momentos, el centro a donde converge la atención y las miradas de las naciones civilizadas de la tierra, trataremos de hacer en este artículo una breve reseña, ajustada en todo a la verdad, a los últimos acontecimientos que se han desarrollado y los que poco más o menos conoce el público gracias a las informaciones publicadas en nuestros colegas de mayor tamaño, aunque no de mayor información que nuestro humilde periódico que no obedece consignas ni teme la tiránica censura de la CROM.

Es indudable que el hecho de más grande significación registrado en los últimos días es la entrevista que los dos ilustres representantes del Episcopado Nacional, los señores [Leopoldo] Ruiz y Flores y [Pascual] Díaz [Barreto] celebraron con [Plutarco Elías] Calles en el Castillo de Chapultepec, poco tiempo después de que el Presidente constatara la carta suscrita por los señores Arzobispos y Obispos de México.

La contestación de Calles llamó la atención de todos los católicos porque este es el primer documento que sale de las manos del Presidente concebido en términos correctos aunque plagado de errores fundamentales.

Calles, observando por vez primera las rudimentarias reglas de la educación, se olvida de su antiguo lenguaje de orador de plazuela, radical y arbitrario, y se dirige en términos de mesura a los prelados.

Quisiéramos hacer un examen detallado de epístola presidencial; pero las columnas de nuestro periódico son estrechas, de suerte que solo llamaremos la atención del público sobre una frase que consideramos esencial. Asienta el general Calles en el documento aludido que él “no puede pedir las reformas constitucionales por impedírselo sus convicciones filosóficas”. Al hacer semejante afirmación se olvida el general que ostenta el carácter de Presidente de un pueblo y que como tal debe hablar, no en nombre propio, sino haciéndose eco de la voluntad popular, puesto que el régimen que encabeza es un régimen democrático. El presidente debió haber dicho: “Mis impresiones personales me inclinan a sostener los principios de la Constitución de Querétaro; pero como no soy solamente Plutarco Elías Calles, sino también el Presidente de la República Mexicana, estoy dispuesto a inclinarme ante la voluntad del pueblo, procurar el bienestar de este y trabajar con firme voluntad por realizar sus aspiraciones, pidiendo a las Cámaras la enmienda de la Constitución.

Y basten estas líneas para comentar las palabras de Calles.

La entrevista de los prelados con el Presidente se mantuvo también dentro de los términos que fija la cortesía. Tanto el gobernante como los representantes del episcopado sostuvieron sus puntos de vista con firmeza y al concluir la entrevista las cosas quedaron en el mismo estado que guardaban. No hubo compromiso; no hubo acuerdo; no hubo por lo mismo solución del conflicto religioso. Si embargo, parece que Calles reflexionó más tarde y mando a los señores Ruiz y Flores y Díaz, ya entrada la noche la declaración de que el registro de los sacerdotes obedecía solo a las medidas de orden puramente administrativo, sin que el gobierno tratase de mezclase en cuestiones del dogma o del régimen interno de la iglesia; pero al día siguiente, el mismo Presidente hacía a El universal esta declaración paladina: “Al volver los sacerdotes a los templos, quedarán sujetos a las leyes”. Esta declamación nos hace penar con muy justa razón: ¿Está jugando el general Calles? ¿Cuando habló con sinceridad, al dirigirse a los obispos o al ser entrevistado por el reportero de El universal? Por lo demás, los prelados han decidido no levantar la orden de suspensión de cultos, con muy buen juicio. No podía ser de otra manera. Aun suponiendo que la primera declaración hecha por Calles fuera sincera, la respuesta del Papa a la consulta del episcopado es terminante.

Ahora bien, la ley está en pie, luego, los católicos no pueden atacarla; luego, el conflicto religioso sigue íntegramente sin modificación apreciable de ninguna especie.

El Episcopado Nacional está en su puesto. Los templos seguirán sin guardar a Dios. Los católicos debemos estar también en nuestro lugar, empleando la noble arma que ha de llevarnos al triunfo: el boicot.

La Cámara de Diputados

 

Dice el señor Calles, que pidamos a las Cámaras que reformen la Constitución. ¡De veras que nos hace tarugos el señor Calles! Las Cámaras están formadas por esos individuos que en pleno día, en la avenida principal de la Ciudad de México, a la hora de mayor concurrencia, se parapetan en el zaguán de un hotel, como si fuera la barranca de su poblacho, y la emprenden a tiros con otras fieras del mismo cubil, quiero decir con otros diputados. Y arman el zafarrancho sin importarles un bledo las señoras, señoritas y niños que por allí pasan. Y matan en efecto a un pobrecito billeterito de diez años. Quienes no respetan la vida de un niño trabajador, ¿van a respetar la opinión de un pueblo?

El señor Calles quiso darles atole con el dedo a los yanquis mandando a sus ministros, cónsules y embajadores, que les dijeran que aquí no pasaba nada. Pero los yanquis, por incapaces que sean de sospechar que un gobernante de un pueblo miente, le dijeron: ¡A otro perro con ese hueso!

Ahora el señor Calles nos dice muy en serio: vayan los católicos a la Cámara de Diputados y pidan que les reformen la Constitución... ¿Pero de veras nos cree usted tarugos, señor Calles?

 

Mexicano…

I/¡Despierta, Mexicano! / al fulgor celestial del Sol cristiano / se ha levantado el orbe / y marcha a la conquista de los cielos. / En su avance triunfal, ¡que no le estorbe / tu cuerpo vil tendido por los suelos. / Vibró el divino ¡alerta! / Mexicano… ¡despierta…!

II / Recuerda, Mexicano, / que Dios quiso que fueras el hermano / mayor de la familia. / Tus hermanos menores, a la altura / precediéndote van… ¡No se concilia / con tu sopor, la primogenitura, / puede ser que se pierda. / Mexicano: ¡recuerda! /

III / ¡Vergüenza, mexicano! / En todo el mundo, el adalid cristiano / combate, y vence o muere; / ¡Sólo de ti se burlan a su antojo! / ¡Sólo a ti sin peligro se te hiere! / ¡Y no hay demente manco, tuerto o cojo / que no te humille o venza. /

IV / No llores, mexicano, / aunque en suplicio horrible, sobrehumano / se calcinen tus huesos / que no naciste al rayo de la luna / ni fue paz quien te arrulló a sus besos. / Naciste en una hoguera si tu cuna / no fue un lecho de flores / mexicano, ¡No llores! /

V / ¡Combate, Mexicano! / Ni la vida merece aquel villano / que, en la lucha sagrada / teme la muerte o los peligros mide. / Tu raza fue en martirios bautizada, / en sangre de Cuauhtémoc e Iturbide / la que en tu pecho late… /Mexicano… ¡combate! /

VI / No temas Mexicano, / aunque veas en los ojos del tirano / relámpagos de ira / y rayos en su diestra... Ve la historia: / son esos rayos, cuerdas de la lira / con que canta la Iglesia de su gloria / los épicos poemas. / Mexicano, ¡No temas! /

VII / Contempla, mexicano: / la Flor Celeste del vergel indiano / abrió su casto broche / y esparció sus aromas celestiales / para ti…, y en tu Cerro… y en tu Noche / tus heroísmos templa. / Mexicano, ¡Contempla! /

VIII / ¡Estalla, mexicano! / ¡No te hizo Dios vereda ni pantano / que pisoteen las fieras. / Te hizo crestón de inaccesible cumbre, / te hizo volcán. / Que rujan tus hogueras / ¡Revienta!... a los torrentes de tu lumbre / ¿Quién puede poner valla? / ¡Oh,  Mexicano, ¡estalla! /

IX / Perdona, mexicano, / a quien te ultraja y burla, que es tu hermano… / ¡Pero no le perdones / sino como Jesús: cuando el sicario / te haya crucificado entre ladrones / por tu fe y tu virtud: en tu Calvario, / en tu hora de nona, / mexicano, ¡perdona!..



[1] Esta y la restante información se extrae del fondo Jesús Medina Ascencio, de la biblioteca del Seminario de Guadalajara. Los subtítulos en cursiva los añadió la redacción de este Boletín.

[2] Cf. Manrique de Lara, Juana, Seudónimos, anagramas e iniciales de escritores mexicanos antiguos y modernos, México, 1954, pp 51 y 86.

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