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El Libro de Visita Pastoral del Obispo Garabito
O semblanza de la Nueva Galicia en 1678 (3ª parte)

 A cargo de la Crónica Arquidiocesana[1]

 

Entre los siglos XVII y XVIII, la región oeste de la Nueva Galicia subsistió gracias a los beneficios de metales preciosos, ocupando la agricultura y la ganadería un segundo plano, según se advierte en la descripción de real de minas de San Pedro

Partido y doctrina de San Pedro Analco

La mañana del 27 de noviembre de 1678 dejó el señor obispo de Guadalajara don Juan Santiago de León Garabito el pueblo y doctrina de La Magdalena, para dirigirse, junto con su comitiva, por un tortuoso camino, al partido y doctrina del Real y Minas de San Pedro Analco, al que reconocían como cabecera los pueblos de Santiago de Ahuacatitán, Ocotic y Santa María de Ahuatitlán. También Guacome y Tuitán, pero en esta época del año estaban despoblados.

Al mediodía, los caminantes hicieron una parada en el sitio de La Estanzuela, donde no bien refaccionado el cuerpo, siguieron de largo para pernoctar en el sitio de Santo Domingo, a treinta kilómetros del punto de partida.[2] Sin más protocolo, a las siete horas del día siguiente, retomaron su jornada, muy fatigosa, cruzando en balsas el río Grande.

Llegaron a San Pedro Analco a las 18 horas, siendo recibidos por los religiosos agustinos fray Nicolás de Paredes, Cura doctrinero de dicho partido, y fray Alonso de Aguilera, su asistente, ambos miembros de la provincia agustina de San Nicolás Tolentino, acompañados por los alcaldes, indios principales y de todo el vecindario.

Hasta el día siguiente, 29, por la mañana, después de la misa, dio inicio la visita, en el templo parroquial advocado a Santiago. Carecía el templo de licencia para reservar la sagrada Eucaristía “…por ser la dicha doctrina de los indios quanos, nuevamente convertidos”, motivo por el cual dentro del sagrario se encontró únicamente “…el vaso en que se pone el Santísimo Sacramento los jueves santos y el tiempo que cumplen con la Iglesia”.

Lo material del edificio se halló decente. Eran de adobes los muros y de tejamanil la cubierta, sostenida con tirantes de madera labrada. La sacristía, en contraparte, se encontró caída, por lo que se dispuso fuera fabricada de nuevo.

En el altar mayor se exhibía un lienzo al temple representando a Santiago, ya muy maltratado, por lo cual el obispo mandó “…se quite y se le haga otro nuevo y se ponga en la misma parte”. Sobre la mesa de dicho altar mayor había dos tallas en madera, una de la Inmaculada Concepción, perteneciente al hospital, y otra del santo patrono de los religiosos, san Agustín. Había también “…dos imágenes pequeñitas, de talla, una de san Juan Bautista y otra de Santiago”, pero al prelado las encontró tan ‘indecentes’ que dispuso fueran enterradas. Adornaba el altar “…un frontal de chamelote azul, frontalera y caídas de carmesí verde con puntas de plata”, unos manteles de ruan nuevo, dos candeleros de plata, una palia bordada, vinajera de plata, y como pieza inusitada, una ara de pórfido y su cruz de granadillo, con puntas y remates de plata.

En el cuerpo del templo, al lado del evangelio, un altar dedicado a una imagen de un santo Cristo grande, de buen ver, y sobre el altar dos imágenes de bulto destinadas a demandar limosnas; además, una cruz pequeña, de palo; dos candeleros de azófar, unos manteles de algodón; el ara, buena y decente y un frontal de damasquillo de china, verde.

Frente a este altar, al lado de la epístola, el de Nuestra Señora con un Niño en brazos, en un lienzo grande. Como el bastidor estaba estropeado, dispuso el obispo que se hiciera “…uno más pequeño en que se ponga el dicho lienzo y se le quite todo lo molido que tiene el bastidor antiguo”. Tenía el altar sus manteles de algodón, y un frontal de chamelote verde, caídas y frontaleras del mismo género azul.

En la llamada ‘capilla mayor’ colgaba una lámpara de plata pequeña.

La capilla del bautisterio se consideró digna, con su pila bautismal y crismeras, con tres vasos de plata.

La orfebrería, toda en plata, constaba de dos cálices buenos y decentes, con pañitos de tafetán y dos bolsas con sus corporales dentro; un incensario con su naveta y cuchara, una cruz magna de plata, vestida de damasco rosado.

Al inspeccionar la caja de los ornamentos se encontraron tres casullas, una de chamelote azul, con su manípulo, “toda cenefa de terciopelo rosado ya muy raídas”; otra de raso labrado, fondo en plata, ya muy raída y una más, con su estola y manípulo de damasquillo de china, negro, de medio uso, con un frontal de lo mismo. Una capa de coro, de damasco blanco, muy vieja; dos albas de ruan, tres sobrepellices y una palia labrada de azul.

El Cura doctrinero no entregó padrón de su feligresía, se le advirtió que no dijera la misa en jacal ninguno, si no en capilla decente, y que pusiera remedio “…a los excesos y mala vida de algunos particulares” de esa jurisdicción.

Comparecieron ante el obispo los mayordomos y priostes de la cofradía y hospital de nuestra Señora de la Concepción de Ocotic y de Ahuacatitán, pero no rindieron cuantas por ser insolventes, exonerándolos del gravámenes derivados de los estipendios de las fiestas patronales de la Concepción y de Santiago, respectivamente, reduciéndolo a cuatro pesos en reales sin tapaloliste, o a cinco pesos si fuere con kipera y procesión, sin tapaloliste, por último, redujo a un peso el estipendio de la revisión de cuentas.

A los cofrades del hospital de Tuitán les mandó que “…no vendieran res ninguna sin licencia” y que “las vacas viejas y estériles no las vendieran ni las mataran, sino las trocaran por vacas nuevas, para el aumento de los bienes de la cofradía, la cual presentó un desfalco de nueve pesos, el importe de los cuales, una vez recuperado, dispuso sirvieran para adquirir una jeringa, ventosas y lanceta para la curación de los enfermos. Como a los anteriores, exoneró a estos de pagar al Cura doctrinero un peso por la revisión anual de las cuentas, y a no erogar más de cuatro pesos en cada una de sus dos fiestas anuales, si fueren llanas, y si fueren con vísperas y procesión, no más de cinco pesos. Por otra parte, se denunció un fraude de 80 pesos, consumado por Diego Vázquez, quien residía en Tuitán y fue mayordomo de la cofradía. Otro deudor denunciado por la misma cantidad fue Alonso Manuel, minero del Real de San Pedro, es decir, del vecindario.

El hospital de Analco fue encontrado en lo material decente. Sus muros eran de adobe y estaba blanqueado por dentro y cubierto con paja. El altar mayor de su capilla se adornaba con un frontal de damasquillo de china verde, manteles de algodón y dos candeleros de azófar. Como quedó dicho, la imagen de la Concepción del hospital se encontraba ahora en el templo parroquial. Dispuso el obispo que a la brevedad se edificara la sala para los enfermos y se la dotara con instrumentos quirúrgicos.

Las confirmaciones de este día fueron cuarenta y dos.

Por otra parte, los naturales de los pueblos de Ahuacatitán, Ocotic y Tuitán, comparecieron ante el obispo para denunciar nada menos que a los alcaldes mayores de la jurisdicción de San Pedro Analco, vejaciones que el prelado turnó al licenciado Joseph de Sevilla, teniente de cura de Hostotipaquillo y su partido, a quien nombró defensor de dichos indios ante la Real Audiencia de Guadalajara y ante el Consejo Real de las Indias, instancia suprema para dirimir esa litis.

Con este acto concluyó la Visita a San Pedro Analco, lugar del que salieron, volviendo sobre sus pisadas, después de celebrar la misa, a las cinco de la mañana, del 1º de diciembre. Después de cruzar de nuevo el río Grande, se habilitó por segunda ocasión la Estancia de Santo Domingo como para comer y pernoctar. Al día siguiente, después de celebrar la misa, siguió la ruta, y al cabo de poco menos de veinte kilómetros[3] y cuatro horas de buen andar, llegaron a su siguiente punto.

 



[1] La Arq. Verónica Cortés Alba ha tenido la delicadeza de hacer la paleografía del Libro de donde se toma el extracto de la información publicada a partir de este número.

[2] Siete leguas en el original.

[3] Cuatro leguas.

 

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